La historia de nuestros tres siglos de feminismo es la historia de debates y discusiones, pero también de encuentros, convergencias, pactos y momentos históricos de poderosas relaciones de sororidad.
En nuestro movimiento ha habido pensamiento (crítico) y emoción. Nuestro horizonte ha sido la emancipación. La emancipación de las mujeres. De todas sin exclusión. El feminismo ha creado un imaginario político lleno de las más civilizatorias vindicaciones, igualdad, libertad, derechos… y todas ellas ajenas a la violencia. Sin embargo, ha tenido que soportar que nuestras voces hayan sido usurpadas por quienes deseaban expulsarnos de la historia. La sombra de la deslegitimación política pende sobre el feminismo siempre.
Hoy, sin embargo, tenemos un conflicto que no ha surgido en el interior del feminismo, sino fuera, y que en algunos momentos se hace sentir con enorme virulencia en la vida académica, cultural y política. Ese conflicto se expresa en dos agendas. Una de ellas está completamente articulada alrededor de la sexualidad y de la libertad sexual. Para esta propuesta la vida de las mujeres se ve permanentemente amenazada por el puritanismo sexual, por una mirada estrecha que no conceptualiza suficientemente el placer y el deseo, pero que tampoco es capaz de comprender la diversidad sexual en su enorme extensión. Sin embargo, esta agenda no se dirige solo a las mujeres sino a otros actores colectivos. El proyecto es crear un macrosujeto tramado entre sí por la reivindicación de libertad sexual en el que quepan hombres y mujeres, incluidas las disidencias sexuales.
Hasta aquí nada que objetar si no fuera porque este sujeto amplio quiere constituirse teóricamente en el interior de la tradición intelectual feminista, desarrollarse políticamente ocupando las políticas públicas de igualdad y usando los espacios académicos y culturales que tanto esfuerzo nos ha costado a las feministas conquistar. Para decirlo de otro modo, este «frente amplio» exige una sola agenda feminista articulada alrededor de la libertad sexual. ¿Es una casualidad que la prostitución, la pornografía o los vientres de alquiler se conviertan en esa agenda en actos de libertad individual que deben ser defendidos porque entran de lleno en el mundo del placer y del deseo? ¿Qué le ocurre a esta agenda que ve libertad y no explotación en la prostitución?.
De otro lado, tenemos la otra agenda, la feminista, articulada alrededor de dos problemas que deterioran severamente la vida de las mujeres. La primera es la violencia sexual. Epidemia que condiciona nuestra vida y que en muchos casos desemboca en un trauma. Que nos acecha de noche y de día. Que limita nuestros movimientos y obstaculiza nuestra participación en el espacio público. Que entra en los espacios laborales en forma de acoso. Y que no cesa en el ámbito familiar. Que nos bombardea desde las redes sociales y medios de comunicación con relatos de objetualización y mercantilización de las mujeres. La violencia sexual es el corazón de la cuarta ola, no porque el feminismo lo haya decretado así sino porque millones de mujeres en todo el mundo han gritado que no soportan tantas agresiones y que «se acabó». Habrá también quien diga que no todas las mujeres padecemos los mismos niveles de violencia y es completamente cierto, como también lo es que cuando un alto número de miembros de un grupo oprimido padece la misma agresión, eso convierte a cada uno de ellos en potenciales objetivos de esas violencias.
La segunda cuestión de la agenda feminista es la denuncia de la precarización del mercado laboral, pero también del trabajo gratuito que hacemos las mujeres en el hogar. Ganamos menos que los varones por el mismo trabajo, somos mayoría en trabajos a tiempo parcial, en trabajo sumergido y también en salarios de pobreza. La feminización de la pobreza no es una figura retórica sino una realidad que las mujeres tenemos que enfrentar todos y cada uno de los días. Y de una forma marcadamente inhumana para las mujeres migrantes.El mercado de trabajo es precario para la mayoría de la población, pero para las mujeres alcanza niveles de brutalidad. Un feminismo que no conceptualice críticamente el capitalismo neoliberal y que no identifique las dimensiones patriarcales del mercado está de espaldas a la historia. Un feminismo que no analice el trabajo gratuito de las mujeres como un mecanismo de reproducción del sistema patriarcal no ha comprendido el significado político de la hegemonía masculina.
El feminismo tiene urgencias políticas. No es un proyecto para una élite de mujeres acomodadas e intelectuales. Es un proyecto para todas aquellas que están explotadas, para aquellas que apenas pueden dejar atrás la subordinación, para quienes la desigualdad es un destino social.
Cuando la sexualidad, los deseos y el placer se proponen como eje de la agenda feminista frente a la violencia sexual y económica de la que somos objeto las mujeres estamos ante un feminismo elitista. Por eso, tenemos que transitar esa senda de la que tantas veces ha hablado Celia Amorós, la senda de la emancipación.
Sobre la autora: Rosa Cobo es profesora de Sociología de la Universidad de A Coruña, escritora y teórica feminista.