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Beckett, 100 años de hoy

Fuentes: Rebelión

1906, nace Samuel Beckett. Tiene un siglo por delante fino, de los de no olvidar. Años de decadencia, y 1914 comienzo de la I Guerra Mundial. 1917 triunfo de la Revolución Soviética. Crisis del 29, hundimiento del capitalismo. 1932 Hitler se hace con el gobierno en Alemania con los votos parlamentarios del partido católico «Zentrum». […]

1906, nace Samuel Beckett. Tiene un siglo por delante fino, de los de no olvidar. Años de decadencia, y 1914 comienzo de la I Guerra Mundial. 1917 triunfo de la Revolución Soviética. Crisis del 29, hundimiento del capitalismo. 1932 Hitler se hace con el gobierno en Alemania con los votos parlamentarios del partido católico «Zentrum». 1936 golpe fascista en España y guerra. 1939 II Guerra Mundial. Aquí nos quedamos. La I Guerra acabó de hundir por completo la imagen de mundo civilizado que tenía Europa. La II Guerra marcó el espíritu que iba a caracterizarnos: miedo, insatisfacción, dudas y deseo de alejarse del pasado. La expresión artística de aquel momento fueron las vanguardias con su rechazo de la razón absoluta y la búsqueda de nuevos registros. Beckett, al terminar la guerra y volver a París se encontró sólo, sus amigos habían desaparecido como consecuencia de la guerra o habían buscado refugio en otras partes. En los años que siguieron se entregó a la literatura con todas sus energías, pero su trabajo no daba resultados y él y Suzanne, su compañera, pudieron sobrevivir gracias a que ella ganaba algo de dinero cosiendo ropa. También Suzanne tuvo un papel importante en la publicación de la obra de Beckett, cuando éste se cansó de buscar editor sería Suzanne la que cogería el testigo. Y encontró a uno que entusiasmado con la obra de Beckett aceptó las condiciones del autor para publicarla: sus novelas «Molloy», «Malone muere» y «El innombrable» saldrían al mercado como una trilogía, y pasaron inadvertidas.
Su editor, Jerôme Lindon, lo primero que leyó fue «Molloy», y Rodolfo Rabanal cuenta que le confesó que no podía parar de reírse conforme leía el manuscrito. Beckett tenía fama entre sus amigos de ser un gran humorista. Lindon había sido lector de la editorial Gallimard para la que descubrió grandes autores como Bataille o Blanchot, y emprendió su carrera de editor con Beckett con su sello «Les Editions de Minuit» y desde el que lanzó a autores como Claude Simón, Marguerite Duras o Alain Robbe-Grillet.
Nuestro autor se dio a conocer con el estreno de «Esperando a Godot» en el Teatro de Babylone, 1953, que sustituyó a otra obra que estaba programada y debido a algún problema técnico no pudo ponerse en escena. Los actores, que venían del teatro de cabaret, se encontraron con que Beckett les dejaba trabajar libremente, sin adelantarles indicaciones. El triunfo fue de tal magnitud que inmediatamente pasó a representarse en todo el mundo. Parecía que el público la estaba necesitando: en la representación los personajes esperaban lo que no sucedería nunca. Los espectadores, sobrevivientes de aquella II Guerra tan cruel y terrorífica, se descubrieron a sí mismos.
El autor, que decía sentirse más cómodo en el fracaso porque era el aire que había respirado siempre, se retiraba a una casita en Normandía para escribir en soledad. En la habitación de trabajo destacaban los diccionarios, los libros de James Joyce, de Samuel Jonson, y junto a su mesa una enorme papelera, objeto que persigue a todo gran escritor.
En 1969 se le concede el Nobel y al saberlo se retira a Marruecos, se aleja de la farándula, teniendo que ser su editor el que recogiese el premio. Según cuenta algún amigo suyo parece que le extrañó sobre manera el que su obra recibiese tantas atenciones y le decía de cuando en cuando: «Estas cosas no deberían tener éxito, es un malentendido».
Su mujer, Suzanne, con la que se había casado en secreto en los 60, falleció en el verano del 89; él la siguió en diciembre del mismo año.
¿Qué encontramos en la obra de Beckett?: encontramos al hombre en una búsqueda de sí mismo y en una reflexión permanente. El hombre está perdido en un mundo absurdo, sufre ante la soledad, la incomunicación, el vacío. No nos cuenta lo absurdo que es el mundo, nos muestra de modo absurdo el mundo, por eso los actos son incoherentes, la vida transcurre fuera de toda lógica, el estado de cosas resulta disparatado y permanece el vacío. Para representarlo emplea un lenguaje que rompe con el orden comunicativo, es lo que hay debajo de la conciencia, en la subconsciencia, sin estructurar, lo que no se nombra, lo que no se dice, lo que nos habita pero no pronunciamos, eso que esta mal visto y resulta inapropiado, que altera el orden; Beckett se emplea en la epifanía, en esos instantes de lucidez, de visión repentina, que permiten descubrir el sentido permanente de la acción del hombre y que en alguien un tanto distante de las cosas esa lucidez resulta previa. Si a Joyce la epifanía le abrió la puerta al monólogo interior, a Beckett le condujo a los recovecos del individuo, al magma de todo pensamiento, cualquier intento de afirmación se verá rodeado de interrogantes. Beckett rechaza el entorno como una creación engañosa que busca nuestro consuelo, presenta a sus personajes solos, sin vínculos sociales de ningún tipo, y se encuentran con el lenguaje en su nacimiento.
La ruptura que lleva a cabo con la forma explicativa de expresarse corta amarras con lo novelesco y estético y abre la puerta a una forma primitiva de conducir el discurso. Burla, ironía, paradoja, juegos de palabras, dobles significados, los personajes de Beckett parlotean de la vida y de la muerte sin detenerse a pensar ni en el momento ni en sus circunstancias, ni en el lugar donde se encuentran, ni en las causas, ni en las perspectivas. Elimina todo alrededor de ellos para dejarlos ante lo esencial. Podemos imaginar a Beckett recortando una y otra vez los textos, eliminando secuencias, diálogos, personajes, buscando ritmos, expresiones, formas de significar, mirando continuamente al ser humano contemporáneo. Beckett cumple 100 años de hoy.