Las reciente desapariciones físicas de dos grandes cineastas contemporáneos -casi como si se hubieran puesto de acuerdo- Ingmar Bergman (Uppsala,1918) y de Michelangelo Antonioni (Ferrara,1912) produjo naturalmente una avalancha mundial de miles de notas periodísticas en los medios de comunicación. Mientras en Suecia poco se escribió sobre la personalidad y obra del cineasta italiano autor […]
Mientras en Suecia poco se escribió sobre la personalidad y obra del cineasta italiano autor de «La aventura», «La noche?»y «El desierto rojo», quizá para no apocar la revitalización pos mortem de Bergman uno de los mitos nacionales for export, en cambio los medios locales redescubrieron «lo sueco y universal» que había sido el autor de «La fuente de la doncella» y «Gritos y susurros».
En algún lugar leí que a Bergman nunca le gustó la obra de Antonioni, en cambio es conocida la amistad y admiración que tuvo por Federico Fellini.
Durante más de una semana los medios suecos agotaron las entrevistas a una buena cantidad de figuras locales y extranjeras que con derecho o no aprovecharon a «codearse oblicuamente con la fama» del difunto (como decía el novelista Carlos Martínez Moreno), y la Radio Nacional (SR) también tuvo su contribución especial con una nota que desde Santiago de Chile transmitió su corresponsal Lars Palmgren. Este inefable corresponsal que desde hace tiempo reside cómodamente en la bonita ciudad de Viña del Mar y desde allí nos desinforma sobre América Latina, refiriéndose al raro hecho del temprano interés que ya a finales de los años cincuenta despertó el cine de Bergman en el Río de la Plata antes que en otros países, sostuvo que el mismo se debió a la ? religiosidad? de argentinos y uruguayos. Mientras que por el contrario debido al carácter fuertemente secular de la sociedad sueca su obra no gozaba del mismo interés aquí.
Un espejo donde no mirarse
Cuando al final de la dictadura uruguaya pude regresar al país, recuerdo una anécdota en relación a Bergman que me parece ilustrativa. No bien llegados a Montevideo se multiplicaban los reencuentros con familiares y amigos, y naturalmente el interés por saber de Suecia. Uno de mis amigos, fanático admirador del maestro sueco, suponía que también los naturales de aquí obligatoriamente debían compartir su devoción, pero se quedó helado cuando mi mujer de entonces que es sueca, le dijo: ?A mí Bergman no me gusta y me deprime?.
Yo ya bien sabía que en general a muchísimos suecos y no sólo a ella, el cine de Bergman lejos de provocar interés en un público amplio muchas veces provocó rechazo.
Por otra parte, a Bergman se le ha incriminado en sectores de la izquierda en Suecia (también en otras partes), haber solamente tratado en sus películas las problemáticas existenciales propias de las clases altas y despreocuparse de problemas políticos. Siempre me ha parecido que esta crítica en Suecia más que motivada por un análisis político, en el fondo refleja un rechazo de tipo emocional hacia las temáticas de sus obras. Ingmar Bergman fue un creador que siguiendo una tradición fundada por Strindberg, una vez más trató de interrogarse sobre la existencia humana, la religiosidad que existe en todo individuo creyente o no, y sobre todo tocar en forma particular y profunda el mundo emocional, la sicología social del pueblo sueco.
Muchas veces bromeando con amigos suecos me he permitido decirles, que quizá lo que más les molesta de Bergman sea el hecho de que de alguna manera les obligó a todos a verse en un espejo. En el «Folkhemmet» sueco construido a partir de la posguerra -como en la Unión Soviética- ? todo estaba bien?, por eso la angustia y otras yerbas a nivel individual no estaban socialmente muy bien vistas. Y aparece Bergman que se pone a hurgar en cosas bastante sensibles del inconsciente colectivo. El sentimiento de culpa que, en el protestantismo luterano subyacente en la cultura escandinava, no puede ser mitigado mediante la confesión, que sólo es posible frente a Dios al final de esta vida. Temas como la indiferencia y el desamor, o la soledad, sufrimientos que deben asumirse individualmente estoica y calladamente, sin mayor exteriorización. Los códigos particulares de la comunicación o incomunicación (como estaba de moda decir en los años 60) entre seres humanos si bien muy suecos, en el cine del maestro escandinavo lograron trascender más allá de fronteras porque bajo otras formas también son interrogantes universalizables que no pueden sólo ser resumidas en la pertenencia a una nacionalidad o a una clase social específicas.
Bergman en el Río de la Plata
Mientras tanto en el otro extremo del mundo, en ambas orillas del Río de la Plata, tempranamente a finales de los años 50 y aún cuando su reconocimiento internacional no se había producido, las primeras películas de Bergman causaron una fuerte impresión en los críticos y cineófilos. Entre los críticos, la obra del director sueco mereció un acuciante interés en el uruguayo Homero Alsina Thevenet (1922-2005) autor de un libro que le dedicó, y a quien se le reconoce haber descubierto a Bergman para el mundo hispanoamericano.
No creo que fuera por nuestra religiosidad -como opinó el corresponsal de la radio sueca- la razón por la cual las películas de Bergman a los rioplatenses nos interesaran tanto. En mi caso, recuerdo haber visto primero -quizá a principios de los 60- dos de sus películas, «Juegos de verano» (1950) y «Un verano con Monika» (1952) que son historias de amor en la tibia estación estival sueca donde la sexualidad y lo fugaz de la pasión son tratadas como nunca antes se había hecho en cine. Y aunque hoy después de tanto «destape» estas películas parezcan antiguallas, el sugerente erotismo de las escenas en el bello blanco y negro de la fotografía aun permanecen en nuestros recuerdos.
Después se pudieron ver otras películas de Bergman mucho más complejas, como ?El séptimo sello?, ?La fuente de la doncella?,?Gritos y susurros?, donde la reflexión filosófica o existencial es el principal ingrediente.
Obras que siempre motivaban grandes discusiones a la salida de los cines, porque ya no era tan fácil entenderlas y donde la interpretación del «mensaje» como entonces se decía, favorecía múltiples interpretaciones por lo que muchas veces nos obligaba a recurrir a la lectura de las críticas cinematográficas que como las de Alsina Thevenet ayudaban a alumbrar un poco más.
Concedo que el exotismo de lo escandinavo pueda haber incidido fuertemente en este temprano interés y reconocimiento que alcanzó Bergman particularmente en Uruguay y Argentina. Pero es innegable que existen además ciertos aspectos culturales rioplatenses propios, que a mi juicio favorecieron el deslumbramiento por su cine. Estoy pensando en nuestras muy poco exuberantes y lacónicas formas de comunicación, en nuestro melancólico sentido de la vida, en la existencia de una fuerte influencia del psicoanálisis y el existencialismo francés muy en boga por aquellos tiempos. Por otra parte, los temas filosóficos que ? meneaba? el maestro sueco ya estaban presentes en mucho de nuestra literatura. En la poesía de Idea Vilariño y Juan Gelman, los cuentos de Francisco Espínola y Jorge Luis Borges, en las novelas de Antonio Sábato y Juan Carlos Onetti, para sólo nombrar algunos autores muy leídos entonces.
Por último, y para no hacer más larga esta nota, concomitantemente existía un gran interés por ese ?otro cine? que nunca habíamos visto antes, me refiero al resto del cine europeo a partir de la posguerra. El neorealismo italiano y el francés de la Nouvelle Vague; el checo y polaco; y no menos el de otros maestros mucho más exóticos como el japonés Akira Kurosawa y el indio Satyajit Ray.
No sé, se me ocurre que quizá también Bergman nos gustó porque estábamos un poco hartos ya, de tanto tecnicolor norteamericano.