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Berlusconismo

Fuentes: Rebelión

El sociólogo Joaquín Sempere escribe en Público un artículo titulado «Populismo de nuevo tipo». En él denuncia las artimañas de poder utilizadas por el presidente italiano Silvio Berlusconi, cada vez más descarnadamente fascistas y racistas, pero también sugiere el articulista, que esto del berlusconismo puede convertirse en tendencia dominante en otros países, sobre todo en […]

El sociólogo Joaquín Sempere escribe en Público un artículo titulado «Populismo de nuevo tipo». En él denuncia las artimañas de poder utilizadas por el presidente italiano Silvio Berlusconi, cada vez más descarnadamente fascistas y racistas, pero también sugiere el articulista, que esto del berlusconismo puede convertirse en tendencia dominante en otros países, sobre todo en aquellos que tienen una cultura política democrática débil, como es el caso de España. Destaco el siguiente párrafo del artículo:

El berlusconismo, como dice Paolo Flores, no es fascismo clásico. Invoca valores típicamente individualistas y burgueses: éxito individual en los negocios, supremacía del dinero, enriquecimiento sin límites. Tampoco utiliza la intimidación de los escuadrones de camisas negras, pardas o azules, sino la intimidación del dinero, la corrupción, las listas negras: compra todo lo comprable. Pero, por detrás de estas diferencias nada desdeñables, se agazapa el mismo cinismo, la misma prepotencia y el mismo desprecio de los derechos humanos y la democracia. ¿Neofascismo? ¿Populismo de derechas? No importa la etiqueta, lo importante es que Europa -y otras sociedades ricas- están amenazadas en sus libertades. Hay varios proyectos, distintos aunque emparentados, para desvirtuar las libertades o acabar con ellas, para socavar derechos arduamente conquistados, para destruir la noción y la práctica de la ciudadanía y convertir al máximo número de personas en ignorantes despolitizados, atentos sólo a consumir y aplaudir o abuchear el ininterrumpido espectáculo en que se transmuta la realidad por obra de unos medios de difusión manipuladores.

El párrafo no tiene ningún desperdicio. Tras él se puede intuir, de una forma muy diáfana, hacia donde caminan las sociedades políticas europeas bajo el régimen capitalista.

En primer lugar, deberíamos precisar el concepto de «fascismo» que a veces se aplica, con ligereza (aunque no sin razón) a las actitudes de los poderes públicos y privados. Efectivamente, el comportamiento de los poderosos cada vez se parece más, por su autoritarismo, a los viejos fascismos europeos de los años 20-40 del siglo XX; sin embargo, y como muy bien analiza Boaventura de Sousa Santos, hoy el fascismo no circula sólo de arriba abajo, de las elites políticas y económicas hacia la masa amorfa y confusa, sino que se expande también horizontalmente, a través de las relaciones profundamente individualizadas, que han perdido de vista las referencias políticas democráticas que permitieron que el mundo humano avanzara en estos últimos doscientos años. Es el fascismo social. El fascismo se instala hoy en todos los intersticios de la sociedad: en nuestro ámbito laboral, en las relaciones familiares, en la calle, etc. Y en todos estos ámbitos el poder del individuo se impone sobre el de las relaciones; la capacidad adquisitiva, sobre la capacidad afectiva; la insana pasión visceral sobre la saludable pasión política. El suelo democrático pierde su contextura y su grosor y debajo queda la nada, el vacío de la cuerda floja, donde los individuos se empujan unos a otros con tal de no precipitarse al abismo.

En segundo lugar, la respuesta política ante este deterioro de la vida social en todas sus escalas, se llama «populismo». Es una feroz corriente de derechas, corrupta, racista, acaparadora de todo bien público, que se alimenta de las inseguridades y miedos de estos individuos «en el aire», para expandir aún con más fuerza el temor y el odio al otro, el ejercicio del totalitarismo en nombre de la seguridad. Este populismo de raíz fascista se enmascara convenientemente, ofreciendo a los individuos una libertad ilusoria que pasa por ignorar los principios más básicos del vínculo social, las normas más elementales de la solidaridad interhumana. Aquí se encuentra la raíz de un nuevo racismo, mezcla del viejo racialismo decimonónico, el odio de clase a los grupos excluidos y el individualismo extremo.

En tercer lugar, esta nueva modalidad política (despolitizada o post-política, como apuntan, entre otros, Jacques Ranciére y Slavoj Zizek) se fija como meta adelgazar derechos humanos fundamentales, adquiridos durante los dos últimos siglos. El berlusconismo se está haciendo experto en identificar enemigos políticos y evitar su proliferación antes de que consigan la fuerza mínima para cuestionar su hegemonía. La arquitectura del poder europeo, férreamente sostenida por estas nuevas figuras de la irracionalidad más amenazante, no puede permitir la más mínima fisura en su estructura, sabiendo lo deletéreo de su construcción. De ahí que esté surgiendo con fuerza la imagen del «enemigo interior», en forma de «terrorista», «antisistema», «delincuente»…

Estos días se asiste en el Estado español a la escenificación de una opereta que se alimenta, en el fondo, de estas premisas: la impugnación de una candidatura de izquierdas (de la izquierda no oficial, resistente y disidente) a las elecciones europeas, que tiene como bandera la defensa de los derechos humanos, individuales y colectivos y la lucha contra las injusticias (Iniciativa Internacionalista-Solidaridad entre los pueblos, II-SP). Los integrantes de esta lista han sido sometidos a escarnio público por los principales medios de comunicación, acusados por el gobierno español de connivencia con el «terrorismo» y la «violencia» y de estar manejados sin pudor por la organización vasca ETA. Las principales figuras individuales de esta diana, de las que se ha sospechado todo tipo de connivencias con el mal absoluto, son dos destacadas personas, con una trayectoria personal que podrían envidiar quienes les condenan. Alfonso Sastre y Doris Benegas han recibido un trato humillante e inquisitorial por parte de la derecha de siempre y de la izquierda sistémica, a través de los amplificadores de la orquesta mediática española. Pero estas dos figuras revolucionarias de la cultura y la política están tan acostumbradas ya al vilipendio que su coraje se acrece con tanto insulto, tanto falso testimonio, tanto juicio condenatorio. Sastre es el mejor dramaturgo de lo que se denomina cultura española en, al menos, el último siglo (y, tal vez, uno de los dramaturgos vivos más importantes del mundo, como apunta Santiago Alba Rico). Nacido en Madrid, hijo de un murciano y de una salmantina y afincado en el País Vasco, bien podría ser un legítimo representante de esa cultura con eñe que con tanto despliegue propagandístico difunde por el mundo la corona española y las principales instituciones del Estado. Pero no, el genial escritor es un peligro público, un persistente (a fuer de su ancianidad) defensor del terrorismo, la violencia, el radicalismo político y hasta, para algunos, un desgraciado comunista, incapaz de ver más allá del telón de acero. De Doris se ha dicho y escrito de todo, además de sacar a relucir que es hermana de un conocido dirigente del partido socialista obrero español. Se ha difundido su terrorífica imagen de encarnación del diablo, trofeo codiciado para cualquier santo oficio, pues ella sola acumula todas las maldades de que en otra época se acusaba a las brujas en Europa. Pero esta mujer, muy lejos de esta representación malévola, es una de las luchadoras más destacadas del tardofranquismo y postfranquismo español. Símbolo de orgullo para todos los perdedores de esta tardopolítica del conchaveo y de acerada desigualdad social, Benegas ha encabezado revueltas, movimientos políticos y sociales, contra todas las injusticias imaginables, entre las que no se pueden dejar de mencionar aquellas que afectan a la mitad de la población: las mujeres.

Hoy, la máxima instancia judicial española (el Tribunal Constitucional) Ha reconocido a II-SP el derecho a concurrir a las elecciones al Parlamento Europeo del próximo 7 de junio. El berlusconismo retrocede momentáneamente. Ahora, acumulemos fuerzas: contra el fascismo, el racismo, el populismo berlusconista. La presencia de Iniciativa Internacionalista en este proceso electoral es una buena noticia para quienes creemos que la izquierda debe movilizarse y construir alternativas a la crisis sistémica que atenaza al capitalismo y ahoga a las clases populares. Hagamos, como propone Joaquín Sempere en su artículo, un «ejercicio intelectual» para desvelar y denunciar los rasgos del populismo reaccionario que se ha instalado en el reino de España y reflexionemos sobre la necesidad de articular un movimiento de izquierda que evite la berlusconización de nuestros pueblos.