Se van integrando en la comunidad de destino, los inmigrantes. También se van desintegrando en subsectores que en nada les benefician. Nadie parece haber reparado hasta ahora en que estas colectividades alienadas, con papeles o sin ellos, se mueven retraídas en comunas de origen y etnia. En «SOS Racismo» de Donostia me dijeron una vez […]
Se van integrando en la comunidad de destino, los inmigrantes. También se van desintegrando en subsectores que en nada les benefician. Nadie parece haber reparado hasta ahora en que estas colectividades alienadas, con papeles o sin ellos, se mueven retraídas en comunas de origen y etnia. En «SOS Racismo» de Donostia me dijeron una vez que lo último que se pretendía en la agregación de los grupos de recién llegados a la población común era un pintoresco catastro al estilo neoyorquino, con su Little Italy, su Bronx, su Broadway, su basílica de San Patricio para las muchedumbres irlandesas, sus centros judíos, su Harlem, su Brooklyn y su Chinatown. Y su Bowery para el lumpen sin futuro. O una «West Side Story» entre hispanos y portorriqueños. Y sin embargo, en los barrios madrileños va fermentando el nocivo fenómeno. A dos pasos del «Club Latino», frecuentado por los que el rótulo convoca y con mil tipos de salsa en manos del discjockey, los subsaharianos pasan del ritmo vudú, que ya es difícil, y prefieren confabularse a un paso, en el «Dos Hermanas», para aplaudir ante la macropantalla las jugadas de los negros (sean del equipo que sean) en clima de cerveceo grupal. Es un tosco ejemplo, pero significativo. Me introduje en un Centro de Acogida de la calle Santa Engracia regido por franciscanos, y me sentí como una gota leche en salsa de chipirones. Sólo morenos. Se me trató con exquisitez, conste; pero me llamó la atención la uniformidad dérmica, el que los distintos grupos raciales arreglen sus, sin duda, graves y enrarecidos problemas de forma desperdigada, cada cual en su sector-ONG : es la distribución por acentos. Se han formado territorios, mugas, madrigueras. Funcionan en su gran mayoría por tribus, por decirlo de forma directa y rápida, y sus contactos mixtos son casi inexistentes. Los rumanos van por libre y qué decir de los chinos. Los originarios de esos hoy más que nunca imprecisos «países del Este» se montan su club aparte. Distanciación o difidencia que les perjudica a la hora de hacer bloque común contra los consuetudinarios contratiempos que aquí resulta ocioso enumerar, desde una plaza laboral fija hasta la fecha de una mamografía, pasando por otras abominables peripecias y exhaustivos papeleos. Quizás donde únicamente se rozan es en el sector de la construcción, mano barata venga de donde venga. Allá se juntan, pero luego no se mezclan.
«Biltzen», de Bilbao
Será por eso que, desde hace un par de meses, una ONG bilbaína, «Biltzen» («Reunir») ha escogido el acertado camino de la hibridación y, apoyada por el propio Gobierno vasco, ha decidido suprimir los inminentes conflictos interculturales, el mal reojo con que se contemplan muchos colectivos inmigrantes entre sí, el racismo recíproco entre castas, a veces de la misma raza, y el peligro de que algunas actitudes intransigentes deriven en prejuicios entre clanes, tendencia a la confrontación y, en último término, a las mafias homogéneas. Se pretende en «Biltzen» un desarrollo integral del individuo capacitado para comprender a un semejante, no un competidor, llegado de otro lugar ignoto del globo, y un intercambio positivo de culturas y civilizaciones diversas y antagónicas. Hasta ahora, los indígenas del Estado habíamos confundido la óptica, fichando al paso como alienígena a todo aquél que no se nos pareciese; olvidando incluso lo distintos – por fortuna – que somos entre nosotros. Ignorando la mirada idéntica de aquel a quien subrepticiamente miramos, aún, con recelo o caución, y que también nos observa desconfiado. Somos como somos, como creemos que somos y como somos de verdad. Enjaulados por el cliché. Nunca se nos había ocurrido meditar que un colombiano poco o nada tiene que ver con un senegalés, aunque ambos exhiban un exacto tocado afro y yoruba; ni que los africanos ignoran tanto los ritos de los llamados exsoviéticos (incluidos los recientemente encajados en el puzzle europeo) como éstos los diversos contenidos místicos del Corán; ni que
el árabe se resiste a asumir, por lo común, los diversos animismos cristianizados, los ritos, cánticos y culinaria del Africa negra, el sincretismo santero Centroaméricano y la costumbre eslava de desayunar pepinillos con vodka. Dando buen ejemplo, los 600 creyentes islámicos bilbainos han decidido, sana iniciativa, realizar una jornada de puertas abiertas en la mezquita local. Aseguran que los sucesos del 11-M han quebrantado gravemente su nivel de aceptación en algunos sectores hasta ahora acogedores. Insisten en que el Corán (genuino) incita a la paz, la solidaridad y la misericordia.
Cultura y endocultura
No caben aquí todas las enculturaciones y endoculturaciones complejísimas que la inmigración masiva trajo consigo y que tienen derecho a permanecer, siempre y cuando se les agregue una mínima noción de las civilizaciones llegadas simultáneamente desde otra brújula sociológica. Para no chocar. Se trata de evitar el repudio hacia lo que no es propio, la fobia de unos exotismos respecto de otros. Es lo que se llamaría crear una endoculturación enriquecedora, sin reyertas ideológicas ni espirituales, ni desdén del distinto hacia los otros distintos y los más distintos, los de la horda receptiva: una España cambiante de barrio a barrio.
Por reflejo, se desprecia o se detesta (o se ignora adrede) todo aquello que se desconoce.
Sólo faltaría que se desencadenase, si no lo ha hecho ya, una discriminación entre peñas ya discriminadas por sus diversos y a veces antípodas orígenes. Lógicamente, los del mismo continente y los del mismo país y los de la misma comarca o secta se buscan y se prefieren. Pero ante los problemas que les plantea su diáspora, bueno es que dispongan de relés para confrontarlos en masa intergrupal y no por guerrillas perdidas. En la CAV se desperdiga una serie importante de comunidades inmigrantes que forman piña aislada y, con ello, pierden fuerza moral e incluso corporativa. El ‘papeles para todos’ debe brotar de un único megáfono. Y «Biltzen» puede constituir un constructivo y humanizado sistema de convocar inmigrantes para asumir la noción de la diversidad universal, ya sea por curiosidad, ya sea por convicción humanista o por ejercicio eficaz del ocio, una de las más agotadoras y ansiógenas actividades.