Quienes dirigen el proceso de liberación de nuestra América de la corona española orientan sus primeras acciones -como lo señala Ricardo A. Martínez en su obra «De Bolívar a Dulles. El panamericanismo, doctrina y práctica imperialista» al establecimiento de «primero, los tratados de ayuda mutua para mejor conducir la guerra y para la consolidación de las libertades logradas; después las actividades tendientes a constituir un cuerpo federal político hispano americano que les permitiera a dichas naciones enfrentarse a los planes de reconquista española, a las ambiciones colonialistas de las demás monarquías europeas y a los deseos manifiestos de los Estados Unidos de apoderarse de Cuba». Esta actividad diplomática adquiere un nivel de suma importancia en la estrategia de Simón Bolívar para conseguir la independencia absoluta del continente, por lo que idea la convocatoria para el Congreso Anfictiónico de Panamá a realizarse en 1826, al cual sólo asistirían las delegaciones de los gobiernos recién constituidos de las antiguas colonias españolas, con la expresa excepción de Haití, Brasil y Estados Unidos. Más que divergencias se hallan convergencias entre aquellos próceres que, como Francisco de Miranda, José de San Martín, Bernardo O’Higgins, Bernardo Monteagudo o Victoria José Cecilio del Valle (prócer de la independencia centroamericana), entienden la necesidad de la unión para enfrentar exitosamente cualquier tipo de pretensión extranjera de subyugar a los nuevos Estados.
Bolívar no deja de articular acciones tendientes al logro de la “unidad de la América meridional”. Con esto en miras, desde Lima, extiende su Invitación a los gobiernos de Colombia, México, Río dela Plata, Chile y Guatemala a formar el Congreso de Panamá. El pacto de unión, liga y confederación perpetua que allí se originaría tendría como objetivo principal asegurar la independencia conquistada por los ejércitos patriotas frente a la tentativa de reconquista por parte de la corona española, entonces respaldada por las principales potencias europeas agrupadas en la llamada Santa Alianza; como también frente a las apetencias colonialistas e imperialistas poco disimuladas de Inglaterra y Estados Unidos. La gran confederación de repúblicas de nuestra América -en la cual la integración de los Estados independientes no anularía su autodeterminación- no excluía, por otra parte, la posibilidad utópica de crear entre todos ellos una sola gran nación, incrementando sus potencialidades de desarrollo económico, cultural, social y tecno-científico. No obstante, aún habría que superar los prejuicios localistas sembrados por la fragmentación impuesta por el régimen colonial ibérico mediante sus virreinatos, gobernaciones, audiencias ycapitanías generales (a los que habrá que agregarse la miopía política, la falta de perspectiva histórica y las ambiciones personales de los estamentos gobernantes, de antes y de ahora), muchos de los cuales se mantienen todavía vigentes, entorpeciendo todo intento de integración y de solidaridad continental.
En carta remitida al general Francisco de Paula Santander, desde Ibarra el 23 de diciembre de 1822, Bolívar al referirse a la situación de nuestra América, le advierte que se halla «a la cabeza de su gran continente una poderosísima nación muy rica, muy belicosa y capaz de todo.» El Libertador no ignoraba la tendencia expansionista y hegemónica de los círculos gobernantes de Estados Unidos (como tampoco los planes de Inglaterra por monopolizar el comercio continental), quienes aspiraban -mucho antes de alcanzarse la independencia hispanoamericana- al control directo de las islas de Cuba y Puerto Rico y de los territorios pertenecientes a México como complemento de la extensión que conformaban, inicialmente, las trece ex colonias británicas. Sin embargo, Santander desconoce dicha advertencia y las instrucciones de Bolívar para no invitar al gobierno estadounidense a la cumbre de plenipotenciarios en Panamá. Contrariamente al proyecto integracionista bolivariano, Henry Clay, a nombre de la Cámara de Representantes, expresaba que «deberíamos convertirnos (Estados Unidos) en el centro de un sistema que constituye el foco de reunión de la sabiduría humana contra el despotismo del Viejo Mundo. Seamos real y verdaderamente americanos, y situémonos a la cabeza del sistema americano». De esa manera, quedó establecida la estrategia, gracias a la «doctrina» Monroe, que daría por fruto el surgimiento del panamericanismo, al gusto de los intereses geopolíticos y económicos yanquis, manteniendo y azuzando las divisiones de las naciones de nuestra América bajo su hegemonía imperial. Además de lo antes señalado, flotaba en el ambiente el tema de la esclavitud que se vería seriamente afectado por la resolución de Bolívar y de los nuevos Estados independientes de acabar, definitivamente, con ese flagelo, lo que se reflejaría, de forma «negativa», según sus sostenedores, principalmente, en el sur estadounidense.
En su siempre citada frase, contenida en la correspondencia dirigida el 5 de agosto de 1829 al coronel Patricio Campbell, encargado de negocios de Gran Bretaña, Bolívar no hace más que ratificar sus aprensiones respecto a la actitud egoísta, hegemónica y economicista de quienes integran el poder constituido en Estados Unidos, demostrada durante todo el proceso de liberación que él encabezara cuando dicha nación se proclamara neutral ante los acontecimientos que tenían lugar al sur de su frontera, beneficiando con ello los esfuerzos de la corona española por revertirlos en su favor, recuperando el dominio perdido. En el cruce de cartas con el agente diplomático J. B. Irvine, entre el 29 de julio y el 1° de octubre de 1818, en ocasión del reclamo de éste al procederse a la confiscación de las goletas norteamericanas Tigre y Libertad al haber éstas violado el bloqueo ordenado por el gobierno colombiano, el Libertador le expectorará: «protesto a usted que no permitiré que se ultraje ni desprecie el Gobierno y los derechos de Venezuela. Defendiéndolos contra la España ha desaparecido una gran parte de nuestra población y el resto que queda ansía por merecer igual suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”. Una posición totalmente diferente a la observada entre las clases dirigentes y acaudaladas criollas en relación con la «doctrina» Monroe, la cual les eximiría de ejecutar cualquier acción en el dado caso que España y, con ella, las potencias europeas coaligadas en la Santa Alianza, dirigiera su fuerza militar contra sus antiguas posesiones, dejando todo en manos del entonces incipiente imperialismo gringo; rasgo que se ha mantenido servilmente a lo largo de estos últimos doscientos años de historia.
Venciendo los pormenores de índole geográfica, económica o histórica que pudieran oponerse a su gran propuesta de solidaridad y de complementariedad de nuestra América, Bolívar se apoya en la convicción de que todos los participantes en la lucha por la independencia mantienen un mismo criterio revolucionario sobre lo que deben ser y hacer las nuevas repúblicas, es decir, que habría una homogeneidad de principios políticos y de organización social. La fragmentación que estas sufrirían durante los años siguientes favorecerá a Inglaterra, primero, y a Estados Unidos, después, mientras que el subdesarrollo será la marca distintiva de nuestro destino como periferia dependiente del sistema capitalista global. «Es con ocasión del Congreso de Panamá -refiere en su libro ‘Idea y experiencia de América’ el jurista mejicano Antonio Gómez Robledo- cuando la Doctrina Monroe, que acababa, como quien dice, de ser promulgada, irrumpe en la vida de relación interamericana […] Es entonces cuando se afrontan por primera vez el bolivarismo y el monroísmo, y se inicia un diálogo patético, que habrá de durar por tantos años, entre el Norte y el Sur». A fin de aclarar, la declaración del presidente estadounidense nunca representó, según lo expuso en «Bolivarismo y Monroísmo» el escritor colombiano Indalecio Liévano Aguirre, «un acto de altruismo o de particular amistad para con las repúblicas vecinas del Sur -como lo creerían candorosamente los gobernantes de Latinoamérica-, ni menos aún que ella implicara para los Estados Unidos la obligación de intervenir en defensa de cualquier país del continente que fuera víctima de una agresión externa. Para los estadistas norteamericanos, la Doctrina Monroe se limitaba a anunciar la eventual intervención de la república del norte sólo en aquellos casos y en aquellas zonas del continente en lo que un interés específicamente nacional de los Estados Unidos lo exigiera». Como demostración de ello, habría que recordar el papel cumplido por Estados Unidos en el conflicto de Inglaterra y Argentina por las islas Malvinas en 1982 al apoyar a la potencia anglosajona e incumplir con lo dispuesto en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (también llamado Tratado de Río) firmado en Brasil el 2 de septiembre de 1947. En ésta, no hay contenida alguna consigna de libertad e independencia a semejanza de las emitidas por Bolívar, muy distintas y distantes de los propósitos que guían a Washington, por lo que no existe nada que sirva para presentar a Bolívar como el padre del panamericanismo y, menos, si se toma en cuenta lo hecho por la Organización de Estados Americanos desde el momento de su constitución.
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