Paul David Hewson, alias Bono, dice que su nombre proviene de la tienda musical de su Dublín natal Bonovox. Otros no se lo tragan y ven la razón en el alto concepto que el tipo tiene de sí mismo, un dechado de virtud y bonhomía. Muchos han creído que, de ser así, en el fondo […]
Paul David Hewson, alias Bono, dice que su nombre proviene de la tienda musical de su Dublín natal Bonovox. Otros no se lo tragan y ven la razón en el alto concepto que el tipo tiene de sí mismo, un dechado de virtud y bonhomía. Muchos han creído que, de ser así, en el fondo es dato menor, que en realidad nos encontramos ante alguien solidario y ejemplar que ha prestado su nombre y su voz para luchar contra el SIDA y el hambre en África, la reconciliación en Irlanda o la deuda del Tercer Mundo. Además de habernos dejado un puñado de canciones y melodías que marcaron una época junto a su banda, U2.
Durante un concierto, Bono hizo callar al público para decir: «Cada vez que doy una palmada con mis manos, muere un niño en África», a lo que una voz del público respondió gritando: «¡Pues deja de hacerlo, gilipollas!». Y es que hay quienes no pueden ver a Bono, y asocian más su alias a la deuda pública y sus tipos de interés a corto y largo plazo, que a nada bueno. ¿A cuánto cotiza el Bono? Es el caso de Harry Browne, un periodista estadounidense afincado en Irlanda, que acaba de publicar en España un demoledor pero divertido perfil del líder de la banda, tratado como una suerte de conciencia nacional sin mácula en su país, Bono: en el nombre del poder (Sexto Piso).
Está escrito con una inquina inocultable hacia el personaje que, no obstante, documenta sin concesiones a la empatía que podemos sentir gracias a los argumentos más viscerales. Porque, admitámoslo, a todos nos cae fatal Bono, al que Muchachada Nui retrató en un sketch de su serie ‘Celebrities’, y cuyo guion bien podría haber escrito Browne. ¿Se acuerdan, no? «De estrellas del rock así buenas estamos a lo mejor yo y Carlinhos Brown, que también tiene muy buen fondo». El autor describe así las motivaciones de su libro: «no tiene nada que ver con la envidia, y no pone en cuestión las bases del éxito de Bono, sino más bien la manera en que decidió utilizarlo políticamente».
El vocalista de U2 sería, en esencia, un tipo que utiliza una retórica ambigua y bienpensante para quedar bien con todos sin comprometerse realmente con nadie, un ‘hombre de paja’ necesario para el sistema en su versión más cruda, al que ayuda a legitimar haciendo creer a la concurrencia que existen alternativas radicales en el propio sistema, que hay solución desde dentro, y que mientras tanto se forra. El epítome de la caridad en su versión más navideña. Y que, para colmo, no paga impuestos en su país. Donde, sin embargo, lo tratan con una reverencia que Browne critica, sobre todo la que le ofrecen los medios de comunicación (donde el propio periodista colabora).
El discurso que ha dado fama a Bono en su país y fuera de él (sobre todo en Estados Unidos) es el de la meritocracia, el sempiterno valor del esfuerzo: soy un chico de la parte chunga de Dublín que, gracias a la música y el talento, ha llegado lejos, y ahora que puedo hacerlo, utilizo los recursos y la popularidad para devolver a la sociedad todo lo que me ha dado y contribuir a hacer un mundo mejor. Además, soy un pacifista y estoy harto de la guerra de mi país, y no emigré a Londres cuando la escena musical era allí mejor para establecerse y triunfar. Irlanda y gran parte del Tercer Mundo me lo deben casi todo.
Y Browne dice que no, y lo demuestra. Bono no es de la parte chunga de Dublín, y sus letras (que disecciona y cuyo mensaje aclara), sus discursos y sus entrevistas están al servicio de su propio yo, sea en forma de ego o de pasta. Hasta que leí este libro siempre pensé que Sunday, bloody Sunday era un canto contra las matanzas de Reino Unido en Irlanda, y no… Y algunas respuestas de entrevistas que se reproducen en el libro dan, ciertamente, vergüenza ajena. Bono es como un abertzale dando bandazos retóricos después de que le pidan que condene a ETA.
Los cuatro de Dublín representan, además, lo peor de una época que llevó a Irlanda a ser rescatada por la UE, con los consiguientes sufrimientos en forma de recortes que ya conocemos de sobra. Invirtieron, y mucho, en el mercado inmobiliario, contribuyendo a una burbuja que, como en España, estalló sin remedio; pidieron la bajada del impuesto de sociedades, e incluso Bono, como cuenta Brwone en el libro, se ufanaba de haber conseguido que Google y Facebook se instalaran en la isla con un trato fiscal más que ventajoso.
Cuando le preguntaron sobre el traslado del dinero de U2 en 2007 a bancos extranjeros de Holanda y paraísos fiscales, respondió: «Lo que es realmente hipócrita es la idea de que no se pueden usar servicios financieros en Holanda. La pregunta real que hay que plantearse sobre la política fiscal de Irlanda es: ‘¿Fue la nación un benefactor [sic] de la ganancia neta?’ y, desde luego, lo fue: enormemente, además. Por eso, para mí, no había ninguna hipocresía: sólo éramos parte de un sistema que ha beneficiado enormemente a la nación…» He ahí a un hombre que quiere cambiar el mundo.
Browne nos cuenta, entre otras muchas cosas, que, cuando en 2010 la banda hizo la gira más rentable de la historia de la música, «los beneficios de U2 Ltd. Cayeron en picado a sólo 130.000 euros, y así, el importe de su impuesto de sociedades fue de sólo 16.500 euros». Eso sí, no se olvidó de reclamar ese año el 0,7 % del PIB de su país para ayuda al desarrollo, sin percatarse de que ese PIB es menor gracias a su ingeniería contable. La única duda que le queda a Browne al final del libro es si Bono es hipócrita o realmente se cree a su personaje. ¿Es Bono un ser tan despreciable? Seguramente no tanto, pero la imagen de santurrón paternalista con negritos y madres con sida que se ha impuesto necesitaba un contrapeso documentado, y este lo es. El corolario es evidente: escuchen su música, olviden al personaje. Puro establishment en su peor versión.
Fuente: http://elasombrario.com/bono-en-el-nombre-del-poder/