No previó que cuando se muere joven, y eso en política es muy complicado, la eternidad es más larga.
En política, el silencio, según las circunstancias que un político avezado sabe evaluar, muchas veces tiene más valor e incidencia que el discurso encendido, la consigna precisa o la explicación que nadie te pidió.
A menos, claro está, que nos veamos obligados a decir algo a contrapelo de nuestras convicciones. O respecto de lo que antes, hace no mucho, decíamos con pretenciosa convicción. O porque te tienes que hacer el simpático con quienes te causan una pavura inexplicable o una salivación pavloviana.
Para algunos cuesta entender por qué el presidente Boric insiste en decir cosas que deben irritar hasta al más encendido de sus partidarios y voceros. Para otros, se explica de lo más bien.
Otros mal pensados creen que en el segundo piso hay asesores que les hacen discursos que intentan proponerlo como una buena persona, por encima del bien y del mal, que intenta hacer cosas buenas y que tiene el valor que lo desancla de su pasado cuando era un irresponsable dirigente estudiantil, que perdona y busca el perdón por la patria y el bien común.
En esa misma línea de ideas debe ser su continuo de declaraciones que han ido desde que el presidente Piñera pasó de ser un violador de derechos humamos al que íbamos a perseguir, a un dechado de virtudes, un verdadero estadista y demócrata, pasando porque Carabineros había que refundarlo, a que sea una institución fundamental y que cuenta con todo su apoyo y admiración, hasta llegar al Perro Matapacos y su aberración conceptual, de lo cual se desmarca con una mueca de asco.
¿Está obligado el presidente Boric a desdecirse cada dos por tres de lo que dijo hace no tanto? ¿No le hace mella su constante desdecirse en su concepción de la consecuencia?
¿Qué bicho lo picó?
Afirma que no hay pruebas de que la idea del perrito le gustara. Pero también es cierto que no hay pruebas de lo contrario.
¿Cuál inexistencia vale más?
Como sabe medio mundo, la idea del perro Matapacos no nace porque haya habido un perro que matara pacos. Marcelo Salas, el Matador, tampoco ha matado a nadie. El can fue una mascota que a su condición de perro social agregó una cierta conciencia canina que lo puso de parte de los estudiantes que salían a las calles a decir su bronca y enfrentarse con la brutal represión que, esa sí, mató, torturó, mutiló y violó derechos humanos de miles de personas.
Ese perro murió. Y en ese acto nació la leyenda.
También murieron esas jornadas de protestas inéditas. Y también murieron casi todos los desfachatados dirigentes estudiantiles que venían a cambiarlo todo. Más bien, transmutaron, migraron, fueron rendidos y colonizados por sus anteriores enemigos, y se transformaron en todo eso que antes era lo peor.
En Chile es común ver muertos cargando adobes.
Esto ha formado una cierta psicología resiliente que nos permite soportar con una estoicidad a veces suicida los más extremos embates, tanto naturales como de los otros.
Aun así, esto de escuchar al presidente de la República afirmando su denuesto en contra de un perro, casi bordea lo insano. La vocera de Palacio lo explica: se trata de una autocrítica de las cuales ha hecho muchas, pero sin suerte por cuanto no habrían tenido el eco absolutorio que buscan desde la ultraderecha.
Pero para decirlo con franqueza: autocrítica no es lo mismo que rendición incondicional. Bien entendida, una autocrítica debería partir porque el presidente Gabriel Boric diga que lo que ofreció desde el balcón de La Moneda no fue capaz de sostener en su épica desafiante y prometedora.
Que no se la pudo.
Que se equivocó por ansioso y se postuló cuatro u ocho años antes de lo estratégicamente adecuado. Que no se formó profundamente en las ideas que intentó sustentar cuando cabro joven. Que jamás comprendió como ahora lo que significa la política. Y que su único deseo es que estos años pasen rápido para evitar la alopecia que parece inminente.
Que no previó que cuando se muere joven, y eso en política es muy complicado, la eternidad es más larga.
¡Cosas que hasta el Matapacos sabía desde cachorro!