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Breve aproximación cultural a la encrucijada española

Fuentes: Rebelión

La desorientación reina en nuestras vidas. Las ideologías, producto de la purificación llevada a cabo por la ‘objetividad’ moderna, de la obsesión por universalizar, de buscar la creación de un imperativo categórico, con su carácter reduccionista son incapaces de dar con una solución rotunda a nuestros problemas. Por una parte, se receta austeridad, recortes para […]

La desorientación reina en nuestras vidas. Las ideologías, producto de la purificación llevada a cabo por la ‘objetividad’ moderna, de la obsesión por universalizar, de buscar la creación de un imperativo categórico, con su carácter reduccionista son incapaces de dar con una solución rotunda a nuestros problemas. Por una parte, se receta austeridad, recortes para salir de la crisis. Por otra se predica todo lo contrario, un no rotundo a los recortes, más aún la reivindicación del gasto público como motor para la reactivación de la economía. Recetas ellas utilizadas en el pasado pero unidimensionales, incapaces de hacer frente a la situación de éste mundo cada vez más complejo. Sin duda, unas y otras tradiciones ideológicas pueden sernos útiles para entender nuestra realidad, aunque sólo parcialmente, de ninguna manera son capaces por ellas mismas de resolver la encrucijada en la que nos encontramos.

Para intentar entender dónde hemos llegado, he tomado como instrumento el análisis tridimensional del sociólogo norteamericano Daniel Bell, de su obra ‘The Cultural Contradictions of Capitalism» (1976). A través de este análisis, intentaré de forma humilde y en líneas muy generales, comenzar a comprender la situación española actual.

Así pues, para Daniel Bell, la sociedad no es un sistema organizado por un solo principio, sino que constituye la amalgama de tres ámbitos diferenciados, articulados por criterios axiales de signo contrario: la estructura tecnoeconómica, regida por la eficiencia; el orden político, orientado hacia la igualdad, y la cultura, dirigida hacia la autorrealización.

El ámbito tecnoeconómico, se rige en términos de eficiencia y racionalidad funcional, la organización de la producción por el ordenamiento de las cosas, incluyendo a los individuos. Nació sobre el el fermento de la ética protestante: esfuerzo, trabajo y austeridad.

El eje político se fundamenta en el principio de igualdad de las revoluciones liberales y consiste en una democracia representativa en cuanto a la toma de decisiones políticas, y el Estado de derecho, usualmente por una Constitución que regula la protección de los derechos y libertades.

La estructura cultural actual, se dirige hacia la autorrealización dominada por el principio de placer. Tiene como precedente el romanticisimo y la vida bohemia, los excesos, la crítica frente al por aquel entonces puritanismo imperante.

A todo esto se le añade paralelamente en la transformación del capitalismo, novedades tecnológicas y e innovaciones sociológicas: la propaganda, la obsolescencia planificada y el auge de las ventas a crédito. A través de esto se conformó, por vez primera, una sociedad con una cultura homogeneizada. Surgió una sociedad de consumo, con su exaltación del gasto y de las posesiones materiales.

Asimismo, el sistema capitalista necesita la expansión continua del principio de racionalidad para resolver los problemas de organización y eficacia que el funcionamiento de la economía exige. Pero, simultáneamente, la cultura acentúa cada vez más valores de signo opuesto, el hedonismo. En el medio quedaría el aparato político, intentando sostenerse a si mismo y mediando con todos los órdenes pero viéndose incapaz de llevar a cabo su misión.

Actualmente, la estructura tecnoeonómica se mantiene relativamente fiel sobre los mismos principios que la vieron nacer: esfuerzo, trabajo y austeridad. Mientras que la cultura puritana sobre la que se asentaba se transformó en abiertamente hedonista. Por lo que respecta a la estructura política, esta ha visto expandirse de la igualdad ante la ley, hacia la igualdad de oportunidades y finalmente la discriminación positiva y la extensión de multitud de derechos sociales a través del Estado del Bienestar. El en el caso de España, estas contradicciones son especialmente graves.

Y es que, en primer lugar, España no tiene una ética protestante del trabajo. Su crecimiento económico se ha debido en gran parte a sectores no productivos, es decir, no basados en la productividad sino en la especulación.

Por otra parte, España no tiene una tradición democrática arraigada, como en la mayor parte de Occidente, y su clase política es la expresión del pueblo. Por otra parte hay una convicción muy relajada en cuanto al cumplimiento de la Ley, que se traduce en una evasión fiscal bastante extendida. Pero por otra parte, el Estado se ha visto sobrecargado de demandas sociales a las que satisfacer sin aumentar la productividad a un ritmo suficiente como para poder mantenerlas, y menos aún para poder proesguir con nuevos ‘derechos’ prestacionales que exige el dogma progresista.

Culturalmente, España posee una indiosincracia dicharachera y despreocupada. Las dosis de bienestar logradas en estas últimas décadas de forma tan acelerada, han llevado al extremo el hedonismo, el vivir el presente, hecho que llega hasta a sorprender en otras sociedades capitalistas.

En España existe una carencia de ‘civitas’, de voluntad de sacrificarse por lo publico. Hecho que no resulta extraño pues es generalizada la inaptitud para hacer ni tan siquiera sacrificios personales, necesarios sin ninguna duda en la actualidad.

Las contradicciones del capitalismo, nacidas del choque entre tendencias opuestas, pone en grave riesgo la coherencia y estabilidad de la civilización occidental y a España, especialmente, en la punta de lanza.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.