Desde el siglo XIX a la actualidad, plantar colectivamente árboles al margen del Ayuntamiento ha sido una forma de reivindicación vecinal y construcción desde debajo de la ciudad.
La lucha por la preservación de los árboles y el cuidado de los parques, el verde urbano, se ha convertido en el movimiento de oposición a las políticas municipales de Madrid más extenso durante los últimos meses. Un movimiento vecinal muy transversal que aparece allá donde se plantea la desaparición de árboles, ya sea en Arganzuela, El Retiro o Carabanchel. Los árboles importan a los madrileños especialmente en un contexto de calentamiento global, pero siempre lo han hecho. Históricamente, plantar árboles ha sido una manera de crear barrio al margen de la planificación oficial y reivindicar una ciudad digna desde la acción comunitaria y directa. Una forma de exigir celebrando.
Uno de los ejemplos más antiguos y mejor conocidos de plantaciones vecinales encaminadas a construir ciudad son las fiestas del árbol de la Ciudad Lineal, el proyecto de urbanización de tintes utópicos que Arturo Soria y sus socios llevaron a cabo en las entonces afueras de Madrid. Aquellas, eran fiestas en la que el árbol era protagonista, se llevaba a los niños de la escuela y se completaba con todo tipo de actos festivos y culturales. Se celebraron en doce ocasiones entre los años 1897 y 1909.
Pero las plantaciones de la Fiesta del Árbol no fueron, en realidad, una práctica exclusiva de la Ciudad Lineal. A finales del siglo XIX se había importado el Arbor-Day norteamericano, particularmente impulsado porRafael Puig y Valls, que fundó en 1898 de la Asociación de los Amigos de la Fiesta del Árbol. Primero, se estableció la festividad desde la sociedad civil y, luego, se sancionó administrativamente con diferentes reales decretos en 1904 y 1915.
En uno de los lugares donde también se celebró fue en la Dehesa de la Villa, entonces en plena replantación como pinar. La celebración, a principios del siglo XX, tuvo presencia municipal y protagonismo de los niños del cercano asilo de La Paloma. Sin embargo, el hilo verde de la historia del norte de Madrid recuperó las plantaciones vecinales a mediados de los años noventa y, con mayor frecuencia, desde que en los 2000 se estableciera una agregación de entidades vecinales alrededor de la Mesa de Participación Ciudadana. En todo caso, la plantación siempre ha sido una de las señas de identidad del rico tejido vecinal y asociativo de la Dehesa, en cuya genealogía cuentan las jiras campestres del Primero de Mayo de principios del siglo XX, que se consiguiera que no pasara una carretera por en medio del bosque urbano o los plantones animando la actividad del Cerro de las Balas y los Locos.
Resistir en compañía el girar vertiginoso del ritmo en la ciudad con el azadón en la mano es una de las constantes de los movimientos ciudadanos de los últimos años, concretado en la inabarcable proliferación de huertos urbanos. Aunque es difícil trazar una línea temporal del huerto urbano en Madrid, podríamos situar uno de los puntos cero del auge actual en el huerto de la Plaza de Corcubión, que nació de la mano de la Asociación Vecinal La Flor y el grupo juvenil La Piluka en 2007, cuando los vecinos se propusieron reverdecer una de las placitas que conforman el Barrio de El Pilar.
Pero la historia del Barrio de El Pilar con el abono no comenzó entonces, estaba en su ADN comunitario. La ausencia de dotaciones del barrio, creado por el constructor franquista José Banús a mediados de los años setenta, hizo que, cuando se anunció la creación de un centro comercial en los terrenos del arroyo de la Veguilla los vecinos se organizaran para luchar contra el proyecto. Nacía así La Vaguada es nuestra, una experiencia notable de lucha vecinal que no cabe contar aquí (ya lo hicimos en este artículo). No se consiguió paralizar el proyecto pero sí reducirlo y que se construyeran diversas dependencias públicas. Las acciones reivindicativas incluyeron plantaciones populares que se repitieron cuando, tiempo después, se luchó contra el paso de la M-30 por el barrio.
Y, si la costumbre de plantar como acto reivindicativo y de construcción desde abajo del espacio, de alguna manera, se transmite generacionalmente, en los Carabancheles la tienen muy arraigada. El Parque de las Cruces es uno de los mejores ejemplos de espacio natural ganado. La Asociación de Vecinos de Carabanchel Alto convirtió la creación del parque en los terrenos, que entonces eran propiedad de los herederos de la duquesa de Tamames, en uno de sus objetivos prioritarios.
En 1977 aparecieron en el lugar columpios, porterías, bancos…y árboles. Finalmente, los propietarios acabaron cediendo parte del suelo a cambio de construir en otra–se arrancó la obligatoriedad de que hubiera vivienda protegida– y los vecinos, de nuevo, hicieron una plantación en 1980 para inaugurar el futuro parque.
La prensa de la Transición nos devuelve otros ejemplos similares, como la más modesta construcción en 1979 del parque de Tinamus en Carabanchel Bajo (Opañel), con árboles costeados por los propios vecinos. Y volvemos a Carabanchel Alto para conocer otro espacio peleado, más recientemente, a golpe de plantación: el Parque Manolito Gafotas, una zona verde lineal paralela a la M-40 cuyos avatares se han dilatado desde que en 2006 los vecinos lo inauguraran por su cuenta con la presencia de la escritora Elvira Lindo (cuyo personaje carabanchelero da nombre al lugar). La lucha vecinal se ha articulado, `por supuesto, a través de numerosas arboladas.
Pero construir ciudad desde abajo, en no pocas ocasiones, se llega a entender por el arriba como construirla también a la contra de las decisiones de quienes ostentan la capacidad planificadora de la ciudad. Como sucede con la piqueta en las barriadas crecidas de manera informal, a las plantaciones populares les acecha la sombra del operario municipal enviado a desenraizar el proyecto popular.
Algo así sucedió con el Bosque urbano de Barajas cuando en 2021, de buenas a primeras, varios operarios del Ayuntamiento arrasaron con las protecciones de los arbolitos plantados durante una década por los vecinos, dejándolos a merced de los conejos. ¿Las razones? Falta de permisos, de homologaciones, de inventariado…el lenguaje de la ciudad oficial condenando el lugar a ser, otra vez, un descampado mondo y lirondo. El caso tuvo gran repercusión gracias a la movilización de los vecinos, que siguieron acudiendo a cuidar sus árboles. También lo vivieron el año pasado los vecinos de Lavapiés, que vieron como los operarios desmantelaban el huerto y jardín Gloria Fuertes, un parterre abandonado en la plaza de Lavapiés replantado vecinalmente.
La reivindicación por el verde urbano ha llegado para quedarse y la repoblación vecinal de alcorques, los huertos urbanos y las plantaciones vecinales también. Como hemos visto, cuentan con una larga tradición de celebración comunitaria y lucha. Son la hebra vegetal del hilo verde de la historia.