En el departamento del Cauca, hasta principios de los años 80s del siglo XX, la principal forma de lucha era entrar a las haciendas de los terratenientes, picar, sembrar e ir recuperando predios, hasta obligar al gobierno a entregar la tierra a sus legítimos dueños: indígenas y campesinos. Después, con ocasión de la Marcha de […]
En el departamento del Cauca, hasta principios de los años 80s del siglo XX, la principal forma de lucha era entrar a las haciendas de los terratenientes, picar, sembrar e ir recuperando predios, hasta obligar al gobierno a entregar la tierra a sus legítimos dueños: indígenas y campesinos.
Después, con ocasión de la Marcha de la Salvajina (1986) se iniciaron los bloqueos de la carretera panamericana, aprendiendo de las luchas del pueblo boliviano. Las más importantes fueron la de Rosas (1991), la de 1999 (Galindez y El Cairo), y a lo largo de estos 30 años se ha bloqueado la Panamericana por lo menos en 40 ocasiones.
Los bloqueos de la carretera los empezaron a utilizar los indígenas y campesinos porque con la aparición de la alianza entre grandes terratenientes y los paramilitares, la recuperación directa de la tierra ya no era posible como lo demostró la masacre de El Nilo (Caloto) en el año 1991, en donde fueron asesinados 21 comuneros.
Además, una vez recuperada gran parte del territorio se necesitaba obligar al Gobierno Central a invertir en infraestructura vial, eléctrica, acueductos, educación, salud, etc., y la única forma de obligarlo a negociar era con los bloqueos. La Gobernación y las alcaldías, y las ETIS, nunca han manejado recursos importantes para construir obras importantes y el gobierno sólo hace inversiones significativas cuando hay intereses del Gran Capital.
Es importante entender que los campesinos e indígenas no tienen la capacidad que tienen los trabajadores de paralizar la producción cuando declaran una huelga o un paro. Si no bloquean vías, nadie les para bolas.
Sin embargo, los tiempos han pasado y las formas de lucha se van agotando y deben cambiar. Hoy las luchas sectoriales (por pequeñas partidas o proyectos) deben superarse. La experiencia demuestra que son formas de lucha desgastantes porque enfrentan a unas minorías organizadas con las mayorías desmovilizadas.
Las luchas populares dieron un salto cualitativo a finales del siglo XX y principios del XXI en América Latina. Las movilizaciones campesinas e indígenas de Ecuador y Bolivia mostraron un nuevo camino. Ya no se planteaban pequeños proyectos sino cambiar el régimen y tumbar gobiernos.
Al plantearse un conjunto de reivindicaciones de gran impacto, especialmente la nacionalización de los recursos naturales y la renegociación de los contratos con las grandes transnacionales que explotan nuestros recursos naturales (petróleo, gas, carbón, oro, etc.), los pueblos de América Latina dieron un paso gigantesco para derrotar a las oligarquías vendepatrias.
En el Cauca y en Colombia no se ha entendido la necesidad de dar ese paso. El espíritu cortesano, la práctica o dinámica de ONGs, y el grupismo y división de la izquierda, les ha permitido a pequeñas cúpulas de dirigentes impedir que los movimientos y organizaciones sociales de este país se unifiquen y convoquen a toda la sociedad a luchar por metas grandes y transformadoras.
Preferimos «negociar» pequeños proyectos con el gobierno oligárquico a pensar en serio en cambiar el régimen.
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