A F. Casares, una vaga astronomía Después de la guerra, las galletas partidas eran más baratas y las mujeres pedían permisos -a la autoridad correspondiente- para hacer trámites administrativos. La resistencia antifranquista construía alternativas imposibles que luego, con el correr de los años, tiraron por la borda de su sinsentido democrático. Los curas llevaban pistola, […]
A F. Casares, una vaga astronomía
Después de la guerra, las galletas partidas eran más baratas y las mujeres pedían permisos -a la autoridad correspondiente- para hacer trámites administrativos. La resistencia antifranquista construía alternativas imposibles que luego, con el correr de los años, tiraron por la borda de su sinsentido democrático. Los curas llevaban pistola, casi como ahora, y miraban con desprecio mientras palpaban al descuido una falda tableada o una infantil bragueta. Abundaban los confidentes policiales y los serenos, las timbas de picadura y tuberculosis y las sardinas en salmuera. Todo estaba salado. Sería para disimular el gusto amargo, podrido, de los alimentos. Alguna vez, dicen, se veía un pollo tomatero.
Ahora todo es light, como el valor del trabajo y la vida, con lo que se ha cerrado el círculo de la mentira. Las cárceles estaban llenas de gente condenada -por unos tribunales militares presididos por crucifijos- a penas superiores a su esperanza de vida. Lo del crucifijo (lustroso, de madera) debe ser rasgo esencial de la idiosincrasia nacional (sic). El otro día, sin ir más lejos, el mismo crucifijo escoltaba el juramento o promesa -como si fuera diferente- de los peripuestos ministros de Rodríguez Z.
El sol salía prudente por la mañana -frente a la oscuridad interior/exterior- con miedo a ser tiroteado por algún falangista valeroso dispuesto a cambiar el curso de la historia a golpe de decálogo y garrote vil. La santa cruzada organizaba nuestra existencia de humillación y verbena amenizando lo cotidiano con las marciales gestas del Real Madrid (como ahora) y las sonrisas de las folclóricas (luego, algunas, se hicieron socialistas, como si fuera diferente). Había pocas urnas y apenas se votaba, asunto que bien mirado, tampoco es demasiado importante teniendo en cuenta la escasa diferencia entre los partidos y su voluntad declarada de no intervenir en la esfera económica.
Será una exageración pero aquellas atléticas exaltaciones sindicales del 1º de Mayo mantienen un cierto aire de familia con eso que ahora llaman, con regodeo semántico, la fiesta de la democracia. La épica y la farsa de un país equivocado desde su fundación que igual ofrenda claveles reventones a la virgen del Pilar escoltada por la Benemérita de pistolas inconcretas que recorre las calles portando barrocas imágenes a ritmo sepulcral de saeta y algarabía.
Mundo Obrero pasaba de mano en mano, en silencio, igual que después se hizo con los libros de Losada o de Ruedo Ibérico en busca de palabras de aliento contra el tedio y los sabañones. Algunas ideas publicadas, lee y difunde, salían de la testuz de don Carrillo, que luego -de mayor- se hizo padre de la patria. Una cabeza sin ideas: un hombre nacido para la conspiración y las prebendas igual que otros, con menos suerte, nacían para niño yuntero, puta respetuosa o tonto de pueblo. En aquellos tiempos había mucha predestinación de clase no como ahora que, según nos cuentan, cada uno puede ser lo que quiera en la vida siempre y cuando lea con atención el sofisticado EPS. En general, más por desidia que por razón de estado, la gente tiene tendencia a creerse que el destino (sic) está en sus manos como si la macroeconomía fuera una palabra vacía y la lucha de clases un vestigio arqueológico. La alienación es tan fuerte, y tan potente la máquina de producción y reproducción de simbología capitalista que se ha perdido, quizá para siempre, el sentido de la realidad (El principio de Arquímedes, una película de Herrero y Gopegui)
Ahora, que el capital ha inventado una plural realidad incomprensible y que la izquierda política es -en parte- cómplice de la construcción de la mentira, seguimos pagando con esfuerzo, bajos salarios y precariedad la suerte de subsistir en el paraíso cristiano que, según parece, lo quieren dinamitar unos señores con barba y cara de enfado como dice el señor Huntington, uno que era asesor de la CIA o algo parecido. Entre los Reyes Católicos y los Reyes Catódicos navega el espectro de un país imposible. España es una fiesta y el Estado Español una romería. Las galletas, como siempre, están rancias.