Amigo Alfred, a mí no me parece tan bien que se alquile el nombre de la estación de metro de Sol para publicidad de Vodafone. El verdadero problema, en mi opinión, es de enfoque. La idea de convertir en soporte publicitario todo lo que se pueda es tolerable, pero ¿por qué Sol? Para los madrileños […]
Amigo Alfred, a mí no me parece tan bien que se alquile el nombre de la estación de metro de Sol para publicidad de Vodafone.
El verdadero problema, en mi opinión, es de enfoque. La idea de convertir en soporte publicitario todo lo que se pueda es tolerable, pero ¿por qué Sol? Para los madrileños Sol es algo que merece respeto y su comercialización ofende la sensibilidad de muchas personas. ¿Por qué no hacer lo mismo en cambio con todo aquello que nos importa un comino y que nadie se toma en serio, pero de lo que podamos obtener jugosos ingresos a costa de los turistas, tan crédulos y de tan buen conformar?
Por ejemplo, la religión católica, que es uno de nuestros grandes atractivos turísticos. Ya que la Iglesia no paga impuestos, quitémonos esa carga de encima vendiendo publicidad. Vodafone debería patrocinar los confesionarios, eso salta a la vista: 800-GOD, tu línea directa con el Altísimo (que suele estar ocupado o fuera de cobertura, pero puedes dejar un mensaje que le será enviado como SMS). O la Gran Vigilia de la Inmaculada-Woman Secret, que proporcionaría un atractivo imprevisto a una de las actividades nocturnas más peregrinas y aburridas que puedan concebirse; seguro que entusiasmaba a las feministas norteamericanas. Las custodias, es decir, las piezas de metal en las que se expone la hostia consagrada a la adoración de los fieles, ¿no ganarían mucho bajo la advocación de Samsonite? ¿Y qué decir de las propias hostias? Deberían distribuirse hostias consagradas y envasadas al vacío, en pequeños tetrabriks o en packs familiares. ¿Cuánto dinero podríamos recaudar dejando la promoción eucarística en manos de Kellogs? El problema de la fecha de caducidad (puesto que, según pretenden, Dios es eterno), se resolvería con un sencillo «consumir preferentemente antes de«. Seamos imaginativos: ¿no podría Zara actualizar la rancia imagen del manto de la Virgen del Pilar? ¿Qué no haría Benetton con el Cristo de Medinaceli? ¿Cuánto nos daría la editorial de Las sombras de Grey por poder patrocinar las procesiones de Semana Santa, con sus penitentes azotándose?
Nuestra Puerta del Sol, cuna del 15-M, está demasiado cerca del corazón de los madrileños; en cambio estas propuestas, que inciden sobre aspectos irrelevantes de la ciudad, no corren el riesgo de ofender ninguna sensibilidad y allegarían santos dividendos para los ciudadanos.
Pensemos en esa dirección: hay que comercializar sólo aquello que nos importe un rábano. Por ejemplo, los políticos. Ya va siendo hora de que los concejales y los parlamentarios de la Comunidad Autonóma acudan a los plenos con un chándal, gesto de ahorro y humildad que les ganaría el favor ciudadano, al tiempo que permitiría estampar consejos publicitarios en su pechera y en su espalda. Ya estoy viendo a los socialistas patrocinados por Starbucks y a los del PP por Milano, ¡qué gran fuente de ingresos para los presupuestos! Las concejalas y diputadas, en aras del bien común, ¿qué inconveniente tendrían en lucir publicidad de Wonderbra? O quizá podría Ana Botella convertirse en un anuncio de Cruzada Mágica de Playtex. Y el Congreso, ¿no podría rentabilizarse gestionado por alguna cadena hotelera? NH-Hemiciclo, con los dos leones sustituidos por simpáticos ositos panda, que tanto complacen a los más pequeños. Podríamos convertir las propias leyes en inmejorables soportes publicitarios; así, en lugar de hablar de la ley Wert de reforma de la enseñanza o de la ley Gallardón sobre el aborto, se conocerían (a cambio de fuertes sumas, ça va sans dire) como la Ley Santillana de la enseñanza y la Ley Bledine del aborto.
Hay que respetar la sensibilidad de los ciudadanos, no se puede entregar a intereses comerciales símbolos como la Puerta del Sol. Ahora bien, en todo aquello que carezca de importancia y que sea costumbre tomarse a pitorreo, ¿por qué no vamos a tener manga ancha y de paso ganar unos duritos, que tanta falta nos hacen?
Como solía decir Flaubert ante algo que nos asoma al abismo insondable de la estupidez: ça fait rêver!: ¡hace soñar!
Fuente: http://www.eldiario.es/cartaconrespuesta/ca-fait-rever_6_139696045.html