IMPERDÓN: MIRAR ATRÁS ES SANO Las cicatrices siguen en mi alma Cada septiembre me gritan. (Septiembre fascista, doloroso, persecutor adorador de la miseria y el capital). Son también mis cicatrices y no callan son dolorosas y rebeldes A veces también se ríen porque quieren porque pueden y porque mi risa hace ruido entre las tumbas […]
IMPERDÓN: MIRAR ATRÁS ES SANO
Las cicatrices siguen en mi alma
Cada septiembre me gritan.
(Septiembre fascista, doloroso, persecutor
adorador de la miseria y el capital).
Son también mis cicatrices
y no callan
son dolorosas y rebeldes
A veces también se ríen
porque quieren
porque pueden
y porque mi risa hace ruido entre las tumbas que ellos ocultan
Mi risa es estridente y al menos molesta a los cómplices…
Mis cicatrices no callan porque yo no quiero
no callan porque yo no olvido
no callan porque son mi historia.
Me rebelo y miro atrás
porque, feliz y sana, desobedezco el mandato de cualquier castigador.
Hacíamos trabajos voluntarios, pintarrajeábamos el frente de mi casa y cualquier muro, con consignas de la Unidad Popular. ¡No nos moverán! ¡Basta de momiaje «arqueológico»!… Si hubiéramos mirado atrás nos hubiéramos callado la boca y, sin convertirnos en estatuas de sal, la ingenuidad se nos habría arrancado del corazón y la cabeza.
¡Vivita y coleando estaba la derecha (casi tan actual como hoy). La prueba: Ya antes del 70, planeaban torturas y luego del 73 no les importó tampoco, asesinar a niños.
COKE, DENRIO, CHEQUE Y LAS DEMÁS
Nos eran mis amigos, eran mis compañeros grandes. Me buscaban en las tardes de sábado para vender parafina y llevarle la contra al frío y al acaparamiento en las bodegas de unos almaceneros arribistas (que igualmente vivían en población).
Coke, Denrio y Cheque no renegaban de las calles en que vivieron. Yo tampoco. Amigos no es la palabra correcta, compartíamos ideales, pocos carretes a los que yo (preadolescente) pudiera ir, y domingos de trabajos voluntarios. Si la cosa se ponía turbia ahí estaban ellos, esos adolescentes, sintiéndose invulnerables. Jorque Pacheco tenía 20 años, Ernesto Mardones (Cheque) 19, y Denrio Alvarez, 17. Los tomaron en diciembre cerca de la Plaza Chacabuco de Independencia, se los llevaron vivos al regimiento Buin y sus familias debieron ir a retirar sus cuerpos acribillados algunos días después, al Servicio Médico Legal.
Se los llevaron con otr@s 17 compañer@s, algunas de 14, 15 y 16 años, que quedaron vivos y con preguntas obsesivas y horrorosas a medio decir… «¿Por qué lo mataron a él y no a mí?», «¿cómo no hice nada cuando escuché que lo torturaban en la sala de al lado?»…
A su alrededor habíamos otras y otros que esa vez no fuimos presos: madres, algún padre, pololas, atracantes, protegidas como yo, y decenas de vecinos… Pocas gritaron y denunciaron. Muchos, como la mujer de Lot (que la Biblia parece ni nombrar porque es sólo la mujer de un hombre) fueron amenazados de ser convertidos en estatuas de sal, y entonces callaron. Otras pasaron por mi lado y cuando me vieron llorando, dieron vuelta la cara para no saludarme o no verme. Más de alguno indicó el número de nuestras casas, no faltó el que se sonrío cuando me vio caminando las dos cuadras que separaban mi casa de la de Denrio, con la esperanza de que no fuera cierto que iba a ver su cuerpo destrozado.
También hay quienes quedaron detenidos en el tiempo, enjaulados en recuerdos culposos, y no falta el que cree que «para sanar hay que perdonar» compulsivamente y justamente por ello, profundiza sus heridas o las niega.
SI HUBIERAN PODIDO ELEGIR, ESTARÍAN VIVOS
Denrio, que creo que ese Once Maldito tenía sólo 16, era un mateo y líder estudiantil y estuvo presente en varios de mis miedos, ayudándome a correr cuando los fachos, antes del golpe, nos perseguían con linchacos por las calles del barrio. Coke eternamente sonriente, tal vez por todos los pitos que se fumaba, solía hacerme señas desde la plaza -el chiste siempre-, Cheque -sin plata, esperando cada fin de mes el cheque de un padre ausente- proponía tareas en el FAIJ, Frente Amplio de Izquierda Juvenil. Tareas a las que me rebelaba, porque era posible hacerlo en esa orgánica no partidista y horizontal y porque por más chica que fuera, fui respetada. A ellos no siempre les pasaba lo mismo con los adultos. Recuerdo frases sueltas de cuando no se tragaban ciertas maniobras de los partidos adultocéntricos de la izquierda tradicional. Muchas veces juzgados por «hacerle el juego a la derecha», y acusados, parece, de no haberse leído EL Capital.
Mis compañeros no eran políticamente correctos (¡gracias diosa!), su discurso era infantil (tal vez), acaso hasta ignorante, pero existieron y estuvieron. Y específicamente ellos y ellas, son parte de la vida que much@s de nosotr@s, hasta ahora conservamos.
Entre los vivos y los asesinados, hubo los que me tenían el corazón preadolescente derretido con su empeño insistente en que el mundo se podía cambiar, y también alguna a la que yo quería ser igual de hipi, de rebelde y de desafiante del machismo de todos (incluidos los muertos). El día que se los llevaron al Regimiento Buin, me protegieron. Les preguntaban por todos los «miembros» del FAIJ -tremenda maquinaria- y ellos no nos nombraron. Yo digo que por desconcierto. Los imagino confundidos con ese horror que no vislumbramos ni en nuestras peores pesadillas infantiles, los imagino ante el absurdo de interrogatorios que mencionaban a niñas más chicas que ellos…
A los muertos, haber sido ejecutados, y a los vivos, el sufrimiento o la tortura, no los hace mejores de lo que fueron, ni más sabios (menos que menos «heroicos», palabrita fatalmente jerárquica). No sé dónde estarían hoy, supongo que igualmente repartidos entre el dolor, el silencio, la renegación, la rebeldía (y otras opciones posibles), pero eso no cambia ni un ápice el crimen cometido. Ellos y ellas, no tenían por qué morir ni pasar por eso, por el solo hecho de haber tenido ideas en la cabeza y pasión en el cuerpo. Los muertos, si hubieran podido elegir, estarían vivos, pero los acusaron de «intentar fugarse», aunque las ráfagas las tenían en el pecho.
Sus cicatrices son parte de mi historia personal, y aunque le pese a los que «están cansados de la cuestión de los Derechos Humanos», también son parte de la Historia genocida de este $hile rastrero, que pretende reconciliarse con quien nunca le ha pedido perdón, ni se ha arrepentido de nada.
Rescato el pagano imperdón que sana desde la legitimidad de quien sabe que ha sido humillado, pero no aniquilado, ni silenciado.
No podrán convertirnos en estatuas de sal, miremos a donde miremos. Nuestros ojos son libres de ver y nuestros corazónes dueños de seguir sintiendo lo que sientan. Las únicas estatuas de sal aquí, son los que se llevan la vida por delante queriendo negar la Historia. Son ellos los que están realmente inmovilizados.
No me asustan sus amenazas…
…o me asustan, pero lo enfrento.
Mis cicatrices lo mismo
porque a veces se mandan solas
(son autónomas)
y si ellas pueden vivir y bailar
entonces yo también
Lo que es yo
miro a dónde quiero
cuánto quiero
cuándo quiero
Y como quiero.
Victoria Aldunate Morales es miembro de Memoria Feminista y Feministas Autónomas
[email protected]
feministautonoma.blogspot.com