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Sobre la candidatura alternativa a las elecciones europeas

Calla(ba)mos pero no otorgamos

Fuentes: Rebelión

Si finalmente llego a publicar esto, estaré rompiendo la promesa que me hice a mí mismo de no hablar más de este tema, a no ser que se me pidiera y, de momento, nadie más me lo ha pedido. Pero el aluvión de textos, artículos y opiniones a favor de la participación en los aparatos […]

Si finalmente llego a publicar esto, estaré rompiendo la promesa que me hice a mí mismo de no hablar más de este tema, a no ser que se me pidiera y, de momento, nadie más me lo ha pedido. Pero el aluvión de textos, artículos y opiniones a favor de la participación en los aparatos del estado capitalista, vía electoral, es tan «enorme» y contrasta tanto con la falta de respuesta, que me pongo malo por momentos.

En primer lugar, lo primero que llama poderosamente la atención ya sea leyendo los artículos que se publican o hablando con los defensores (nuevos o no) de las opciones electoralistas es lo rápido y monolíticamente que se han asentado una serie de «verdades» que hay que analizar para poder arrojar luz si queremos que tenga lugar un debate y que este sea desde el respeto.

Estas «verdades» serían, y puedo dejarme algunas: 1) Estamos ante un momento histórico; 2) el 15M ha abierto una puerta (ventana, trampilla, tragaluz,…) que hay que aprovechar ya, porque se está cerrando; 3) si dejamos las instituciones al enemigo habremos perdido; 4) los que no estén (estemos) de acuerdo son unos puros (entiéndase como anquilosados en la ortodoxia inmovilista, sectarios y demás).

Los desgranaré en orden inverso al enunciado, probablemente porque el que más me duele es el último. 

4) Los que no están de acuerdo son unos «puros». Lo primero que debo decir de este argumento es, sencillamente, que no es un argumento. Es una acusación. Tenemos la mala costumbre, en política, de dejar de lado el debate de fondo para comenzar con el lanzamiento de mierda. En este año largo que llevo discutiendo este «novedoso» tema casi siempre he empezado o terminado la charla escuchando que lo que me pasa que estoy anquilosado en posturas anticuadas. Que me ciega mi ideología.

Esta actuación tan cotidiana (en la prensa, en la radio, en la televisión, etc.) es muy dolorosa por quién la realiza ahora. No me duele que un tertuliano mercenario me llame «radical de izquierda» cuando quiere eludir un debate de fondo. No me sorprende que en este país, aún hoy, se empiece hablando de la subida de la luz o de la huelga de Panrico y no sepas muy bien cómo, acabes hablando de Bildu y ETA. Lo que duele e indigna es que aquellos que hasta ayer recibían (y reciben) el mismo trato del poder, nos lo profesen a nosotr@s. Que se queden tan anchos zanjando el asunto así.

Atacar al mensajero, al emisor del mensaje, pretende, siempre, distraer el debate y, en último término, desvalorizar su mensaje habiendo desvalorizado a quién lo defiende.

3) No podemos dejar las instituciones al enemigo. Esta aseveración, así expuesta, me parece terrible. Primero porque obvia que las instituciones del estado capitalista son las instituciones del enemigo. Y difícilmente podremos derrotar al enemigo con sus propias instituciones. Me parece un error no recordar las lecciones que la historia de las derrotas revolucionarias nos ha enseñado. El poder y sus instituciones tienen sus propias dinámicas y, aunque tengamos representantes electos en ellas, no podemos ni cambiarlas ni revertirlas.

Por otro lado ya le dejamos las instituciones al enemigo en el pasado. No las suyas, sino las nuestras. Lamentablemente cuando dejamos que los sindicatos, las asociaciones de vecinos, los grupos ecologistas y demás, empezasen a cobrar subvenciones, a anquilosarse y a jerarquizarse, renunciamos a las instituciones que nos eran propias. Las que habíamos construido, se las regalamos. Ya no son nuestras tampoco. Son solo apéndices para-ministeriales con la función de dar carta de validez a lo que el enemigo legisla. Que conste que en ningún momento hablo de sus mermadas y menguantes bases, sino de la función institucional que han adoptado con el tiempo.

 

 

2) El 15M ha abierto una ventana que se está cerrando. Como las otras «verdades» de l@s compañeras electoralistas se trata de reorientar un hecho cierto e indiscutible de tal forma que parezca que señale el punto hacía el que yo mismo me dirijo, pues también pienso que el 15M abrió una puerta, pero no que se esté cerrando. El 15M abrió la puerta que separaba a los militantes activos de ese porcentaje de ciudadanos que, en otras circunstancias, en otra sociedad, hubiese estado ya militando. El 15M, que no lo provocamos ninguno de nosotros, sino el hartazgo generado por el sistema en su conjunto, viene a unir a los presentes con los ausentes en la lucha por un mundo justo. Y esa puerta ya no se puede cerrar. Otra cosa muy distinta es que el primer ciclo de lucha y descontento se esté deshinchando.

Pero ver un ciclo descendente como una tragedia, en lugar de como un momento de reflexión, análisis, formación y reorganización (aunque propio de la sociedad de consumo, urbana y desenfrenada que vivimos) es un nuevo error.

El crecimiento ilimitado es una falacia, lo siento, se pretenda esto en el capital o en lo social. Necesitamos estos periodos para reagruparnos. Ni la historia ni el mundo se acaban mañana. 

1) Estamos ante un momento histórico. Este argumento me encanta. Como historiador (aunque nunca terminase la carrera), esta aseveración me llena, a partes iguales, de estupefacción y risa. Más allá del hecho de que todos los momentos son, más o menos, históricos, me da la sensación de que lo que se pretende al afirmar esto, no es sino dar una sensación de apremio, de responsabilidad, que atore al interlocutor.

Y mi pregunta es ¿cómo de histórico? ¿Más o menos histórico que la transición, que la caída del muro de Berlín, qué la batalla de Seattle y sus réplicas europeas, que el 11M del 2004 o que la triple corona de «La Roja»?

Por sí solo, claro está, es un argumento muy flojo. Pero si se le suma la puerta que se cierra, los reflujos de movimiento, las instituciones del estado «secuestradas» y que el resto de la oposición revolucionaria no existe por inmadura o sectaria el resultado es que los caminos se van cerrando en torno a la «lógica aplastante» de quienes ahora (o siempre) han visto la salida electoral como una herramienta de lucha revolucionaria.

Una vez más nos enfrentamos a esa visión tan nuestra de que el momento histórico que estamos viviendo es el más importante. De que nosotros somos el centro de la historia, de que es ahora o nunca.

Y así, reflejo fiel pero a contra dirección de la sociedad que decimos combatir, es muy difícil pensar en perspectiva.

Como dijo el poeta: «La jugada es perfecta».

Ahora bien, de dónde pienso yo que viene estas prisas y estas medias verdades; estas urgencias, parlamentarias o municipalistas, poco definidas incluso entre compañeros de toda la vida. Es complejo.

España (mientras exista, por comodidad, utilizaré este término) ha tenido una historia muy particular que la llevó de estar a la vanguardia obrera mundial (y cultural en sentido amplio) en los años 30, a la retaguardia, en todos los sentidos, a partir de los años 40. Desde que perdimos, vamos.

El franquismo y la transición hicieron su trabajo y nuestro país se quedó entre dos mundos, quedándose con lo peor de cada uno de ellos. Individualismo, egoísmo, patriarcado, nula cultura democrática, corrupción política, económica e institucional y un largo etcétera de factores que nos han moldeado como sociedad y como movimiento político.

Para colmo, desde el referéndum de la OTAN, la izquierda revolucionaria (sectaria o no según el caso) se quedó aislada en un entorno que ni la necesitaba ni la quería. Sola, en una particular travesía por el desierto que solo se animaba con algunos espejismos puntuales que no pasaron de eso, de espejismos. En la que los que denunciábamos el modelo y sus consecuencias éramos tildados de locos, de soñadores irreales aferrados a una ideología, que se negaban a ver la realidad ¿nos suena? Y en eso llegó el 15M.

No me meteré en ese fregado porque ni estuve, ni estoy, ni soy quién.

Pero a determinados sectores de la izquierda revolucionara les está pasando con el «reflujo» de las mareas y el 15M como a muchas personas cuando se acaba una relación amorosa muy intensa: que lejos de aceptar que la vida tiene ciclos y que lo mejor es recuperarse para estar mejor preparada para la siguiente relación están dispuestos a cualquier cosa, a lo que sea, para retrasar un inevitable final. Incluso aun sabiendo que no funciona.

Porque, compañer@s, ya sabemos que, sencillamente, determinadas estrategias no funcionan.

No es una discusión filosófica. No estamos en 1850. No están todas las vías por explorar. Hay vías que están saturadas y otras casi sin tocar. Y esa es la apuesta.

Pretender aupar a compañer@s a los aparatos del estado capitalista para que desde dentro hagan no sé qué es como si la estrategia del feminismo fuese insertar a hombres de confianza en la jerarquía católica para acabar con su discurso patriarcal.

En los últimos doscientos años una de las causas de las constantes derrotas de la izquierda revolucionaria ha sido precisamente lo que estamos viviendo ahora. El «enemigo» interior. La premura del ahora que nos ha llevado descuidar la coherencia entre medios y fines. La esencia misma del cambio.

No se entienda esto como un abandono de las luchas concretas, ni mucho menos. Pero para defender lo público y parar las privatizaciones las urnas no son el único camino, ni siquiera un camino necesario. Y parece mentira que esto haya que recordarlo en un país que logró la jornada de ocho horas después de una huelga ilegal de 44 días.

Para terminar, me gustaría añadir que soy moderadamente optimista con el futuro a medio largo/plazo de nuestras aspiraciones revolucionarias. Soy de los que piensan que no es una «crisis» sino un cambio de paradigma y precisamente por eso es más importante aún no caer en urgencias irreales y plantearse y debatir (desde el sosiego y no desde la frustración por las derrotas acumuladas) cuál debe ser el camino. Y este camino vendrá a su vez determinado por cuál sea nuestro destino.

No se trata de lo que nos gustaría, sino de lo que hay. Y lo que hay es que no tenemos gente suficiente (ni en cantidad ni en calidad), pese al aumento de la militancia, para volver a intentar una lucha en dos frentes (institucional estatal-institucional revolucionario). No tenemos aún un movimiento de base real, consolidado y experimentado. No tenemos herramientas de control de cuadros. No tenemos, siquiera, la credibilidad frente a la gran masa social, algo que nos distinga, llegado el caso, del resto de la casta «política». Y lo que ha habido, cuando hemos dispuesto de todo eso, es que la participación en los aparatos del estado capitalista (ganado o conquistado pero nunca controlado) es que esos movimientos se han marchitado en el empeño de lograrlo; llegando a ser, sí, los mejores gestores del sistema del enemigo, pero nunca los promotores de un verdadero sistema socialista. En puridad no tenemos nada de lo que sería necesario para aquello que decís querer afrontar. Y lo que deberá haber, si queremos de verdad ganar, como decís muchos, no es un movimiento que forme mejores y más honrados gobernantes, sino que conciencie al pueblo de que él solo puede gobernarse y sea, por tanto, invencible.

Como siempre me da la sensación de que me dejo muchas cosas, pero tampoco se trata de escribir, ni lo pretendo, el texto definitivo desde el campo libertario, desde donde espero que alguien más responda y con más acierto.

Por otro lado espero no haber caído en algunas de las cosas que critico y que nadie pueda sentirse ofendido. Si es así, pido disculpas.

No he entrado en determinados temas en profundidad (si es mejor presentarse a las europeas o a las generales, Pablo Iglesias sí, o no, etc.) porque es otro debate una vez aceptada esa vía. Mi pelea es para que no lleguemos a eso, porque pienso que nos retrasaría otros cuantos años en nuestro camino.

Por último, aún a riesgo de ser redundante, no tengo las respuestas. No sé el camino a seguir. Pero pienso que si sé cuál no es, ya, definitivamente, el camino a seguir. Y, además, confío en que llegado el caso, si trabajamos bien, la gente, el pueblo, nos mostrará el camino. 

 

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.