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Itoitz, una amenaza para la población

Cambiar de hogar por temor a una catástrofe

Fuentes: Gara

La construcción de la presa de Itoitz y el llenado del pantano ha cambiado por completo la vida de muchas personas de Agoitz, la localidad más cercana al embalse. El temor, incluso el terror, a que algún día ocurra una catástrofe, ha impulsado a algunos vecinos del pueblo a dejar su hogar e irse a […]

La construcción de la presa de Itoitz y el llenado del pantano ha cambiado por completo la vida de muchas personas de Agoitz, la localidad más cercana al embalse. El temor, incluso el terror, a que algún día ocurra una catástrofe, ha impulsado a algunos vecinos del pueblo a dejar su hogar e irse a vivir a otro sitio. Otros muchos no pueden hacerlo.

El día 1 de marzo de 2004, hace ahora cuatro años, se registró en el entorno de Itoitz el primer terremoto provocado por el llenado del embalse. Ocurrió a las 4.44 de la madrugada y su epicentro estuvo localizado en el pueblo de Lizoain. Su escasa magnitud (1,4 grados en la escala de Richter) y el hecho de que se produjera en plena noche, hizo que aquel seísmo pasara prácticamente desapercibido para la población. Sin embargo, aquel temblor de tierra sólo era el primer aviso. Desde entonces se han registrado nada menos que 1.892 terremotos, lo que tiene en vilo constante a la población. El «penúltimo» se registró el pasado día 8, aunque en realidad fueron tres casi seguidos. Los tres tuvieron su epicentro en Nagore y, al igual que hace cuatro años, se produjeron de noche y pasaron desapercibidos para los habitantes de la zona. Sin embargo, no pasan desapercibidos para los sismógrafos, testigos de que los terremotos se suceden sin cesar y de que nueve de ellos han superado la magnitud de 3 grados en la escala de Richter. Cuando la tierra tiembla con esa intensidad, la población no necesita de aparatos para darse cuenta de que ha habido un terremoto de cierta envergadura.

El primer seísmo que superó la magnitud 3 se produjo el 16 de setiembre de 2004. Tuvo su epicentro en Iruñea, localidad que en línea recta apenas dista 30 kilómetros del embalse de Itoitz, y alcanzó una magnitud de 3,2. Sólo un día después se registró otro de magnitud 3,1 con epicentro en Nagore, localidad situada a escasa distancia de la zona inundada por las aguas.

La alarma se expandió de forma generalizada entre la población, pero lo peor todavía estaba por llegar. Un día más tarde, el 18 de setiembre de 2004, los vecinos se sobrecogieron con el mayor terremoto registrado desde que comenzó el llenado del embalse de Itoitz. A las 12.52 la tierra volvía a temblar, pero en esta ocasión con una magnitud de 4,6 en la escala de Richter. El epicentro se ubicó en Lizoain, y los habitantes de la zona todavía no se habían repuesto del susto cuando, sólo unos minutos más tarde, tuvo dos réplicas de 3,4 y 3 grados; en ambos casos el epicentro se localizó en el término municipal de Nagore.

Ese mes de setiembre de 2004 finalizó con un nuevo terremoto de más de 3 grados de magnitud (concretamente 3,8) y con epicentro en Lizoain. En octubre del mismo año, un nuevo terremoto alcanzó la magnitud 3,4 y un mes después se produjo otro de 3 grados, ambos con epicentro en Nagore. A partir de entonces transcurrieron casi tres años hasta que se volviera a registrar otro seísmo de similar intensidad. Fue el 28 de agosto de 2007, su epicentro se localizó en término de Itzalzu y se le otorgó una magnitud de 3,2 grados.

Nueve seísmos de más de 3 grados

Así pues, en estos últimos cuatro años ha habido nueve terremotos que han alcanzado los 3 grados de intensidad. A ellos hay que añadir los cientos y cientos de seísmos de menor intensidad que se han ido repitiendo sin cesar. El listón más alto lo puso mayo de 2007, con nada menos que 238 terremotos de los 1.173 que se registraron en todo ese año. La situación ha continuado de forma similar en 2008, con 39 temblores en enero y otros 93 en febrero. De forma paralela a los temblores de la tierra, los «temblores» de la población también se han mantenido a lo largo de estos cuatro años, hasta el punto de que algunos vecinos de Agoitz han optado por marcharse a vivir a otros lugares ante el temor de que cualquier día ocurra una catástrofe. Uno de ellos es Rafael Aristu, arquitecto que vivía en esta localidad situada al pie del embalse y que en marzo de 2007 optó por irse a vivir a Iruñea.

«Como yo estoy en la Coordinadora de Itoiz -comenta- me ha tocado estar personalmente tanto con Antonio Casas como con Arturo Rebollo, dos ingenieros con los que he visitado en varias ocasiones la zona del embalse. Los dos están convencidos de que en Agoitz va a ocurrir un desastre. `No se te ocurra quedarte aquí’, me decían, y me han convencido».

Rafael Aristu nació en Agoitz y ha vivido allí la mayor parte de sus 47 años. Sus dos hijas, de 13 y 7 años, se habían criado en el mismo lugar. A pesar del apego que todos sentían hacia su pueblo, optaron por tomar una decisión difícil. Cuando el agua del embalse de Itoitz alcanzó una cota que consideró peligrosa, Rafael Aristu convenció a su familia para dejar el hogar de Agoitz y marcharse a vivir a Iruñea.

«Aquí no estamos mal, pero no estamos tan bien como cuando vivíamos en Agoitz -confiesa Aristu-. Mi mujer y yo estábamos muy a gusto, y las hijas también. Ahora se han adaptado muy bien a la nueva ikastola y no tenemos problemas de ningún tipo. Vivimos más tranquilos, sin ese temor constante a que ocurra una catástrofe, pero siempre te queda ese malestar de haber tenido que dejar tu pueblo».

Orreaga Cosín también ha vivido en Agoitz desde que nació, hace 37 años, pero el 26 de setiembre de 2007 (la fecha se le ha quedado grabada en la memoria) dejó su hogar y se marchó a vivir a Uharte con su marido y sus dos hijas de 6 y 4 años. «Hasta no tener a mis hijas, mi marido y yo seguimos viviendo en el pueblo, pero luego comenzamos a ver las cosas de otra manera-recuerda Orreaga Cosín-. Yo pertenezco a la Plataforma de Vecinos Amenazados por Itoitz, y creo que me ha influido mucho el hecho de estar muy al día de lo que estaba ocurriendo con esta obra. Supongo que cuanto más información tienes, es más fácil que al final tomes la decisión de irte del pueblo. Si realmente crees que existe un peligro, algo tienes que hacer».

«Esto es algo muy duro»

Pero el cambio de hogar no ha sido fácil, según reconoce esta ex vecina de Agoitz. «Ha sido muy complicado. Emocionalmente es algo muy fuerte. Yo necesité incluso la ayuda de un sicólogo. Mi marido y yo tenemos toda la familia y amigos en Agoitz, y no nos queríamos ir ni mucho ni poco. Desde el año 1999, en que empezaron a hablar de los riesgos del embalse, ha sido un proceso que ha ido a más y más, hasta que al final decides irte. Esto es algo muy duro -reconoce-. La verdad es que sientes tristeza por no poder hacer nada frente a la imposición del pantano y tener que abandonar tu pueblo».

Orreaga Cosín conoce a otras parejas de Agoitz que han decidido irse a vivir a otro lugar, y también a varios vecinos que se quieren marchar y no pueden por falta de medios. «No sé si nosotros somos unos privilegiados por haber podido irnos del pueblo. Lo que sí está claro -remarca- es que no podíamos vivir con esa tensión de pensar que en cualquier momento podía ocurrir una catástrofe. La única forma de no estar siempre en vilo y de no sentir los terremotos es yéndote de allí. Ahora duermo mejor, he recuperado la tranquilidad que había perdido, aunque no puedes evitar el seguir temiendo por la suerte de los familiares y amigos que se han quedado en el pueblo», añade esta ex vecina de Agoitz.

Merche Larraza nació en Sakana pero ha pasado 35 años de su vida en Agoitz, hasta que en octubre de 2006 decidió mudarse a un barrio de Iruñea. «Tomamos la decisión debido a la inseguridad que yo sentía ante los continuos terremotos y los extraños ruidos. Aquello me condujo a un estado preocupante. Me encontraba mal, no dormía, tenía taquicardias, vivía angustiada. Los terremotos me descontrolaban de tal manera que no sabía qué hacer. No descansaba, me sobresaltaba mucho y acabé un tanto desquiciada», confiesa.

A raíz de un fuerte terremoto que se sintió nítidamente en Agoitz, la situación de esta vecina todavía se complicó más. «Aquello me produjo un gran sobresalto. Pasé mucho miedo. En otra ocasión -recuerda- estábamos a las doce de la noche en la cama y de repente noté un ruido. Me levanté, empecé a mirar por la casa y vi que todos los azulejos del baño estaban en el suelo. Me metí a la cama descompuesta, y al día siguiente me enteré de que otros vecinos también habían sentido ese gran ruido».

En su casa de Agoitz tenía varias grietas provocadas por los terremotos, que le causaban una gran impresión. Merche Larraza se integró en la Plataforma de Vecinos Amenazados por Itoitz. Aunque los políticos que impulsaron el proyecto les acusaban de ser unos «alarmistas», ella estaba convencida de que podía ocurrir una catástrofe similar a la que causó 2.000 muertos en Vanjont (Italia).

«Mi marido no quería marcharse de casa, y de hecho todavía echa mucho en falta el ambiente del pueblo. Mis tres hijos se han adaptado bien pero siguen yendo al pueblo cuando les apetece. Reconozco que a ellos la obra de Itoitz no les ha afectado tanto como a mí. Yo lo he pasado muy mal, pero ahora he mejorado muchísimo. Aquí puedo dormir, comer, hacer vida normal, aunque a veces -matiza- me siento mal porque veo que mucha gente del pueblo sigue sufriendo con los terremotos».

Aunque admite que lo pasa «bastante mal», sigue acudiendo los fines de semana a Agoitz y comprobando que sus familiares y amistades también viven preocupados por la constante sucesión de terremotos. «Hay muchas personas en la misma situación. No hay derecho a lo que están haciendo con nosotros», afirma, al tiempo que anuncia la posibilidad de interponer una demanda judicial por el hecho de que se hayan visto obligados a tener que abandonar su hogar por temor a una catástrofe.

La especial situación que vive Agoitz por su cercanía al embalse se refleja también en el mercado inmobiliario: es uno de los pueblos donde existe una oferta mayor y más barata de viviendas de segunda mano.