El cine ha retratado sin piedad el lado oscuro de las campañas electorales. Y ese lado es siempre más extenso que el luminoso.
Fotograma de Los idus de marzo
A principios de la década de 1930 Ilyá Ehrenburg publicó Fábrica de sueños , un libro sobre Hollywood divertidísimo por su sarcasmo y con la cualidad de las obras maestras: cambiando un par de nombres, es igual de actual entonces que hoy. En aquel análisis, Ehrenburg se destapaba con frases como esta: «Cada ciudadano deposita su voto creyendo que vota por quien desea votar. No obstante, sabemos que en realidad vota por quien queremos que vote . He ahí la inviolable regla de la democracia. Porque si a los obreros les diera de pronto por votar por obreros, nuestro país [habla de Estados Unidos] se convertiría en la salvaje Moscovia».
En honor a la verdad, hay que decir que el audiovisual americano ha asumido esta crítica y ha construido a partir de ella títulos enormes sobre las (sucias) tripas de los procesos electorales. Hay dos temporadas de El ala oeste de la Casa Blanca (las que corresponden a la reelección del presidente Bartlet y a la campaña del chicano Matt Santos) en las que Aaron Sorkin se ocupa de esta oscura trastienda en la que conviven lo siniestro y lo esperanzador. Pero hay muchos más ejemplos. Veamos cinco de ellos.
El político (Robert Rossen, 1949)
Broderick Crawford ganó el Oscar por un papel con el que fijó para siempre el retrato del político corrupto. Empieza siendo honesto, ingenuo, bienintencionado, populista… y acaba asumiendo su papel de títere de los poderes económicos. Al principio cree que puede convencer a los votantes con razones, con datos, con la verdad. Rápidamente le señalan su error: «Diles que acabarás con esos cabrones y olvida lo de los impuestos. Hazlos reír o hazlos llorar. Enfádalos, crea polémica, eso les gustará. Pero no trates de alimentar sus mentes». Les suena, ¿verdad?
El último hurra (John Ford, 1958)
El viejo Frank Skeffington (Spencer Tracy) encara su última campaña para ser reelegido alcalde. Es un irlandés campechano, progresista y astuto. Tiene experiencia de gobierno y conoce todos los trucos, los que son legales y los que no lo son tanto. Pero sabe que la política tradicional ha cambiado y que su tiempo se acaba. A su manera, anticipa nuestra telecracia: «¿Cuál consideras tú que es el deporte más importante del país hoy en día? ¿El béisbol? ¿El baloncesto? Pues no. Es la política. Millones y millones de personas la siguen cada día en los periódicos, la radio y la televisión. Creo que las viejas campañas políticas en unos años se extinguirán como un ave primitiva. Todo será por televisión y por radio».
Lo de la política convertida en deporte algunos se lo han tomado al pie de la letra. Los programas políticos más exitosos son una especie de Carrusel Deportivo con múltiples conexiones fuera del estudio. El presentador corta a los contertulios al grito de «¡atención!», como el locutor que anuncia un penalti. Y en una esquina de la pantalla hay un reloj con una cuenta atrás que marca las siguientes elecciones. Como pasa con el baloncesto. O con las bombas.
El candidato (Michael Ritchie, 1972)
Otro Oscar merecido, en este caso para un guion que explicaba la transformación de un trabajador social idealista y comprometido con la ecología en un político del montón. A fuerza de repetir sus eslóganes de campaña termina por no encontrarles sentido, aunque lo tuvieran en un principio. «No estoy hablando con nadie y no estoy diciendo nada», se queja a su jefe de campaña. «Tú enseña la cara. Eso es lo que hay que vender primero», le contesta este. Y, claro, su cara es la de Robert Redford. Como para no vender. En su descargo hay que decir que consigue zafarse del marco dialéctico impuesto por su rival político en las elecciones: cualquier cometido local, como construir hospitales o gestionar mejor el agua, la derecha lo convierte en una decisión de máximos entre libertad o gulag.
Los idus de marzo (George Clooney, 2011)
No existe el candidato perfecto. Todos tienen sombras, incluso uno que cree que la religión no debe entrar en el debate político, que está en contra de la pena de muerte, que se opone a las guerras de Iraq y de Afganistán, que quiere descarbonizar la economía estadounidense y que tiene la cara de George Clooney. Ni siquiera él es perfecto, aunque su asesor en las primarias del Partido Demócrata (Ryan Gosling) cree que sí. «Tiene que ganar», le dice a la periodista interpretada por Marisa Tomei. «Y si no gana, ¿qué? -le dice ella-. ¿Se va a desmoronar el mundo? No será tan importante en la vida ordinaria, en la vida de esos tipos corrientes que se levantan por la mañana y van a trabajar, y comen y duermen, y vuelven a trabajar al día siguiente. Si tu hombre gana tendrás trabajo en la Casa Blanca. Y si pierde volverás a tu consultora de la calle K. Eso es todo. Y tú ya sabías todo esto antes de que ese tipo te cautivara. Mike Morris es un político. Es un tipo agradable. Todos son tipos agradables. Pero te va a decepcionar. Tarde o temprano».
Brexit (Toby Haynes, 2019)
El título definitivo sobre los procesos electorales modernos. Esta historia de terror cuenta la campaña del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. El estratega Dominic Cummings usó el Big Data para el enfoque selectivo de votantes. Los datos se los proporcionaron (en una maniobra presuntamente ilegal que sigue bajo investigación) las empresas AggregateIQ y Cambridge Analytica. A través de Facebook, Cummings envió mil millones de anuncios personalizados a ciudadanos desencantados que podrían inclinar la balanza a favor del Brexit. Las fake news distribuidas por este método (como la entrada de Turquía en la Unión o que el Reino Unido pagaba a Bruselas 350 millones de libras semanales que podrían recuperarse para el Sistema Nacional de Salud) contaminaron el debate político. Y el resto es historia. Steve Bannon tomó el testigo e hizo presidentes a Donald Trump y Jair Bolsonaro. Hoy trabaja con Salvini y con Vox. Pero la tecnología no es el mal, solo dio el empujoncito final. El mal ya estaba ahí, en forma de nacionalismo y neoliberalismo. «No me había dado cuenta. Y ya es tarde. Su campaña empezó hace 20 años. O más. Un goteo ininterrumpido de miedo y odio que nadie ha querido contrarrestar. O peor, porque nosotros echamos leña a ese fuego», se lamenta el director de comunicación de David Cameron en la película.
Fuente: https://www.lamarea.com/2019/11/05/campanas-electorales-de-pelicula/