Que a algunas personas a las que les agrada salir a dar un paseo por el monte les cause temor hacerlo no ha de resultarnos sorprendente, pues la probabilidad de ser alcanzado por el disparo de algún escopetero existe, y echándole un vistazo al número de heridos y muertos humanos cada año en «accidentes de […]
Que a algunas personas a las que les agrada salir a dar un paseo por el monte les cause temor hacerlo no ha de resultarnos sorprendente, pues la probabilidad de ser alcanzado por el disparo de algún escopetero existe, y echándole un vistazo al número de heridos y muertos humanos cada año en «accidentes de caza», por cierto que ésta no es pequeña.
Me dirán que ahora que la temporada cinegética ha llegado a su fin en Galicia, desde donde escribo, ya no existe el menor peligro en darse una vuelta por caminos forestales y por arboledas. Ha terminado, sí, sí pero no, es decir, que todavía tenemos por delante los campeonatos de caza del zorro. ¿Conservación, actuaciones para coadyuvar al equilibrio de los ecosistemas, defensa propia?, no, qué va, no es nada eso, se trata de un acontecimiento deportivo con trofeo para el que mate más. Los cadáveres se cuentan, se honra al que haya acumulado el mayor número y después, se los lleva una empresa de gestión de residuos.
Claro, que se imaginarán que el calendario de estas exterminaciones es público así como las zonas en las que se perpetrarán, por lo tanto la solución para que los seres humanos no corran el riesgo de que un juez tenga que ordenar el levantamiento de su cuerpo, está en informarse y en no aparecer por esos lugares. Pues complicado también, porque he aquí que por miedo a las protestas de los piden respeto para los derechos de los animales, esos datos se están manteniendo en secreto, a pesar de la obligatoriedad de divulgarlos con la antelación suficiente.
La legalidad de una actividad no trae necesariamente de la mano su calidad moral ni convierte en beneficios los perjuicios que acarrea. Hace pocos años, estas matanzas con premio eran anunciadas porque no era común todavía una conciencia colectiva acerca de lo perentorio de abolir prácticas tan innecesarias y crueles, pero hoy en día que sí existe ese compromiso e inquietud, sus promotores las esconden porque no han variado las terribles consecuencias de su celebración, pero tampoco lo han hecho las razones sádicas y rastreras de quienes las llevan a cabo, ahora simplemente tratan de pasar desapercibidos sabiendo que la naturaleza perversa de sus justificaciones engaña cada vez a menos ciudadanos. En esta línea, últimamente también efectúan el recuento de asesinados a puerta cerrada, pues saben que la visión de ese manto conformado por masas sanguinolentas allí donde antes había vida salvaje, es un motivo más para revolver las entrañas de quienes no aceptan ese culto a la destrucción.
La Administración, mientras los cazadores cubren el monte de sangre, de trampas, de cebos envenenados, acaban con hembras que están cuidando a sus camadas o machos que les llevan alimento, terminan con la vida de sus presas naturales y les obligan a desplazarse para buscar comida y acercarse muchas veces a zonas habitadas, falsean los censos, se adentran en el furtivismo, destruyen el equilibrio de los ecosistemas y empleando la muerte indiscriminada como herramienta, pretenden ser ellos los artífices de una regulación para la que la Naturaleza ha demostrado ser sabia… mientras tanto, las instancias oficiales, ávidas del dinero que la caza les reporta y temerosas de las protestas que prohibir estos crímenes lícitos pueden suscitar, callan y les permiten seguir llevando a los montes aniquilación, sufrimiento y tragedias, tanto humanas como animales.
Matar criaturas por diversión es repugnante, convertirlo en un concurso con galardones es propio de miserables, silenciarlo para evitar las protestas es una cobardía, y que esa actitud aumente el ya alto riesgo de que algún ser humano, por desconocer su celebración, acabe al final de la jornada como los desdichados zorros, convertido en un guiñapo sanguinolento, es una temeridad intolerable y ruin por parte de los cazadores y también de los organismos oficiales que lo consienten por miedo a enfrentarse a esa horda de escopeteros.
No van a lograr sin embargo estos peculiares «atletas» anhelantes de subirse a un podio fabricado de carne, piel y huesos, ni los funcionarios que prefieren pasar de puntillas sobre el asunto, acallar la digna y justa repulsa que merecen estos cobardes campeonatos, por lo tanto, a pesar del secretismo y de todas sus artimañas, un año más tendrán que contar con la presencia de cientos de personas en el monte durante sus crueles batidas de zorros, activistas que serán testigos y denunciantes de cómo el llamado «deporte de la caza», no es más que la constatación de la agresividad y el sadismo de algunos hombres que encuentran placer en matar.
La caza no representa sostenibilidad, sino que altera de forma trágica la cadena de supervivencia y sus efectos, se extienden no sólo a las especies cinegéticas, sino a muchas otras por la interdependencia natural de todas ellas. La caza tampoco es subsistencia, no a día de hoy y menos cuando esos depredadores artificiales, invierten cada temporada en sus ridículos y letales equipos cifras que les servirían para llenar sus despensas durante muchos meses. La caza, como la tauromaquia, como las peleas de perros o como los circos con animales, entre otros ejemplos igual de sangrantes, es simplemente un negocio muy lucrativo para unos cuantos, y la posibilidad de dar rienda suelta a sus instintos violentos para otros muchos. La caza, es por lo tanto, una actividad peligrosa, nociva, innecesaria y que debemos de erradicar como cualquier otra forma de maltrato y muerte injustificadas.
Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.