El 1 de abril de 1939, con la emisión del conocido parte de guerra suscrito por el general Francisco Franco, se ponía teóricamente fin a la Guerra civil española. Así lo fue desde el punto de vista militar, en cuanto al cese de los enfrentamientos armados, pero una larga estela represiva continuo la guerra en forma de consejos de guerra, ejecuciones, encarcelamientos, etc.
Una de las expresiones más duras de esta guerra inacabada fue la del exilio de millares de personas de toda edad y condición que pudieron atravesar la frontera en los últimos días de enero y primeros de febrero de 1939. Con dos meses de antelación al citado parte de guerra, miles de ex-milicianos que escapaban del ejército franquista eran desarmados en Le Perthus, en el col d’Ares o en La Vajol. Cuando tras su cerrazón inicial (pues es preciso subrayar que el Gobierno de Edouard Daladier había cerrado manu militari los pasos fronterizos) dio por fin, el 5 de febrero, por fin se abrió la frontera y se dio paso a la multitud de escapados de la barbarie franquista, se estableció un drástico cribado, pormenorizado por el ministro del Interior Albert Sarraud: “A los heridos se les cura, a los viejos y niños se les deja entrar, a los soldados se les encierra”. Este era el curioso programa o fórmula de hospitalidad del Gobierno del radical Daladier.
La vergonzosa actitud del Gobierno de Leon Blum suscribiendo la política de no intervención en 1936, fue continuada con la actitud refractaria hacia los ya definitivamente derrotados en los primeros meses de 1939. Coincidiendo con el exilio de los gobiernos republicanos (Manuel Azaña- Juan Negrín; Lluís Companys y José Antonio Aguirre) y con el inminente reconocimiento del Gobierno franquista por parte de Francia, mediante los acuerdos Berard Jordana, el Gobierno francés materializaba no solo el desarme, sino el cautiverio de miles de personas refugiadas.
Las derechas francesas, tanto en el Parlamento parisino como en la prensa y en las ciudades más afectadas por la llegada de miles de personas refugiadas, desarrollaron una gran campaña de desprestigio y de rechazo a los mismas. De ese modo, querían conseguir la repatriación o la huida a otro país de exilio de quienes eran presentadas como personas “indeseables” “ejercito del crimen” “hordas de asesinos en retirada”. El Gobierno de Daladier, que desde 1938 había legislado contra las y los inmigrantes y refugiados (decreto de 12 noviembre 1938) se acobardó ante tales posturas e inicio la aplicación de esa legislación extremadamente xenófoba.
Así empezó la France des Camps, pues el paso al país vecino no supuso disfrutar de una libertad ya cercenada para siempre en la España franquista. Fue el comienzo de una inesperada reclusión en playas rodeadas de alambradas y vigiladas por toda la variedad de gendarmes y militares franceses. Estos lugares, definidos tempranamente como camps de concentration, fueron rápidamente rebautizados por la administración francesa con una amplia panoplia de términos: Campos de Acogida, Campos de Internamiento, Campos de Estancia Vigilada, Campos de Circunstancias…que nunca paliaron su verdadero carácter.
La realidad y la memoria de lo allí vivido, reflejada tanto en los testimonios contemporáneos como en el análisis histórico, deja pequeños e insuficientes dichos eufemismos. Los primeros lugares a donde se condujo a los miles de soldados fueron las playas de los pueblos del Rosellón -Argelés sur Mer, Saint Cyprien y Le Barcarés (departamento de los Pirineos Orientales). El hacinamiento en las mismas de 260 000 ex-milicianos y milicianas, sin ningún tipo de instalaciones de albergue, con la arena como suelo, el cielo como techo y el Mediterráneo y las alambradas instaladas por el ejército francés para limitar el espacio de reclusión, obligó a la administración francesa a levantar allí elementos de refugio (tiendas de campaña y, finalmente, barracones), a crear una mínima infraestructura para la supervivencia y control de esa ingente población refugiada y, finalmente, a replantearse la creación de campos construidos y repartidos por diferentes departamentos.
Este fue el origen del campo de Gurs, que levantado en las proximidades del País Vasco francés, en tierras bearnesas, entre Olorón y Navarrenx, iba a ser el campo de mayor duración temporal (abril 1939 a diciembre 1945) y de mayor paso de número de personas (60 000) de todos los similares recintos de reclusión surgidos en aquella coyuntura y circunstancias.
El ejército francés, junto al Ministerio del Interior, rehabilitó alguno de los campos militares utilizados en la Primera Guerra Mundial, pero, sobre todo, priorizó la creación de nuevos campos como los de Agde (departamento del Herault), el de Bram (departamento del Aude), el de Sept Fonds y el de Gurs (departamento de los Bajos Pirineos). Albergando cada uno de ellos en torno a 20 000 personas refugiadas, debían servir para descongestionar los primeros campos de St Cyprien o Le Barcarés.
Gurs, Bram, Agde… emergieron para hacer frente al hacinamiento, frío, insalubridad de las playas-campo como lugares de acogida y de esperanza de un relativo bienestar. En el caso de las y los vascos que se habían agrupado y coordinado mayoritariamente dentro del campo de Argelés en el subcampo de Gernika Berri, se planteó el nuevo campo como un lugar de previsible mejora de sus condiciones de exilio en reclusión y de acercamiento a su tierra originaria, aunque fuese en la vertiente francesa y, sobre todo, de un lugar donde agrupados iban a poder recibir la ayuda del Gobierno vasco, que exiliado desde 1937, estaba bien rodado en materia de asistencia a los colectivos vascos exiliados desde 1936.
Rechazado el emplazamiento para personas refugiadas en distintos municipios, como Ogeu les Bains o Navarrenx, el nuevo campo fue levantado en un tiempo record (40 días) en 80 hectáreas de las landas pertenecientes a Gurs, Prechaq Josbaig y Dognen. Cercano a Xuberoa, a escasos kilómetros de Ospitale Saint Blaise, nunca se planteó la ubicación del mismo en el País Vasco (Iparralde), dada la fuerte oposición y animadversión hacia las personas refugiadas de, entre otros, el influyente diputado ultraderechista y posterior ministro de Philippe Petain, Jean Ybarnegaray.
Pero fueron precisamente esas personas refugiadas vascas, tan atacados por Ibarnegaray, quienes entraron al campo en los primeros días de abril de 1939. Según los informes de los militares franceses, cerca de 6 000 llegaron para alojarse en los islotes A, B, C y D. A ellos les siguieron otros tres colectivos. El de los Brigadistas Internacionales y posteriormente los denominados Aviadores (del arma de aviación republicana) y el de los Españoles. Así, con 18 000 personas cautivas, rodeadas de alambradas y militares franceses, en los barros gursianos, surgió la tercera aglomeración humana del departamento, condenada a malvivir en un rectángulo de 2 kilómetros de largo y 400 metros de ancho. El campo quedó rodeado por alambradas exteriores e interiores, pues también los 13 islotes en los que estaban distribuidos los 382 barracones estaban aislados por alambradas. La población recluida no debía salir de estos islotes y, dadas las condiciones de Gurs (pluviosidad extrema, impermeabilidad del suelo, frío…), el barracón se convirtió en el refugio celular permanente y rápidamente manifestado como deficiente. En cada uno de ellos se alojaban 60 personas, reproduciendo, bajo cubierta, el hacinamiento de los primeros campos.
Cuando la supuesta provisionalidad del campo gursiano quedó desmentida por su continuidad, este se reveló como drásticamente inhumano. Obligada a permanecer en el estricto recinto de sus islotes, con unas ordenanzas propias de los regímenes militarizados, los refugiados y refugiadas pronto descubrieron que la mejora respecto a las playas de Argelés en lo que se refiere a alimentación e intemperie, distaba mucho de lo que se suponía ser un campo de acogida digna y humanitaria. Al poco de llegar a Gurs, lo sintetizó el refugiado Ander Garate “Gesalibar” en un artículo sobre el campo cuando lo cerraba diciendo : “eskubide motzak, janari gutxi eta zaindari gehiegi” (derechos recortados, poca comida y demasiados vigilantes)
La repatriación hacia el Estado español de buen número de las personas recluidas, la marcha a otros países de exilio (Chile, Mexico…) y la incorporación de bastantes a las empresas francesas necesitadas de mano de obra, sobre todo dado la movilización de sus jóvenes en el marco de la II Guerra Mundial, hizo que Gurs se fuera vaciando de forma muy notoria hacia finales de 1939. Solo el importante colectivo de Brigadistas, mayoritariamente checos, alemanes, austriacos, italianos quedaba recluido en el campo cuando se inició la contienda mundial. Y es precisamente este nuevo escenario el que conllevó la llegada de nuevos colectivos al campo en octubre de 1939 y mayo-junio de 1940.
El campo de acogida se reconvertía así en un campo para todas las personas catalogadas como indeseables, es decir, comunistas puestos fuera de la ley desde septiembre de 1939, refugiados y refugiadas de origen alemán, austriaco, italiano, radicados en Francia desde 1933, y posteriormente las y los judíos detenidos en distintas poblaciones y deportados al campo de Gurs. El eco de Gurs, vivido por militantes solidarios con la población refugiada española, les comenzó a alcanzar cuando ellas y ellos, detenidos en cárceles como La Santé, fueron trasladados a partir de junio de 1940. Porque la debacle de la III República francesa y el armisticio franco-alemán no clausuró el campo. Al revés, a los citados indesirables se añadieron miles de personas deportadas de las regiones alemanas (Baden Renania y el Palatinado). Así, aunque el campo siempre quedó en la zona y dominio del Gobierno francés de Philippe Petain, Gurs pasó a ser un eslabón más de la Europa concentracionaria nazi.
Las ya penosas condiciones de vida y muerte se agravaron extraordinariamente a partir de 1940. En noviembre y diciembre de ese invierno fallecieron 470 personas, casi la mitad de todas las fallecidas (1176) en el campo. La mortalidad en el propio recinto gursiano descendió porque a partir de 1942 la muerte se externalizó mediante el envío de miles de personas a Auschwitz. De este modo, el primitivo campo de acogida se convirtió en uno de los trágicos eslabones de la Endlösung (Solución Final) puesta en marcha por los nazis en la Conferencia de Wansee en enero de 1942. Como consecuencia de ello, en agosto y septiembre de 1942 y febrero y marzo de 1943 partieron desde Gurs,6 expediciones conduciendo a 3 907 personas para ser asesinadas en Auschwitz Birkenau. Tras la lectura en los islotes de las personas elegidas y custodiados por los gendarmes y policías franceses partieron en Convoi á destination inconnue (Convoy con destino desconocido) en camiones hasta la estación de Oloron Sainte Marie y desde allí en trenes, vía Pau- Drancy, hasta Auschwitz. La colaboración de la administración francesa fue total para organizar esos convoyes hacia la muerte en las cámaras de gas del campo nazi.
La etapa final del campo, en el epílogo de la II Guerra mundial, reflejó las ambigüedades de la Francia recién liberada. Al mismo tiempo que sirvió de reclusión para soldados alemanes y colaboracionistas franceses, recluyó a guerrilleros españoles provenientes de las fallidas operaciones del otoño de 1944. A finales de 1945, con el traslado de los soldados alemanes detenidos al campo de Beyris, se cerró aquel campo que pretendiendo ser un lugar de acogida derivó rápidamente a lugar de reclusión, sufrimiento y antesala de la muerte. Desmantelado Gurs, solo las humildes tumbas de las 1 180 personas fallecidas y enterradas allí, en el cementerio surgido junto al campo, fueron elementos y lugar de memoria durante décadas. Desalambrado el recinto y desmontadas las barracas, todo su espacio fue plantado con árboles que conformaron un bosque que, físicamente, terminaría por ocultar toda traza de aquel entramado concentracionario.
No está de más recordarlo pues, hoy y aquí, el continente europeo, desde Melilla a Calais o Dover, desde Kios a Hendaya, está sembrado de campos de personas refugiadas y Centros de Retención Administrativa, de barcos prisión, de una policía de fronteras internacional (Frontex) que con eufemismos como los de 1939, encubren y desarrollan políticas de negación de los derechos humanos más básicos para las personas refugiadas y migrantes, impidiendo su libre circulación, encerrándolas, deportándolas o dejándolos morir en las travesías del Mediterráneo, del Egeo o del Mar del Norte. Los campos de la vergüenza de 1939 siguen teniendo su lúgubre eco en la Europa de 2024.
Iosu Chueca Intxusta es doctor en Historia Contemporánea por la UPV/EHU, miembro del comité científico del “Memorial de Gurs” y analista sobre este Campo (ver, entre otros “Gurs: construcción, destrucción y recuperación de la memoria de un campo, 1039-1945.” https://books.openedition.org/pupvd/39665?lang=es).
Fuente: https://vientosur.info/campo-de-gurs-1939-1945-de-la-acogida-al-exterminio/