Vivimos en la sociedad de las prisas, de la comida rápida, del aprendizaje rápido, del rápido consumo, de la modernización vertiginosa, donde la fecha de caducidad de las cosas es inmediata a la de su creación. No han llegado las modas, cuando ya pasan. La velocidad y no la duración es lo que importa. Es […]
Vivimos en la sociedad de las prisas, de la comida rápida, del aprendizaje rápido, del rápido consumo, de la modernización vertiginosa, donde la fecha de caducidad de las cosas es inmediata a la de su creación. No han llegado las modas, cuando ya pasan. La velocidad y no la duración es lo que importa. Es la «sociedad líquida» de la que habla Zygmunt Bauman, donde lo único permanente es la fugacidad.
Inmersos en tal vorágine, que nos impele a vivir en continua aceleración para quedarnos donde estamos y no ser engullidos por la creciente bola de residuos sociales que genera, se impone un modelo de conducta que nos lleva a disparar antes de apuntar, a condenar antes de conocer, a aceptar lo que nos dicen -los medios de comunicación, en particular- sin pararnos siquiera a comprobar los datos. Dolorosamente cercana nos queda la falsa «noticia» del fallecimiento de Marcelino Camacho de la que cabe responsabilizar a ese periodismo tan alentado en ‘falsimedia’, que, como antítesis de lo que sostenía el arriero de la canción de José Alfredo Jiménez, le importa llegar primero en vez de saber llegar.
Algo de todo esto se filtra en el artículo «Cáncer y toros» aparecido en ‘Rebelión’, el pasado día 27, firmado por Julio Ortega Fraile. En él, se quejaba su autor de la insensibilidad del Ministerio de Salud español por no cubrir presupuestariamente el desarrollo de las nuevas técnicas de ultrasecuenciación del genoma humano, cuya aplicación en el campo de la oncología supondría un avance significativo en la detección, pronóstico y tratamiento del cáncer. Para colmo, mientras que se justificaba no acometer tan interesante empresa por no tener dinero para ello, sí que se tenía para destinar nada menos que 560 millones de euros anuales a la tauromaquia en concepto de subvenciones.
No seré yo quien contradiga al Sr. Ortega en lo que supone una denuncia de la endémica falta de sensibilidad y financiación de los distintos gobiernos de España hacia la Investigación en nuestro país; dejadez que a lo largo del tiempo ha venido propiciando una sangrante fuga de cerebros e incluso «espantadas» tan sonadas como la que se vio obligado a protagonizar en su momento nuestro Premio Nobel, Severo Ochoa. Sin embargo, debo salir al paso de su afirmación -otro ejemplo de condenar antes que conocer- sobre las supuestas subvenciones realizadas con dinero público a la tauromaquia.
En primer lugar, esa cifra de «unos 560 millones de euros» que él maneja no está sacada de «las diferentes administraciones», sino de la que el Grupo Antitaurino Altarriba -concretamente la estimó en 564 millones- se encargó de filtrar a los medios de comunicación -quienes, rápidamente, difundieron la noticia con el mismo rigor informativo que demostraron en la presunta muerte de Marcelino Camacho-, sin que hasta la fecha, y pese habérsele solicitado desde distintos foros y en varias ocasiones, haya accedido a revelar la fuente de donde sacaron los datos.
El firmante del escrito debe saber que esta cifra es absolutamente falsa y que, si está elaborada como otras que hemos visto esgrimir últimamente acusando a las administraciones públicas de despilfarrar el dinero de los ciudadanos para mantener a flote el negocio taurino, quienes las hacen no pasarían el más elemental examen de contabilidad, ya que considerando el «debe», olvidan el «haber»; esto es: tienen en cuenta lo que la Administración invierte en el toreo, pero no lo que la fiesta de los toros aporta al erario público.
Permítanme dos ejemplos: El mes pasado, la periodista y columnista de ‘El País’ y significada taurófoba, Ruth Toledano, acusaba a la Comunidad de Madrid de gastar 2,72 millones de euros en subvenciones al toreo, en vez de invertirlos en «reducir la lista de espera de los hospitales, abrir más guarderías o mejorar la educación». Lo que la periodista olvidó fue mencionar los 5 millones de euros que, tan sólo en concepto de arrendamiento de la plaza de Las Ventas, obtiene la Comunidad madrileña del empresario Martínez Uranga. Basta una rápida resta para comprobar cómo dicha Comunidad obtiene de los toros 2,28 millones de euros netos para invertir en lo que crea conveniente.
Segundo ejemplo: En otro foro antitaurino, se reprochaba a la Junta de Andalucía la subvención de 4 millones de euros anuales para la tauromaquia. Como en el caso anterior, se tuvo bien cuidado de omitir las declaraciones de la Consejera de Agricultura y Pesca de Andalucía, doña Clara Aguilera, quien valoró la notable aportación del sector taurino para la economía andaluza, la cual cifró nada menos que en 675 millones de euros, añadiendo que, sólo la ganadería de lidia, generaba en Andalucía un millón de jornales y 4.500 puestos de trabajo fijos.
Otra cosa que debemos saber es que la fiesta de los toros es el único espectáculo que está gravado con el 16% de IVA (ahora con el 18%), cuando otros espectáculos pagan un IVA reducido. Sépase también que, por dicho concepto, se recaudaron en la temporada 2008 la cantidad de 69.461.000 €, tras la venta de 10.461.000 entradas; es decir que con la cantidad recaudada hubiera podido el Gobierno financiar el presupuesto dedicado ese año al Teatro (55 millones) y el destinado a la Promoción del Patrimonio Histórico (14 millones).
No. El toreo no le cuesta un céntimo a las arcas públicas, antes al contrario, éstas se benefician de la actividad taurina. Así que, lejos de ser una carga para el bolsillo de los españoles, la fiesta de los toros es una estimable fuente de ingresos. Adviértalo también el autor del artículo para no volver a caer en comparaciones desafortunadas. Más le hubiera valido «acordarse» del dinero que gastamos en armamento, en pertenecer a la OTAN, en cofinanciar guerras que sólo defienden intereses de la plutocracia occidental o el que hemos tenido que inyectarle a los bancos para sacarlos del atolladero en que ellos mismos nos habían metido.
Por último, sepa que considero lícito -en el caso de que así sea- que no le gusten las corridas de toros o, incluso, que abomine de ellas; pero lo inadmisible es que se las pretenda convertir en la fuente de todos los males de España o se las ataque faltando a la verdad, porque, como advirtiera Platón, «faltar a la verdad no es sólo cometer un error, sino hacer daño a las almas». Y de eso estamos hartos.
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