¿Corresponderá preguntarse por quiénes votarán los chilenos mayores de 18 años que se manifestaron contra el sistema político el año pasado? ¿Por los mismos políticos y partidos políticos que despreciaron con profusión, imaginación y alegría durante sus marchas? ¿O habrán de conformarse con el nulo, el blanco o la abstención? Con el advenimiento de la […]
¿Corresponderá preguntarse por quiénes votarán los chilenos mayores de 18 años que se manifestaron contra el sistema político el año pasado? ¿Por los mismos políticos y partidos políticos que despreciaron con profusión, imaginación y alegría durante sus marchas? ¿O habrán de conformarse con el nulo, el blanco o la abstención? Con el advenimiento de la carrera electoral municipal, queda clara la necesidad de que el movimiento social, apoyado por mayorías inéditas, «sea capaz de autorrepresentarse en la esfera política. Basta ya de que sean los mismos de siempre los que estén en los cargos institucionales».
Dicho por este columnista, lo anterior no tiene la gracia que tiene como declaración de Camila Vallejo, que, ¡oh! sorpresa, pasó como si nada, hace pocos días.
La idea de que el movimiento social se alce con sus propios representantes en las elecciones que vengan, debería ser la extensión de mayor alcance y profundidad de las movilizaciones de los estudiantes y del mundo social que ha dicho con nitidez su palabra. Las elecciones deberían ser vistas como una forma de movilización que apunte al corazón del sistema, y amenazarle en momentos en que éste se reproduce con esa impunidad tan suya. Y hacerlo temblar.
La movilización del pueblo no puede entenderse en su sentido restringido, como marcha, asamblea, agitación. Por sobre todo, movilización es la alegría y la decisión que asume y demuestra el pueblo tras una idea que fascina y seduce. Despreciables, por ser el mecanismo por el cual por decenios los que ya sabemos se han repartido la torta y todo lo demás, las votaciones definidas en un sistema que trampea la voluntad de la gente pueden y deben ser usadas para salirles al paso y vencerlos en su propia ley.
Ningún político ha salido indemne del envión higiénico que detonó el año pasado. El descrédito abarca no sólo a quienes hoy ocupan, nadie sabe exactamente para qué, el gobierno, sino que también a quienes abusaron de él durante veinte años y, como coletazos secundarios, a quienes andan a la siga de los restos del naufragio, abandonando tradiciones de lucha.
Ex presidentes ocultos en un silencio espectacular nada han dicho respecto de los sucesos de Aysén, ni de sus responsabilidades en la crisis que parece que viene con el año de los mayas. Da la impresión que han desaparecido. Senadores, diputados, alcaldes y dirigentes políticos del sistema son cada vez menos visibles en las calles. Los que se han atrevido a mostrarse, han pasado sustos magníficos.
Para qué decir de las organizaciones de los trabajadores. Cooptadas por la comodidad de los sillones, cuando no por prebendas secretas, son un remedo triste de sus propios discursos incendiarios, y una sombra, si se piensa en lo que hoy necesitan y merecen los trabajadores. El horno no está para bollos, pensarán quienes componen esa costra que se formó alrededor del poder repartido entre los pocos que han disfrutado de lo que se ha llamado transición y que hoy supura su descomposición.
Desprestigiados, encajonados, balbuceantes y desesperados, los oligarcas reinantes tendrán grandes dificultades para resolver la renovación de alcaldes, senadores y diputados, y en especial de presidente de la República.
Pocas veces se han alineado tan bien los astros a favor del llamado mundo social, que sumando y restando está compuesto por todo aquel que ha debido soportar los efectos de la cultura reinante.
Los nuevos dirigentes, prestigiados, valientes, jóvenes y honestos, con una presencia nacional incuestionable, con claridad respecto del diagnóstico de la hora presente y, por sobre todo, sin miedo, deberían asumir el desafío de la propia representación del mundo social en la esfera de la política, que hasta hoy ha estado en manos de un puñado de ambiciosos.
Pensemos por un momento en la región de Aysén y el estado calamitoso en que han quedado los actuales senadores, diputados y alcaldes de la zona. ¿Tendrían alguna oportunidad enfrentados a candidatos salidos de sus propios dirigentes y líderes, esos que sí estuvieron en las calles, y que se enfrentaron a la represión de Carabineros y que no necesitaron de sus gestiones parlamentarias al momento de poner de rodillas al gobierno y todo su orgullo de patrones?
El gobierno se ha negado a modificar el sistema binominal. Obvio. Bueno pues, usemos ese mismo sistema para romper el círculo maldito del poder corrupto, metiéndonos en donde sí les duele y en donde no es posible desplegar ni guanacos, ni zorrillos, ni palos, ni balazos, ni espías, ni ministros desorbitados.
(Publicado en «Punto Final», edición Nº 753, 16 de marzo, 2012)