No se trata de la descripción de Joseph Conrad en su “Corazón de las tinieblas” y sus marinos que comían carne de hipopótamo, al margen de la humana, aunque bien es cierto que el título le vendría de perlas al eco generado por las filtraciones de los espiados por el software Pegasus. Hubo un programa de espionaje, ya atrasado con la velocidad tecnológica, al que le llamaron coloquialmente con el nombre de «caníbal».
Pegasus también come otra carne, en esa definición que hizo Boaventura de Sousa Santos, la de los no humanos, los oprimidos. Tal y como lo hicieron otros softwares y otros programas. Hace unos años, aún está fresco, se destapaba que EEUU espiaba a través de los teléfonos e internet a media Europa, incluidos los máximos dirigentes de sus Estados aliados. Por aquella filtración, el antiguo espía Edward Snowden ha sido criminalizado y vilipendiado. Matar al mensajero es más barato que reconocer la actividad ilegal.
Las noticias de aquel espionaje masivo apenas tuvieron recorrido, a pesar de la gravedad de los sucesos. El espionaje, lo recordó hace bien poco Margarita Robles, queda fuera de las normas democráticas. Y tuvo razón, porque en lo que nos concierne, el espionaje a la comunidad vasca, por lo conocido, se puede incluir tranquilamente bajo el paraguas de la guerra sucia, junto a la tortura, las ejecuciones extrajudiciales y la impunidad de los victimarios.
Una explicación, como señalan algunos analistas bobalicones, es que los centros de inteligencia y contrainteligencia sirvan para defender un Estado, Francia o España en este caso, pero otra muy distinta es lo que toca, que esos centros se conviertan en autónomos y que con la información generada marquen la estrategia política y los ritmos de todo un Gobierno, a través del chantaje, de la información privilegiada. Se han transformado, junto a las llamadas fuerzas de seguridad, en el disco duro del Estado profundo. Son la esencia del Estado.
Un sorprendente ejemplo lo acaba de revelar Pedro J. Ramírez en sus memorias. Con relación al atentado paramilitar que acabó con la vida de Argala, el antiguo director de “Diario 16” señalaba que tuvo una larga conversación al respecto con Martín Villa, el ministro del Interior de la Transición. Martin Villa le auguró nuevos atentados, entonces del BVE, y le afirmó que a pesar de las tensiones de Madrid y París en lo político y económico (Francia se oponía a la entrada de España en la CEE), las policías y servicios de ambos Estados tenían unas relaciones óptimas. La Red Gladio sería el paradigma de estos Estados en la sombra, dirigidos por lo más retrogrado del poder: xenófobos, chauvinistas, anticomunistas, fascistas, militaristas y talibanes religiosos.
En una entrevista concedida en 2016, Snowden añadía que en lo relativo al Gobierno español, el espionaje era similar al que realizaba Washington, o al de París o Berlín, aunque eso sí, «más agresivo». Sabemos, por experiencia, que cuando se trata de control social, guerra sucia y demás, Euskal Herria ha estado siempre en el centro de la actividad francoespañola. Cataluña nos acompaña en los últimos años. Pese a las declaraciones de Snowden, ninguna sorpresa.
Bien sabemos los vascos que con motivo de la ofensiva de aquel «Todo es ETA», al menos 40.000 conciudadanos éramos espiados permanentemente, tal y como además lo avalaron los jueces ilegalizando candidaturas electorales. Nadie preguntó de dónde procedían aquellos informes particulares porque la pregunta era retórica. Durante décadas, se han encontrado centenares de rastreadores en los bajos de nuestros vehículos, hemos sido vigilados en nuestras asociaciones, sindicatos, sedes sociales y txokos gastronómicos. Durante décadas hemos oído esos clics ramplones mientras conversábamos desde el teléfono, la repetición de nuestras conversaciones al descolgar el aparato, incluso la de otros compañeros.
Los micrófonos en la sede de Herri Batasuna de Gasteiz anunciaron que no había excepciones. Y así que probablemente todas las redes de decenas de comunidades relacionadas con la izquierda abertzale estaban cableadas y dirigidas hacia sedes de inteligencia. Me he quedado perplejo al oír en juicios contra ciudadanos vascos y también al leerlo en sumarios extravagantes que el no uso del teléfono móvil ya es un signo inequívoco de que su propietario va a cometer un delito. «Ese día se dejó el teléfono en casa, por lo que es notorio que se dirigió a una reunión ilegal». De la que no había indicio alguno, pero que ya fue creada para el relato policial y penal. No han sido, ni son los aparatos de Arnaldo Otegi o Jon Iñarritu los únicos espiados. Tengo la certeza de que miles y miles de ciudadanas y ciudadanos vascos, tanto militantes como no, tanto inmersos en una investigación judicial como no, hemos sido espiados.
Hemos sido espiados por tierra, mar y aire. No solo por el CESID y su sucesor el CNI, por la DGSE, la NSA, la CIA, el Mossad, la UCE de la Guardia Civil o el Villarejo de turno. También en casa por el PNV, que ahora también quiere considerarse victimizado. ¿Recuerdan los pinchazos telefónicos a Carlos Garaikoetxea? Grupos de la Ertzaintza como Berrozi y Ekintza se unificaron y legalizaron en los AVCS (Adjuntos a la Consejería de Interior). Su sargento mayor fue condenado por las escuchas, en un momento delicado en el seno jeltzale, con la escisión de EA liderada por Garaikoetxea. Y entonces, como ahora, el sector oficial del PNV, dirigido por José María Makua, diputado general de Bizkaia, dijo que él también estaba siendo espiado por Luis Solana, director de Telefónica con Gobierno del PSOE. Tal y como Sánchez y Robles han denunciado 35 años después: esparcir la mierda para eludir responsabilidades.
Desde el Palacio de la Moncloa, sede del Gobierno, o del CNI, sito en la avenida Padre Huidobro, en el barrio Moncloa, las intenciones son las mismas. Los caníbales siguen al acecho. Surgirán otros Pegasus, Centauros, Unicornios, Cíclopes y otra fauna nada mitológica.
Fuente: https://www.naiz.eus/es/iritzia/articulos/canibales-en-moncloa