Los añosos partidos opositores -Radical: 133 años; Comunista: 99; Socialista 88; Demócrata Cristiano: 64; etc.-, curtidos en mil entreveros, deberían ser más astutos -y resueltos en las convicciones que dicen tener-. No obstante, la centro izquierda se comporta como cándida Caperucita Roja, la del cuento de Perrault, confunde al lobo con su abuelita, hace preguntas tontas, se conforma con respuestas cínicas y termina en el vientre de la bestia.
Es lo que sucede con la Convención Constitucional. La “oposición” (excepto los partidos Comunista y Humanista) confundió al lobo con la abuelita. El 15 de noviembre del 2019 firmó el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución que es el acta de su propia defunción. Los duchos políticos “opositores” no pueden alegar que esa madrugada no vieron los colmillos, los ojos legañosos y las enormes orejas del lobo feroz. Sin embargo, los experimentados dirigentes del PS, PR, PPD y DC, duchos en mil cambullones electorales, no fueron embaucados. Ellos consintieron en bajarse los pantalones a fin de conservar lo esencial de un sistema económico-social que les asegura larga vida. Lo mismo hay que decir del Frente Amplio, esa pálida promesa juvenil que murió de temprana tuberculosis sistémica. Sus partidos Liberal, Revolución Democrática, Comunes y el diputado Gabriel Boric, a título personal porque Convergencia Social se negó a último momento, fueron cómplices conscientes del Acta de la Traición. En las mismas andanzas, tejiendo la maniobra para burlar las demandas del pueblo, estuvieron los diputados de RD, Giorgio Jackson y Miguel Crispi que esa noche hicieron buenas migas con la senadora Ena von Baer y el diputado Juan Antonio Coloma, de la UDI. Hasta el nombre de Asamblea Constituyente fue vetado por RN que impuso, sin esfuerzo, el más neutro de “Convención Constitucional”. A esa altura los dirigentes “opositores” ya habían aceptado hasta las más deshonestas imposiciones de la derecha. La peor fue el zapato chino del quórum de dos tercios que deja en la interdicción la soberanía popular de la Convención Constitucional..
Esa madrugada se consumó una traición al pueblo que demandaba -y demanda- una Asamblea Constituyente con todas las potestades para redactar y plebiscitar una nueva Constitución.
El “madrugonazo” del 15 de noviembre será -y de hecho, ya lo es- una fuente de graves conflictos. Los más peliagudos ya se vislumbran en el horizonte político y social. El golpe a las expectativas democráticas del pueblo, resulta aún más evidente si se considera que sólo tres días antes 14 partidos “opositores” -encabezados por RD- habían firmado una dura declaración exigiendo una Asamblea Constituyente con todas las de la ley. Plantearon que esa demanda era el “mecanismo más democrático para garantizar una amplia participación popular” (sic). Setenta y dos horas después, sin embargo, se dieron la vuelta de carnero habitual en partidos sin ideología ni vínculos con las fuerzas del cambio. La mayoría “opositora” capituló en forma deshonrosa ante la derecha que los intimidó con la amenaza del derrumbe del estado de derecho y un eventual golpe militar.
En beneficio de Caperucita Roja hay que dejar constancia que la mayoría de los partidos “opositores” no tienen consistencia orgánica ni ideológica. Se trata de organismos en vías de extinción. Subsisten gracias a subsidios del Estado que superan los 20 mil millones de pesos anuales. Esto sin contar con las dádivas de grandes empresas como SQM, Corpesca, Penta, etc. A esto hay que sumar los pitutos que derivan de las bancadas parlamentarias, lo cual permite contratar “asesorías” para financiar centenares de funcionarios, institutos para la formación de cuadros, encuestas de opinión, etc.
La debilidad estructural de los partidos -que marcha a la par de su desprestigio- se acentuó el 2017 con el refichaje de sus militancias. El proceso de reclutamiento era hasta entonces un proceso selectivo en que el candidato (a) debía superar varias etapas, comenzando como simpatizante, luego aspirante para finalmente, si vencía todas las pruebas, alcanzar la condición de militante. Pero el refichaje del 2017 adoptó las modalidades del neoliberalismo: los partidos se lanzaron a las calles a buscar firmas de militantes express. Casi todos se inflaron alcanzando cifras cercanas a los 50 mil afiliados. Pero solo era un espejismo, una hinchazón fruto del reclutamiento mediante métodos de marketing.
La rebelión del 18 de octubre del 2019 produjo la renuncia de muchos de esos militantes fugaces. En enero del 2020 el Servicio Electoral informó de miles de renuncias en los partidos “opositores”. Entre los más afectado: RD y el PS. Hay motivos sobrados para suponer que esa hemorragia sigue desangrando el sistema político que se basa -para fines del reparto de poder- en la existencia de este tipo de organizaciones de insaciable apetito burocrático e ideología de alfeñique. Los partidos del sistema, controlados por oligarquías que se auto reproducen, administran los procesos electorales y sus “disputas” procuran mantener la ficción de una democracia.
La conducta demagógica y traicionera de los partidos “opositores” debe recibir el castigo que merecen el 11 de abril. Los votos son el cordón umbilical que les permite recibir alimento del sistema. Es el plexo solar de los partidos neoliberales. Es ahí por lo tanto donde hay que darles duro, sin contemplaciones.
La suerte de la democracia se juega el 11 de abril. Esta vez le toca al pueblo decidir su destino al escribir con su mano la primera Constitución democrática de la historia de Chile.
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