Poco más de 400 ciudadanos europeos viajaron hasta el enclave español de Ceuta para expresar su solidaridad a los inmigrantes, demandar el esclarecimiento de seis muertes ocurridas en septiembre y exigir que se finquen responsabilidades por los incontables decesos de los africanos echados al desierto. «Nueva invasión sobre Ceuta y Melilla, pero ahora, los ‘asaltantes’ […]
Poco más de 400 ciudadanos europeos viajaron hasta el enclave español de Ceuta para expresar su solidaridad a los inmigrantes, demandar el esclarecimiento de seis muertes ocurridas en septiembre y exigir que se finquen responsabilidades por los incontables decesos de los africanos echados al desierto.
«Nueva invasión sobre Ceuta y Melilla, pero ahora, los ‘asaltantes’ vienen desde el Norte», así anunciaba su llegada a la ciudad fronteriza de Ceuta la Caravana Europea contra la Valla de la Muerte. Más de 400 españoles, franceses, alemanes, suecos e italianos unidos bajo el lema de «Ninguna persona es ilegal». Las demandas: que la Unión Europea respete el derecho a la libre circulación de las personas y el derecho a permanecer de los inmigrantes que «desafían las fronteras de la Europa Fortaleza».
Los pasados 5 y 6 de noviembre esta ciudad recibió a los caravaneros que exigían una investigación independiente, transparente e inmediata de las seis muertes de inmigrantes subsaharianos registradas en la valla fronteriza de esa ciudad el pasado 28 de septiembre. Reclamaban también se finquen responsabilidades por las muertes registradas en el desierto, luego de las deportaciones masivas de inmigrantes denunciadas por diversas organizaciones de derechos humanos.
Los convocantes, un crisol de organizaciones sociales y grupos de inmigrantes, fueron sobre todo españoles pero se contaban también importantes redes de altermundistas que trabajan contra la política migratoria europea. Entre los manifestantes, de todas las edades y algunos de ellos inmigrantes latinoamericanos o magrebíes, estaban lo mismo miembros de centros sociales, sindicatos independientes, asociaciones de inmigrantes de Madrid, Barcelona, Sevilla, Málaga, Coruña; que estudiantes, músicos, periodistas y ciberperiodistas, entre éstos últimos el colectivo italiano Global Project que transmitió las jornadas de la caravana vía satélite a través de su sitio web, además de asociaciones de vecinos y ONG.
Según Javier Toret, uno de los portavoces de la Caravana, con la movilización demandaban la regularización inmediata de los inmigrantes que ya están en Ceuta y Melilla y la retirada del Ejército español desplegado en la frontera «ya que nunca puede justificarse la actuación de militares contra población civil».
La mañana del sábado 5 de noviembre, las calles de Ceuta la mitad del territorio de esta ciudad está destinada al uso militar y la mayoría de sus 75 mil habitantes viven del ejército o son funcionarios españoles se poblaban por primera vez, según medios locales, de una manifestación pública de esa envergadura.
La manifestación comenzó en el puerto de la ciudad rumbo a El Tarajal, punto específico de la doble valla fronteriza ceutí donde perecieran los seis subsaharianos.
En la valla le esperaba un fuerte dispositivo policiaco militar. Luego de una tensa negociación con el responsable del ejército español, consiguieron depositar una ofrenda floral «en memoria de los compañeros caídos» y colocar de cara al territorio español una manta que convocaba a tumbar la valla.
Con esta consigna, aseguraba a Masiosare Pilar Monsell, otra de las voceras, los caravaneros expresaban así su exigencia de «paralización de la política migratoria europea basada en la externalización de la fronteras y, por lo tanto, demandamos el cese de la construcción de más Centros de Internamiento para inmigrantes en los países de tránsito y el fin definitivo de la repatriación de emigrantes a terceros países».
Armados con escaleras
Horas y kilómetros de caminata después, la caravana llegaba al Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI), dependencia del Ministerio español del Trabajo, instalado en territorio militar en el otro extremo de la ciudad y que sirve de «refugio» para los inmigrantes que han logrado entrar a territorio español.
En el CETI le esperaban, concentrados todos en el patio central, los casi 700 inmigrantes que aloja dicho centro con capacidad inicial para sólo 400 personas. Le esperaban también un convoy de policías armados con «material antidisturbios» y a quienes los caravaneros oponían decenas de escaleras de plástico, de papel, de madera, según explicaron, con las cuales querían responder simbólicamente a los inmigrantes que saltan las vallas usando escaleras que ellos mismos construyen en los campamentos que, hasta antes de «la crisis de septiembre», tenían instalados en los bosques marroquíes que hacen de frontera con Ceuta y Melilla.
Los caravaneros se instalaron en tiendas de campaña en una colina aledaña al CETI y desde ahí observaban a los africanos que desde el patio del Centro los saludaban. Algunos jóvenes gritaban consignas en inglés, en francés y en castellano que, en resumen, intentaban explicar que ellos no suscriben las acciones de sus gobiernos. Los inmigrantes respondían con aplausos y se les veía igualmente sorprendidos por la presencia de la caravana.
Al cabo de un rato, y luego de una negociación con la policía, los mandos aceptaron retirar a sus efectivos con la condición de que los «visitantes» no entraran al CETI, sino que sesionaran en el campamento que habían instalado en la colina. Era de noche y la asamblea prevista se convirtió en una fiesta en la que los caravaneros y los inmigrantes se contaron sus mutuas historias.
A oscuras, todos bailaron y cantaron los ritmos del subcontinente indio con un grupo de pakistaníes; corearon a hiphoperos guineanos y hasta bien entrada la noche caravaneros y «sin papeles» intentaron entenderse, hablando por grupos, echando mano de todas las lenguas que conocían unos y otros, hasta que el CETI hizo efectivo el toque de queda de cada noche y los casi 200 invitados africanos y asiáticos de la fiesta tuvieron que retirarse.
El domingo por la mañana la asamblea se realizó finalmente. 300 inmigrantes les explicaron a 400 caravaneros por qué salieron de sus países, cómo recorrieron África y en cuántas ciudades interrumpieron su éxodo, cómo se organizaron para entrar a Ceuta y qué esperaban del Viejo Continente.
Unos contaron sus guerras, otros describieron el saqueo que las multinacionales europeas hacen de sus territorios, unos más explicaron los costos y formas de soborno que demandan las policías dictatoriales del África negra para dejarlos seguir su camino hacia Europa, y algunos otros convocaron a los europeos a demandar el respeto a las normativas internacionales sobre derecho de asilo.
Después hablaron los caravaneros. Les dijeron que hay muchas Europas en el continente y que ellos no son precisamente la mayoritaria, pero igual asumieron el compromiso de apoyar a sus interlocutores en la defensa del derecho a la libre circulación de personas y a las normativas sobre asilo político.
Mientras transcurrían las intervenciones y eran traducidas a las diferentes lenguas de los presentes, algunos inmigrantes contaban sus historias en voz baja. Hubo por ejemplo un congoleño que lleva 16 meses viviendo con su esposa y tres hijas en el CETI, a la espera de una resolución a su solicitud de asilo.
Otros explicaron que por ser argelinos (los tratados de extradición hispano-argelinos hacen efectiva la deportación de los inmigrantes de esa nacionalidad) no podían arriesgarse a pernoctar en el CETI y que por ello decenas de ellos se instalan en campamentos, y hurgan la basura de la ciudad para abastecerse.
También una mujer sudanesa explicó que siendo ella y dos de sus hermanos solicitantes de asilo político en el Estado Español, estaba sola en el CETI, porque la noche que saltaron la valla, a sus hermanos «los echaron a patadas del otro lado de la reja, poniéndolos otra vez en Marruecos, aunque gritaban que eran solicitantes de asilo».
«En Europa, todos somos hijos de la inmigración»
La asamblea terminó y después de recoger el campamento, la caravana emprendió marcha y atravesando por el corazón de la ciudad ceutí, no sin contratiempos protagonizados por autóctonos que gritaban «que les peguen el sida a ustedes…. llévense dos negros a vuestra casa», los caravaneros llegaban delante de la representación en Ceuta del gobierno español.
Custodiados por un fuerte dispositivo policial, los miembros de la caravana esperaban a una comisión reunida con el delegado del gobierno, Jerónimo Nieto, a quien le expresaron las demandas de los manifestantes. Al final del encuentro, los comisionados informaron de las respuestas, todas negativas, del delegado ceutí. Por su parte y ante los periodistas, Nieto aseguró que el gobierno se limitará a aplicar la ley y desmintió que su gobierno haya cometido errores en la gestión de la inmigración y las fronteras.
Era el final de la agenda y sólo quedaba regresar al puerto de Algeciras, del otro lado del Estrecho de Gibraltar. Durante el abordaje al ferry, los caravaneros que volvían a sus ciudades pudieron constatar las «dinámicas fronterizas» a las que se enfrentan los inmigrantes. Detenciones de inmigrantes sin documentación, cateos exhaustivos y la llegada de policías nacionales.
Los manifestantes se despidieron de esa ciudad desde el barco. Sus frases hacían alusión a la realidad que hoy en día tiene su cara más visible en las periferias francesas: «¡Primera, segunda, tercera generación, en Europa, todos somos hijos de la inmigración!».
Al llegar a Algeciras, la portavoz Monsell aseguraba que los miembros y organizaciones que conformaron la Caravana Europea contra la Valla de la Muerte se «proponen iniciar una campaña europea para que se lleve a cabo la investigación de los crímenes y por la regularización sin condiciones de los inmigrantes que viven en España».
Mientras, París ardía.