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Carlos Peña, rector UDP: ¿Inconsistente o malintencionado?

Fuentes: Rebelion

Carlos Peña funciona mentalmente con el pensamiento mágico. En filosofía, tal actitud es propia de dos corrientes que son el nominalismo y el idealismo.

La primera dice que basta con nombrar las cosas para que éstas existan. Es una manera cómoda de desembarazarse de la realidad concreta y de sus determinaciones. El idealismo, por su parte, estipula, como la religión, que existen idealidades mentales independientes de toda realidad histórica material. Ambas posturas ignoran las condiciones sociales de posibilidad de una institución como la democracia. El rector de la UDP cree que basta con nombrar la palabra “Democracia” para que esta exista con una pureza diáfana ante la que hay que plegarse como una realidad existente, sin importar si ésta corresponde o no a ciertos criterios, que toda razón, sin necesidad de ser crítica, piensa como requisitos. En este caso, para llamar democrático a un sistema político como el chileno.

En su última columna dominguera en El Mercurio, el rector de la UDP se desata intentando argumentar que los presos políticos de la rebelión ciudadana del 18/O son “personas que no están presas por sus ideas, están presas por actos que la democracia no puede aceptar”. Peña habla en nombre de una “democracia” que es una quimera en Chile. Esgrime un ideal de democracia parlamentaria que se contradice con el funcionamiento de la chilena, cuyos defectos e irracionalidades son tan evidentes que le han hecho perder legitimidad (léase credibilidad) a los ojos de la mayoría ciudadana. Basta con leer la última encuesta del CEP en la que son las instituciones de la democracia la que presentan menor confianza según los encuestados: los partidos políticos un 2%, el Congreso (8%), el Gobierno (9%), y el Ministerio Público (11%).

Reflexionamos ante una realidad incuestionable: durante las jornadas de octubre y noviembre 2019 las violaciones a los derechos humanos fueron sistemáticas (cuando se sabe que las hay y no se toman medidas para remediar, para que no se repitan). Fueron 30 los muertos durante un mes de rebeldía social, 11 mil personas heridas, 411 con mutilaciones visuales, 15 mil detenidos —muchos denunciaron vejaciones sexuales— que el rector Peña ignora en sus análisis que no dan cuenta de una democracia degradada. Añadamos al contexto político, como elemento perverso y disfuncional de la llamada democracia, los escándalos de corrupción, que desde 2014 dan cuenta de prácticas altamente destructivas para un sistema representativo; precisamente aquellas donde los representantes parlamentarios y ministros de gobierno han sido capturados por los intereses propios del mundo de la empresa capitalista. Realidades sociales, hechos delictivos, en los que notorios miembros de la clase empresarial se han situado por encima de la ley, pero dándose sus propias reglas. En flagrante violación de la legalidad en un Estado de derecho. Reglas de conducta empresariales sin ley, donde todo está permitido bajo la lógica del lucro y la ganancia. Es decir, seamos claros: donde el imperio del derecho ha sido transgredido, sin que los transgresores hayan recibido su justo castigo como se estipula en un Estado de derecho que se precie. Imposible negar el impacto simbólico de la corrupción empresarial en las conciencias ciudadanas, también sistémica.

Vamos viendo. Los estudios sociológicos recientes demuestran que las rebeliones, revueltas y estallidos sociales modernos se producen cuando sectores sociales perciben que un contrato político y social ha sido roto. Por quienes se supone deben ser las autoridades que simbolizan poderes legítimos. Fue lo que ocurrió en Chile, donde la “modernidad” con abusos ha sido un desastre en el plano democrático pues se ha privilegiado el crecimiento económico a la neoliberal, con concentración ostentosa de la riqueza y la consiguiente desigualdad social y los abusos de esa misma oligarquía financiera-empresarial.

Y qué pensar del ambiente jurídico-político, con la misma Constitución de Pinochet (1980), maquillada por Lagos (2005) y defendida por los poderes del Estado durante más de 40 años. Ya que para que otra pudiera ser redactada, por una Convención Constitucional, fue necesaria la rebelión ciudadana de un pueblo que se alzó contra la anomia a la que lo tenían sometido. Es lo que da razón de ser a la rebeldía política de los que hoy están en las celdas del Estado. Fue contra esas estructuras disfuncionales que se rebeló un pueblo y en ese contexto hay luchadores y ciudadanos que hoy están presos por un sistema opresivo. La lucha fue justa y la libertad para los presos políticos es un imperativo; un derecho ganado por sus resultados y contexto. Mientras que la casta de empresarios oligarcas, o están libres, o han sido recompensados con cursos de ética.

En la misma columna, Carlos Peña, para lograr sus fines persuasivos, no escatima artimañas deshonestas en el plano intelectual. El rector utiliza un argumento que contradice la historia del pensamiento político-social. De manera que un académico como él contraviene a la ética intelectual. Con un desparpajo impropio de un universitario, en la columna mercurial Peña sostiene, para darle fuerza a su tesis represiva en contra de los presos políticos, que «Marx no miró con gran entusiasmo la Comuna de París» (1). Aquí, Peña, que se jacta a menudo de conocer el pensamiento de Marx, lisa y llanamente miente. Marx celebró el acontecimiento extraordinario en que el pueblo de París, entre el 8 de marzo y el 28 de mayo de 1871, construyó formas democráticas de ejercicio del poder inéditas: una forma de democracia directa y libertaria que los sectores dominantes van a aplastar por las armas con una brutal represión, encarcelamiento y exilio forzado del pueblo y los trabajadores movilizados. En su obra clásica (¡Marx le dedica un texto teórico a la Comuna!) sobre el tema, La Lucha de Clases en Francia, Marx hace una defensa vigorosa de la Comuna de París, saluda el “asalto al cielo de los explotados de la Comuna”, “el pueblo actuando él mismo y para él”, y celebra el “primer acto [de los comuneros] que consistió en abolir el Ejército para reemplazarlo por el pueblo en armas”. No sólo esto, sino que el teórico del socialismo, poco leído en el texto mismo por los socialistas-neoliberales, “marxistas-leninistas” y por los académicos neoliberales como Peña, vio en la experiencia de la Comuna un modelo de democracia directa, de auto-gobierno y de asamblea popular alternativa a la asamblea representativa con mayoría monárquica que gobernaba Francia cuando esta era derrotada por la Prusia de Bismarck. El texto de Marx incorpora análisis del movimiento anarquista en el suyo, escrito en nombre del Consejo General de la Primera Internacional de Trabajadores y plantea lo que será una tesis fundamental en el marxismo revolucionario: “la Comuna, escribe Marx, ha demostrado en los hechos, que la clase obrera no puede contentarse con tomar tal cual la maquinaria del Estado y hacerla funcionar para su propio uso”. Como puede verse, Carlos Peña no lee a Marx. O le teme a sus análisis sobre la Comuna de París, o es intelectualmente malintencionado.(2)

Notas:

(1) Karl Marx para los acontecimientos de la Comuna se encuentra exiliado en Inglaterra y desde ahí sigue atentamente la insurrección. Para mantenerse al corriente de los acontecimientos desde Londres y desde allí poder participar, incluso desde la distancia, Marx teje una red de informadores. Del comienzo de la Comuna envía a dos emisarios de confianza, Elizabeth Dmitrieff y Auguste Serrailler. También está en estrecho contacto con algunos miembros de la Primera Internacional de Trabajadores en París, como Leo Frankel, quien le escribe a Marx: “vuestra opinión sobre las reformas sociales que habrá que aplicar será preciosa para nuestra comisión”. Eugenio Varlin destacado militante también permanece vinculado con Marx, así como su yerno Paul Lafargue, quien viaja varias veces a París para mantenerlo informado.

(2) Leer el extraordinario trabajo sobre la Comuna en: “La Comuna día a día” por Patrick Le Moal, aquí: https://vientosur.info/author/7105/