1. Un apunte sobre la utopía y la situación política española en un marco global Es válido aludir al ensueño de la honradez y la transformación no mediante loas y abstracciones sino también a través de impugnaciones. Señalando el mundo material y concreto como territorio de batallas de la conciencia. Nombrar la integridad que no […]
1. Un apunte sobre la utopía y la situación política española en un marco global
Es válido aludir al ensueño de la honradez y la transformación no mediante loas y abstracciones sino también a través de impugnaciones. Señalando el mundo material y concreto como territorio de batallas de la conciencia. Nombrar la integridad que no habita en él, lo que no tiene lugar ahora más que como fuerza del ideal contra artificios. En suma, es legítimo no aplazar el alegato de una ética que mueve a una parte vapuleada en esa sucesión de refriegas donde, ganando los que bombardean y despojan, se nos presentan enseguida como bienhechores.
Con ese aliento, en medio de un globo emplazado hacia una mayor crisis de «civilización», propenso a más guerras de depredación, frente a los ajustes financieros que no estabilizan un modelo dominante y lo exponen, frente a la re-hegemonía de la Derecha transnacional y su representación corporativa, frente al neoliberalismo encolerizado, frente a los niveles de corrupción, todo ello compartido y transado con la socialdemocracia, existe una encrucijada o potencial de articulación de las izquierdas auténticas, para que puedan recobrar un horizonte de coherencias, para sembrar con demostraciones la apuesta por el socialismo sin concesiones a la barbarie.
En ese contexto, la socialdemocracia busca reacomodar su proyecto de mediación, en la doble vía de una lógica de rapiña: participa mayoritariamente de la rapacería que el capitalismo despliega por doquier, a la vez que trata de saquear o desvalijar el descontento producido por un orden injusto re-situándose como el árbitro que nunca fue, tratando de rentabilizar la indignación para moldearla. Revolotea para pillar y lamentablemente algunos gestos, cierta pasividad o frivolidad de sectores de Izquierda se lo facilitan.
2. La plástica del estandarte PSOE
En realidad y justicia, aunque en las líneas de este artículo se personaliza, la protagonista de la referencia puede ser no sólo Carme Chacón, la ex ministra española de Defensa (de abril de 2008 a diciembre de 2011), sino otras y otros muchos individuos que han ocupado no sólo esa cartera o responsabilidad, sino numerosos cargos de similar naturaleza, como el Ministerio de Asuntos Exteriores, que en la última etapa del gobierno de Rodríguez Zapatero estuvo bajo la dirección de Trinidad Jiménez, también de supuesta impronta progresista. Se especifica sin embargo esta crítica en Chacón, por varios motivos, más allá de sus recientes palabras de elogio al ex ministro franquista Manuel Fraga y en consecuencia su silencio sobre el rol de este político en aquel régimen dictatorial y sus crímenes.
La razón es mayor, relativa a su banderín, dentro de la plástica de un estandarte vergonzoso: la renovación de su partido, el PSOE, en momentos de relativa debacle, apelando a valores de Izquierda que no ejerce esa colectividad.
Apuntalada por ese prefigurado shock, hay una alta probabilidad de que Chacón resulte ganadora de la Secretaría y futura candidatura de esa importante formación política española, que para muchos viene a ser el partido de «centro» o «moderado», dentro de la trillada división entre palomas y halcones. Además, frente a la lánguida figura del ex ministro Rubalcaba, de ese partido que se autodenomina «socialista» y «obrero», evidentemente la señora Chacón portaría la cara amable de esa reforma. Su imagen es la de la paloma entre las palomas. Deviene con la máscara menos patética que se representa en ese teatro, o mejor, en ese teatrillo de la socialdemocracia y sus contornos. Por eso se escribe en parte esta reflexión: por la dimensión de esa pajarota o bulo, por la mentira y apariencia que implica el hecho de creer a la ex ministra alguien sustancialmente mejor, siendo alarmante el alcance de esa ficción, traspasando una puntual cuestión de marketing y una coyuntura tan delimitada como la presente en la intrincada política española.
Se insiste, entonces, que debe analizarse en la trama de la maniobra y el fracaso de la socialdemocracia, que de nuevo busca recomponer su interposición, a sabiendas sus figurantes que las luchas por la justicia hoy le desbordan y que otras demandas y propuestas parecen corresponder más al paradigma congruente de una verdadera izquierda radical anticapitalista. En otras palabras: la carrera interna en el PSOE devela más que una clave. Pone al descubierto un fiasco, pero también la lamentable coartada urdida por diversidad de factores que hacen posible que millones de personas progresistas no constaten ese desfase ético, por nombrarlo de esa manera, y sigan aclamando tras un liderazgo «socialista», como corderitos en el chiquero.
Que se vea atraída mucha gente que no comulga con la injusticia, por el talante de una joven mujer que se formula como solución en la disyuntiva doméstica de un partido, sin levantarse ni la sombra tímida de un dedo que siquiera le pregunte por su reciente papel, es sintomático de la podredumbre de una sociedad enferma y decrépita de la que hacemos parte. La misma sociedad que no preguntó vigorosamente a Fraga por su trabajo como ministro de Franco, es la sociedad que cree que el rótulo de «democracia» exime y autoriza a sus ministros para que otros crímenes no sean vistos como tales sino como labores y lucimientos.
3. Una paradoja y una observación
Al tenor de las anteriores aseveraciones, debe apuntarse un contrasentido aparente. Cumpliendo Chacón su labor como ministra en función de un proyecto y de una política militarista al servicio de intereses de centros dominantes en coaliciones tan protervas como la OTAN, es en parte paradójico que ella, obviamente con más miembros destacados del PSOE, sea amonestada de forma absurda y desproporcionada por la extrema Derecha. No obstante es comprensible. Se trata de ataques vertidos por una Derecha fundamentalista contra la supuesta izquierda que el PSOE dice que es. Es en parte la consecuencia de un bipartidismo rancio. Una reacción al hecho innegable de su condición práctica de siameses.
Complementariamente, la observación tiene que ver con lo que asalta (a quien esto escribe, por ejemplo) al querer construir una posición crítica: que esta situación de ofensiva de la Derecha conservadora contra la Derecha socialdemócrata, en este caso y otros, pueda inhibir o paralizar la mano y el pensamiento de tal modo que no pueda expresarse juicio alguno desde la Izquierda. A pesar de eso, tal opinión debe manifestarse, en el camino de una urgente tarea que se explica, no sólo en primer plano sino transversalmente, por una pulsión ética. De ahí que su presupuesto no es en absoluto el mismo de la recalcitrante localización de una Derecha desquiciada, por lo cual en nada pueden compararse las miradas. Se corre el riesgo, como siempre, de ser tildada de extremista esta lectura, por hacerse sobre alguien situado en el «centro». No importa.
Igual suerte hemos corrido por desaprobar al engañoso paladín de la justicia, el juez Baltasar Garzón, por su violación de garantías procesales (léase en la red, por ejemplo, la sólida opinión del magistrado progresista Perfecto Andrés Ibáñez sobre el caso de las escuchas), por la criminalización de los entornos sociales de la disidencia política, por su complicidad práctica con regímenes como el colombiano, al que ha avalado y asesorado en mecanismos de represión e impunidad, antes con Uribe y ahora con Santos. Parafraseando de nuevo a Sartre, asistimos al striptease de nuestro nada hermoso humanismo, que protagonizan hoy no sólo un juez jactancioso sino sus defensores a ultranza, algunos del 15-M o con carnet de militante de izquierda, como Gaspar Llamazares, que le enaltecieron hace pocos días a la entrada del Tribunal Supremo, cuando lo que se juzgaba en esa sesión no era en absoluto el conocido caso de la memoria histórica o los crímenes del franquismo, sino un hecho grave concerniente a una violación del derecho de defensa.
Para quienes siendo de izquierdas aplauden ciegamente a estos dos personajes, a Garzón y a Chacón, y sus atributos, el debate no puede ser indiferente. No pueden quedarse en los nudos de las memorias decorativas, de contemplaciones y apaciguamientos creyendo estar ante el mal menor, sino que debe constituirse su puño en alto en portador de banderas de una moral superior, de dignificación y humanidad, acompañando resistencias del presente y solidaridades con quienes se alzan contra la humillación y la injusticia en cualquier parte del planeta. Eso es ser hombre o mujer de su tiempo. Cara al mundo histórico y ético donde somos. Por eso, por esa memoria, no podemos olvidar la actuación ni de Garzón ni de una ex ministra de Defensa y sus altisonancias en el paripé de izquierdista que estos días adopta y nos enseña, cuando no ha dicho ni mu sobre los crímenes de la OTAN, monstruosa coalición en la que ella participó como alta delegada del gobierno español, convalidando los hechos tras una licencia para matar, como efectivamente la tiene esa alianza y como indiscutiblemente cumplió para ello una activa contribución la hoy candidata que exclama sin sonrojarse, para venderse como reparadora: «Tenemos que ser coherentes y si decimos izquierda, hacemos izquierda».
4. Chacón: co-piloto de nuestro B-52
La fuente de justificaciones a favor de Carme Chacón sería aparentemente interminable y maciza. En general se diría: es una coalición internacional de primer orden; es defensiva; protege los intereses españoles; no es cuestión de un gobierno sino de un Estado; es un tratado que debe cumplirse; no es de ahora sino desde cuando se pertenece a la OTAN (1982); además «el pueblo español» votó un referéndum favorable a ese pacto en 1986 (convocado por el PSOE con un «sí», cuando en campaña había dicho que «no»). Y en particular sobre el papel de Carme Chacón, es fácil decir: ese era su trabajo como ministra; sus actuaciones fueron legales; existe una guerra contra el terrorismo tomada en serio; en Afganistán se actuó estos años con mandato de la ONU, conforme a una resolución de diciembre de 2001; en Libia también, pues las atrocidades del régimen de Gadafi obligaron a la resolución 1973 del Consejo de Seguridad para actuar en defensa de los derechos humanos; en ese marco se colaboró en la intervención; etc.
Quienes la defienden no tienen que ir a manuales de derecho internacional y de historia, porque esos mismos manuales pueden ser usados en contra suya. Si desean una disculpa elemental y medular, comprendida por casi todo el mundo como una razón tenaz y conveniente, no tienen más que decir: ¡era su trabajo!
Ello, en las actuales condiciones del mundo y quizá más hondamente en la antropológica sustanciación de una sentencia de formas sofisticadas de colonización, servidumbre y exterminio, sirve de prueba de buena fe y de responsabilidad; es un poderoso argumento, una excusa vertical que es compartida por el empresario, por el banquero, por el sicario, por quien tiene que hacer un trabajo sucio en la tierra, o por quien tiene que hacer un trabajo limpio desde el aire.
«B-52. Travesura bélica en dos actos y un epílogo«. Es la obra de teatro que algunos tuvimos el privilegio de ir a ver el sábado 14 de enero en Madrid. Santiago Alba Rico, su autor, vuelve así sobre un tema que conoce: la racionalidad de la muerte que se trasvasa en el bombardeo, desde arriba, vertical, nihilista, segura, o mejor: sobre segura. Da forma y contenido literario a una realidad normalizada que él denuncia, a algo que hemos leído por años y décadas en los periódicos o visto en la televisión mientras desayunamos: los aviones que arañan el cielo en el día o en la noche, con buenos pilotos que cumplen su trabajo, arrojando las bombas sobre los sitios cuyas coordenadas han sido dadas por operadores que están no sólo en los tableros militares sino en los despachos de los ministros de guerra o de defensa.
Coincidimos en la excelente representación teatral con un amigo, Javier Couso, testigo del dolor humano de esa lógica de «el buen trabajo bien hecho», quien escribe: «esta obra es necesaria porque nos disecciona el pensamiento que da belleza a la destrucción, que hace normal el genocidio y que eleva moralmente una cultura donde, tras las bambalinas de los sueños, se esconde la realidad del infierno / No hay otra forma de soportar la matanza que escondiéndola, o mejor, haciéndola bella y moral. Es la vieja técnica de revestir y camuflar (…) Desde el aire o la lejanía, las explosiones son espléndidas. Sus formas, sus colores y su despliegue luminiscente constituyen una puesta en escena que conmueve. Detrás de la ficción pirotécnica no puede haber maldad. Es la mano de Dios haciendo paisajes (…) Esa tripulación profesional, que recorre miles de kilómetros para soltar toneladas de bombas sobre un lugar que no conoce y que vuelve a su casa sin ningún remordimiento, podemos ser cualquiera de nosotros. Es de hecho la representación de la sociedad en la que vivimos» (en http://hablandorepublica.blogspot.com/).
Javier se refiere a la alta tecnología del poder total «para quitar vidas a escala industrial«. «Y eso, a la mayoría le seduce«, aclara. «Igual que la escenificación del nazismo en sus grandes paradas militares hipnotizaba a millones de personas, hoy, el poderío militar estadounidense simbolizado en ese B-52, da por sí solo, legitimidad. Si preguntas a cualquiera sobre los coches bomba, al instante se horrorizará, recordará las imágenes a pie de tierra, los miembros amputados, la conmoción, la destrucción. Pero cuando ve un B-52, cuyo poder destructor equivale al de miles de coches bomba, le parece hermoso. Sus formas, su poder engrandecido tienen la virtud de ocultar por sí mismo que es una máquina perfecta para el asesinato en masa«.
La escala industrial de la violencia que el fascismo elevó y que multiplicó una estructura sucedánea posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuya mayor expresión institucional fue y sigue siendo la OTAN, sin parangón con otras redes criminales en cuanto a medios acumulados y alcances estratégicos, representa lo que ya Zygmunt Bauman estudió como relación lógica entre Modernidad y Holocausto, y que autores como Santiago Alba Rico o Franz Hinkelammert, entre otros, han cualificado en sus análisis en el actual contexto de enervación y exacerbación capitalista y nihilista. Parece ser que hace falta estudiarlos a fondo, por una parte de la Izquierda, que profesa «simpatías» por Chacón o que celebra sus discursos grises, olvidándose, en aras de la cortesía-hipocresía, quién y por qué estuvo allí: en esa línea de mando, ocupando un puesto de decisión política de operaciones militares cuya huella son las matanzas, abajo, en la miseria de la sangre y la devastación de otros. Los cuerpos despedazados de otros. De otros que no son su hijo, ni su marido, el poderoso ex Secretario de Estado de Comunicación, ni nadie de su familia y amigos.
Sabe la señora Chacón ¿cuántos muertos hay entre la población civil empobrecida, ajena a las contiendas, como consecuencia de los bombardeos que se realizaron con su actividad o pasividad siendo ella ministra? Sus defensores responderán antes que ella: ¡era su trabajo! También fue el trabajo de Fraga ser un buen ministro de Gobernación, cuando la masacre de Vitoria en 1976. Dirán los defensores de Chacón que no es lo mismo. Que esos defensores vayan a Afganistán o a Libia y se lo digan a los sobrevivientes de las familias masacradas en bombardeos «humanitarios». Que les enseñen las públicas felicitaciones de la ex ministra Chacón, que en más de una ocasión extendió a los militares por las exitosas operaciones bélicas.
5. Nuestra buena conciencia y la banalidad del mal
Se insiste en un retrato, expresado tiempo atrás en está página, aún cuando el mismo molestó a más de uno, especialmente en el caso Garzón. Con más ahínco lo rescato ahora para refutar la actitud complaciente con Carme Chacón, expresada por quienes ven en ella la inocencia y prefieren, como militantes de izquierdas, las reglas o modales de la reverencia y lo que ello traduce, a la verdad desnuda de nuestra insensibilidad reinante, de nuestra indolencia y acostumbramiento a los buenos crímenes, cuando no mero despiste o terrible desinformación por falta de aproximación y de lectura. Por eso debemos hacer incómoda la buena conciencia frente a esos actos «B-52», de los que somos más que espectadores. Somos de algún modo quienes han ayudado a lanzar esas bombas y a disculpar a pilotos y a ministros-as, porque «era su trabajo». Justificándoles nos eludimos también de mirarnos. Neguémonos pues a esa tesis perversa, que ya en derecho penal tiene una antítesis correcta: nadie está obligado-as a obedecer una orden criminal; no hay en esto obediencia debida. Chacón, como jurista, debió estudiar algo de los juicios de Nuremberg.
Frente a ese contexto sentenciado con parcialidad en esos juicios, he recordado una y otra vez a Albert Camus y cómo describió en La Peste, en la aturdida elaboración de una indocilidad ante el pláceme de la muerte, la actitud de hombres testigos, no esclavos de sus silencios sino dueños de sus actos, que se rebelaban contra la lógica de la desaparición. Es a lo que Santiago Alba Rico nos lleva sacudiéndonos, para ser capaces de asumirnos, todos abajo. «Es el bombardeo visto no desde el aire sino desde la tierra» (Epílogo de B-52).
Esto que paso a escribir ya estaba comentado. Decía entonces cómo en 1963 fue publicado el libro La banalidad del mal, de la filósofa judía Hannah Arendt. En él se refirió ella a Eichmann: un nazi responsable de miles de asesinatos dentro de la maquinaria genocida en la que él era apenas un burócrata. Con la descripción de este funcionario, Arendt relató no sólo una cierta psicología del matón de buena conciencia, sino la lógica de su trabajo en la industria de la muerte. La banalización del mal significa así varias cosas: que el mal es común y una rutina; que al convivir con lo perverso no lo distinguimos de lo ordinario; que carece de toda importancia y novedad.
Después, muchas reflexiones jurídicas, pedagógicas, filosóficas y sociológicas, plasmadas en publicaciones, o producciones de cine y teatro, han reivindicado o recordado, del otro lado, la denominada banalidad del bien, en cuya cadena se supone están los que no matan, los que tienen interiorizada la bondad, a los que les es connatural ser benignos, a los que les es familiar y habitual hacer el bien. Por ejemplo, quienes sienten que cuando van a su despacho de ministro o de ministra, a su oficina en un banco, en una ONG humanitaria o agencia de cooperación, en una universidad, en una iglesia o en una empresa, desempeñan una función justa y necesaria, útil para la sociedad en su conjunto, no perjudicial. Desde esos puestos de trabajo se postula y cumple la normalización de un modelo de exterminio de otros y del planeta. Un sistema que lubricamos y que mantenemos con presunción y orgullo, como si no asesinara y expoliara, o como si no contara para ello con nuestro permiso o colusión. De ahí que la inmensa mayoría de nosotros gocemos de buena y tranquila conciencia, desde la cual nos es indiferente o incluso nos parece graciosa y hasta sugestiva la retahíla de una ex ministra, seamos de un sector político o de otro, más conservadores o más «progresistas».
Esto no significa ensañamiento personal, no es para injertar la culpa de otros y nuestra hacia la parálisis, o no saber de diplomacia, o ser intransigentes y no tejer miras de diálogo. Significa un llamado, para saber si una Izquierda no promiscua sino despierta y en lucha, debe lanzar cumplidos a quienes, todavía incluso más perversos que muchos operadores de la Derecha, invocan valores «socialistas» y hacen justamente lo contrario. A Rajoy no puede pedírsele compromisos de resistencia a la lógica del capital. A otros se supone que sí. Esta proposición atraviesa el nefasto libro de la socialdemocracia.
Santiago Alba Rico reconstruye al comienzo de uno de sus libros (Capitalismo y Nihilismo) lo que fue el mayor naufragio en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, sucedido en costas italianas en 1996, y cómo apenas un pescador siciliano se atrevió a romper el silencio, el miedo y la indiferencia reinantes y normales, ayudando a un periodista a investigar esta tragedia de la que habían sido víctimas 282 inmigrantes venidos de países muy lejanos. Subraya Santiago que la de aquel pescador fue una acción moral «en una sociedad de agnosia recompensada», sociedad que veía como natural o normal echar tierra sobre el naufragio. «Devolver cadáveres al mar era un gesto sano y rutinario mientras que tratar de salvar al menos su memoria era, en cambio, un atentado enfermizo contra la paz social». Dice Santiago que hay que hacer sentir que las cosas ocurren realmente, localizando los focos de construcción de la realidad. Con ello están en juego no sólo dimensiones epistemológicas y psicosociales, sino la razón de la política y las posibilidades de éticas del bien común.
Carlos Fernández Liria nos ha dicho: «no cabe duda de que el papel de los medios de comunicación respecto del nihilismo contemporáneo es mucho más importante que el de la Iglesia. Los periodistas y los intelectuales mediáticos son los nuevos sacerdotes y obispos de este mundo secularizado en el que se ha vuelto imposible distinguir el bien del mal». Cita a Günther Anders, pareja de Arendt, quien, refiriéndose al colapso moral que representó que todo un pueblo como el alemán acompañara la aventura nazi, denunció la continuidad de esa complicidad entre nosotros, en la conciencia occidental en general. «Lo que le preocupaba era que nos habíamos vuelto analfabetos emocionales y que eso nos abocaba a un abismo moral en el que todos nos hacíamos cómplices de un holocausto cotidiano e ininterrumpido».
Santiago Alba Rico nos viene exponiendo coherentemente, y con ello nos revoluciona, nos rebela y nos revela, sobre cómo el capitalismo perpetra el nihilismo normalizado, la deshumanización radical y vertical, sin que reaccionemos a la selección de vidas, al cálculo que mata, al ordenado precio de la vida de otros, a cómo desde arriba el mundo es visto y se ofrece a la destrucción, con el desprecio por el dolor, producida la muerte arriba hacia abajo, en forma de descarga de bombas como mensajes hacia otros, apenas puntos y explosiones, en matanzas lejanas, objetos de congratulaciones y méritos para el ascenso.
Esto es lo que explica que haya quienes no se inmutan ante el legado «socialista» de Rodríguez Zapatero, en diferentes campos, entre ellos los de Defensa y Relaciones Exteriores, y busquen paliar y descargar sus resultados, diciendo dos cosas: que la Derecha que ganó las elecciones lo hará peor (¡no!: lo hará mejor, para sus intereses), como si el Partido Popular estuviera comprometido con enunciados de emancipación, que alegadamente sí lo son para el PSOE, cuya política en estas décadas traiciona ideales socialistas de sus fundadores y luchas de quienes sufrieron por su identidad en la dictadura franquista; y lo segundo que se escucha es que en todo caso lo hecho por Chacón y otras/os era el trabajo del gobierno, sus tareas.
De nuevo caemos en el argumento de Eichmann. De esa manera tan tranquila o poco perturbada se dilucidan como labor burocrática o técnica los bombardeos de la OTAN, o la venta de armas y el intercambio militar y político con regímenes violadores de derechos humanos en países en conflicto u ocupantes, como Israel, Marruecos, Colombia y otros.
Yves Ternon escribía en los noventa sobre esto, señalando que los ejecutantes resultan protegidos de las «influencias exteriores«, «encerrándolos dentro de un capullo moral donde los valores estarían preservados«; «La estructura jerárquica permite a cada uno considerarse como un mecanismo, y la división del trabajo en tareas especializadas diluye la consciencia de las responsabilidades. Entre el que decide y el que mata se insertan ciertos servicios… La amoralidad es así racionalizada y los límites franqueados sin que las conciencias se veas afectadas («El Estado Criminal. Los genocidios en el siglo XX«).
De ahí que en lugar de estar en tribunas en nuevas campañas, falta hace que estén muchos políticos ante tribunales, que tampoco existen efectivos y serios, para juzgar más allá de los mandos militares, pues otro error grave en parte de la Izquierda es creer que es menos criminal quien da la orden a quien la ejecuta. El método de la eliminación del otro no radica en la oposición civil – militar sino en su binomio. Hay políticos y empresarios que superan con creces a homicidas de uniforme.
En caso de resultar elegida como cabeza del PSOE ¿puede la señora Chacón asumir un debate sobre la responsabilidad penal y la dirección política y estratégica de alianzas como la OTAN?, ¿sobre los hechos criminales que se registran en su historial?; es más: ¿podría pedir perdón? El arrepentimiento, esa condición exigida a otros para hacer un tipo de política ¿es aplicable a quienes participaron y todavía hacen parte de maquinarias institucionales de colonización, pillaje y muerte?
Carme Chacón no es la Dora universalizable de Los Justos de Albert Camus, obra hace unos años algo remedada sin créditos en la obra de teatro Homebody Kabul de Tony Kushner. No es la luchadora por la libertad que debate sobre el derecho a la rebelión y sus límites ante la opresión. La ex ministra Chacón es la universalizable figura de quien sirve a los poderosos y a su comedia, cambiando de máscara cuando parece mirar a la tragedia de los subyugados. Por eso vocifera «Izquierda» y por eso representa la inocencia de la perversión.
Para quienes estamos en el aire, en sociedades que mandan los B-52 a descargarse en otros pueblos, no es fácil entenderlo. Hay que situarse abajo, cuando en nombre de la libertad del mercado, sobre las cabezas y los sueños de los empobrecidos de la tierra, caen las bombas bendecidas por nuestras leyes, por nuestras buenas violencias. Por nuestros intereses, articulados no sólo a la proclama de Bush, sino todavía más degradadamente a la soflama de quien se nos presentó como antagonista y superior. Quizá por eso podría también terminar la obra B-52 no con las palabras de George Bush sino con el rostro y las frases de Barack Obama, recibiendo el Premio Nóbel de la Paz, al referirse a su «guerra justa«. El tronco de la socialdemocracia en su cumbre, en su colosal prueba, en el hervidero de su putrefacción moral y en su caída.
6. Una salida quimérica: pelear por la salida
Al repasar al final esta nota y su sentido, casi puede desecharse. Parece una solitaria pataleta. Por un lado, se sabe de su tono beligerante pero quizá estéril, pues no es para cambiar en esta especie de monólogo al interlocutor socialdemócrata, sino, acaso, para interpelar a compañeros de Izquierda, a quienes sí les vivifica la lucha anticapitalista, por mero reflejo de honestidad, por honradez, porque se indignan de verdad ante lo injusto. Por otro lado, la hipótesis de una corrección no es creíble: no es factible que hoy día Chacón y otros como ella en el PSOE pidan perdón; no va a surtirse un reconocimiento de lo que han traicionado en diversos campos de la vida social, económica y política; que miraron hacia arriba y saludaron nuestros B-52 a la hora de las detonaciones abajo. Esas «disculpas» por su trabajo cumplido no llegarán, ni por mil pedidos de mil de sus militantes. Que se conozca, en vísperas del congreso del PSOE, no existe ni una sola voz o una sólo firma que así lo haya demandado. Resulta espeluznante el relato sobre los verdugos voluntarios, sobre los alemanes corrientes y el Holocausto, que escribió Daniel Jonah Goldhagen.
No obstante, queda algo que no es mera retórica, que se defiende en la proyección de una controversia que debe ya mismo reabrirse en España. Se refiere a dos temas, que son nuestro eco de reivindicaciones sentidas.
Primero: la salida de España cuanto antes de la OTAN. Socialmente debe demostrarse la cuestión de la OTAN como nuclear en las contradicciones y en el camino de visibilizarlas en un conjunto, para una tensión política constructiva, discutiendo su naturaleza, sus resortes ilegítimos, sus cargas económicas y de soberanía, sus crímenes; para exigir el retiro de España de esa coalición adaptada al nuevo imperialismo; para liberarnos de un militarismo que replicado en otros flujos lleva a que los intereses de la nueva ola subordinada de internacionalización o inserción española y europea se acompañe con costosos vectores de violencia, incompatibles con la democracia y la cooperación.
Segundo: la necesidad de que la Izquierda, en su embrión y coherencia básica para impulsar procesos combativos, supere el complejo de inferioridad moral ante la socialdemocracia, y no deba, por ninguna razón, menos cuando acabamos de asistir a años de artimañas, retraerse y lisonjear a personas implicadas en los tramos de los crímenes cuyo repudio debe de nuevo expresarse con energía. Con altura ética, con cultura política, con temple. A partir de ahí debe impugnarse esa impunidad y ese nuevo caciquismo y ceguera de progresistas anidados en la socialdemocracia. No generalizando, de nuevo se pregunta entonces ¿dónde están las excepciones?; ¿dónde están las voces disidentes dentro de un partido que desenmascare esa vergüenza? No se ven. Si las hay, están sojuzgadas, dormidas. Sólo constan chirriantes, repetitivos y vacuos eslogan con un ofensivo «¡compañeras y compañeros!» que no son su patrimonio sino su botín.
Chacón, por fuerza de su trabajo para el orden de un régimen que justifica la muerte en la existencia de su ley, no sólo resulta en cierta medida homologable históricamente a personajes como Fraga, sino a la figura de Caty, que bien se nos representa en la obra de Santiago Alba Rico.
Caty: «Somos la tripulación de un B-52 que despega de la base de Barksdale para bombardear Bagdad. Somos cojonudos. Somos mensajeros de Dios, héroes de la democracia, ángeles de la civilización. Es alucinante (Caty da vueltas con los brazos abiertos emitiendo un zumbido). Volamos durante horas por encima de las nubes, destruimos desde el aire casas, puentes y mercados, matamos sin esfuerzo mujeres y niños y volvemos a casa como si tal cosa» (tomado de B-52, Editorial Hiru, 2011, pág. 14).
¡Ah!, ¡no!: era su trabajo, lo cumplió bien, en nombre nuestro. Y no de co-piloto sino de ministra: unas nubes más arriba. Pero igual volvió a su casa, abrazó a los suyos y está ahora cómodamente en la carrera para ser la máxima dirigente de un partido político que todavía se autodenomina de «izquierda», «obrero» y «socialista».
Carlos Alberto Ruiz es Doctor en Derecho, autor de «La rebelión de los límites. Quimeras y porvenir de derechos y resistencias ante la opresión» (Ediciones Desde Abajo, Bogotá, 2008).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.