Un ex conscripto acaba de romper la cultura del silencio sobre la barbarie impuesta por los jerarcas militares de las FF.AA con el acuerdo de autoridades civiles. El pacto forzado obliga a sus miembros a mantener oculta la verdad con respecto a las circunstancias y lugares donde se practicaron los crímenes y se hicieron desaparecer […]
Un ex conscripto acaba de romper la cultura del silencio sobre la barbarie impuesta por los jerarcas militares de las FF.AA con el acuerdo de autoridades civiles. El pacto forzado obliga a sus miembros a mantener oculta la verdad con respecto a las circunstancias y lugares donde se practicaron los crímenes y se hicieron desaparecer los cuerpos. Pero por sobre todo traba las denuncias de los nombres de oficiales responsables de las violaciones de los derechos humanos y asesinatos de civiles desarmados y desaparecidos. Un cerrojo militar aplicado a la justicia con el fin de proteger la impunidad.
Fernando Guzmán, el testigo que decidió hablar, ha declarado en un programa de televisión: «Se quemaron vivos, el joven murió por eso (…) porque él gozaba viendo eso (el ex coronel Castañer), haciendo sufrir al prójimo, a un niño que fue a protestar porque no estaba de acuerdo con el Gobierno, matarlo loco…no. El verdadero culpable tiene nombre y apellido: Julio Castañer, ese es el nombre del asesino». Declaraciones terribles.
Carmen Gloria Quintana acaba de rendirle un merecido homenaje a la doctora Michelle Bachelet (interna en su tiempo en la Posta Central) por haberla protegida del abuso militar en aquella época de lucha por la democracia. Ambos son gestos hermosos. Y Carmen Gloria, en un acto de fidelidad a la memoria activa, acaba de hundir en la ignominia a Enrique Correa uno de los arquitectos de la transición pactada entre la Concertación y el poder militar-civil. «‘Miren, aquí hay cosas bien claras, se va a hacer justicia con tres casos emblemáticos y nada más», fueron los dichos secos de Enrique Correa, a la sazón ministro de la Segegob del gobierno de Patricio Aylwin, cuando ella acudió a La Moneda, para que esta vez en democracia, se hiciera justicia.
A renunciar a aplicar la justicia se tradujo en la práctica la doctrina de «la justicia en la medida de lo possible» del primer Presidente de la democracia tutelada, el DC Patricio Aylwin. Asesorado por Enrique Correa, el interlocutor válido más apreciado por el dictador Augusto Pinochet. Hoy lobista profesional y consejero estratégico en comunicaciones de la casta politico-empresarial corrupta.
La justicia no sería real sino que se haría un simulacro en apariencia para cumplir el pacto entre las fuerzas de la Concertación con la derecha civil y los militares. Situación que dura hasta hoy con la NM.
Para muchos lo vivido hoy es parte de nuestras vidas. Por fin surgen verdades gracias al trabajo y a la memoria activa durante más de treinta años de familiares, organizaciones de desaparecidos políticos, abogados y periodistas. Y ahora de jueces y fiscales que hacen su trabajo como se debe. Así puede legitimarse el poder judicial.
Imposible ser ajeno a esta realidad que la derecha chilena dice ignorar porque siempre evitó enfrentarse a la verdad del régimen que avaló y que la amparó para que se enriqueciera y acumulara poder. Tan grave ha sido la actitud contraria a la ética política de los concertacionistas fieles al pacto político transicional cívico-militar.
Por eso somos fieles a nuestra memoria.
A Rodrigo Rojas de Negri y a Carmen Gloria Quintana los conocí en la ciudad de Québec. Rodrigo viajaba a menudo desde Washington, donde residía su madre, a pasar semanas de vacaciones en la quietud veraniega de la capital de la Provincia de cultura y lengua francesa del Canadá. En ella, por aquellos años, habitaban sus tíos y su abuela María de Negri. A Carmen Gloria la conocí después de su llegada a la ciudad de Montreal. Chilenos y chilenas residentes habían hecho incansables gestiones -que se revelaron exitosas- para que Carmen Gloria fuera a tratarse en el Hospital de Grandes Quemados de Montreal con los mejores especialistas en ese tipo de intervenciones.
Más tarde Carmen fue invitada por organizaciones de Derechos Humanos y sociales del Québec. Allí fui su intérprete en varios encuentros y en un gran congreso de organizaciones sindicales donde como invitada de honor explicó la importancia de la lucha por la democracia, la justicia y los Derechos Humanos en Chile y el mundo. Era impresionante la fuerza que se desprendía de ella; su profunda humanidad y las ganas de vivir que encarnaba con su sola presencia. Pese a los dolores intensos que la atenazaban irradiaba calma y confianza. Pero sobre todo unas indomables ganas de afirmar la justicia y su estrecho vínculo con la recuperación de la democracia.
Con Rodrigo conversamos varias veces en Québec. Su tía, la abogado Amanda de Negri había sido mi compañera en cursos de Ciencia Política en la Universidad Laval de esa ciudad. Nos reuníamos a menudo en la oficina de un profesor amigo a intercambiar ideas e información sobre Chile. Un día Amanda me presentó a su sobrino que hablaba español con acento inglés. La pasión del joven Rodrigo por la fotografía no lo dejaba separarse de su cámara. Me impresionaron la factura técnica y los destellos del artefacto para captar el mundo y se lo dije en una ocasión a Rodrigo. Orgulloso estaba de su máquina profesional. Fue quizás en esa misma oportunidad que me contó que se preparaba para viajar a Chile a fotografiar la vida en el país que tan cerca sentía y amaba y que bajo la dictadura tanto sufría. Su joven personalidad en desarrollo se proyectaba al futuro como un reportero de la vida y de sus luchas por un mundo mejor.
Para la fecha del acto de Barbarie casi innombrable me encontraba en Santiago. Y la noticia de la muerte de Rodrigo me fulminó. De nuevo la barbarie arremetía contra los nuestros. Jóvenes, inteligentes y apasionados por la libertad y la justicia eran tratados bestialmente por militares, oficiales y conscriptos bajo sus órdenes. Algún día habría justicia.
Además de justicia a Carmen Gloria y a Rodrigo tendría que saberse toda la verdad y juzgar a los responsables de las desapariciones de tantos de los nuestros asesinados y desaparecidos antes. Como la de Ariel Salinas, mi querido e inolvidable amigo y camarada, presidente del centro de alumnos del Instituto de Sociología de la U de Concepción, desaparecido en septiembre de 1974. Esperamos se haya dado un paso importante.
La presidenta podría jugársela por entero. Más vale tarde que nunca. A la justicia, la verdad y al castigo y juicio a los culpables no debe nunca renunciarse. No hay política realista posible ni medida que lo justifique.
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