Ayer leía la columna de Juana Gallego en este mismo medio y, aunque entendía su frustración -que comparto- no paré de negar con la cabeza. Desde el mismo título hasta el punto final.
Juana, en su artículo, denuncia la soledad de las feministas, y hace un peregrinaje por las instituciones, colectivos y personas que «nos han abandonado» en cuanto la moda ha pasado a ser otra: el neoliberalismo disfrazado de feminismo.
Aunque estoy completamente de acuerdo con la claridad de Juana a la hora de explicar qué es feminismo y qué es «la involución del brilli brilli«, no comparto su premisa de ese abandono generalizado. Básicamente porque para abandonar un lugar, primero se ha debido estar a él. Y la inmensa mayoría de quienes Juana enumera, a pesar de sus eslóganes y su griterío en pro de la igualdad, nunca llegaron al corazón (a la raíz) del problema y de la violencia contra las mujeres. Y precisamente por no haber llegado ahí, no llegaron realmente a la lucha por la liberación de las mujeres (aunque hayan salido en todas las fotos).
Le hemos presupuesto a personas y a partidos políticos, por autoproclamarse de izquierdas, una conciencia plena de qué es el feminismo y qué es lo que busca. Ahora nos damos cuenta de que ni siquiera saben explicar el concepto «mujer».
La herramienta principal que usa el patriarcado para explotar a las mujeres sexual y reproductivamente es el sexo, pero a quienes enumera Juana han empezado a desechar esta obviedad de un tiempo a esta parte. El sexo biológico de las personas es inamovible, y es justamente en el sexo donde el patriarcado se ceba: desde la misma formación del sexo, el patriarcado empieza a discriminarnos. Nuestro sexo es el motivo primero y básico que el sistema usa para oprimirnos a lo largo y ancho del mundo y, sin embargo, el sexo ya no importa en los «análisis» de estas personas, partidos e instituciones, y lo ignoran deliberadamente incluso a la hora de proponer leyes.
Es cierto que muchos en la lista de Juana han enarbolado la bandera feminista cada vez que tenían turno de palabra, incluso para rascar votos. Pero ya han pasado varios años desde que el feminismo tomara su lugar en la agenda pública, y ya no basta con alzar esa bandera: hemos visto mil veces que es demasiado fácil y nada valiente teniendo en cuenta su poder o influencia. Es una bandera que hasta Bertín Osborne consideró buena idea apropiarse.
Un país que aplaude a una ministra que celebra los resultados de unas elecciones con una camiseta hecha por mujeres explotadas en el otro pico del mundo, pero sobre la que se puede leer «Sí, soy feminista», no es realmente representativo del movimiento por la liberación de las mujeres. Más si ese modelo de camiseta se agota en menos de 24 horas tras la aparición de dicha ministra. Un feminismo que defiende la explotación sexual de las mujeres prostituidas y que no pelea contra la imposición social del género, tampoco tiene nada que ver con la liberación de las mujeres. Muy al contrario, porque esto perpetúa el patriarcado, y si tu «lucha» le gusta al sistema, no estás luchando contra el poder y es statu quo, sino contra las de abajo.
Cuando en el imaginario colectivo de la izquierda el feminismo pasa de ser un ogro a ser un concepto ya vaciado de contenido, como el de «igualdad», la situación actual era esperable. Cualquier persona a la que preguntes te dirá que sí, que está a favor de la igualdad. Pero, ¿qué implica eso de la «igualdad»? Bueno, eso es otro cantar, ahí cada cual lo que quiera pensar, al parecer. Pero es que el feminismo ni es un ogro ni se puede resumir en «igualdad». La lucha feminista tiene tiene tres siglos de teoría y práctica, pero ha quedado reducida a una palabra con la que se puede reconocer desde Bertín Osborne a Santiago Abascal. ¿Cómo una movimiento tan vital para todas las mujeres del planeta se ha simplificado en una frase ambigua con la que cualquier persona se puede sentir identificada y, además, creer sin género de dudas, que forma parte del movimiento?
Primero: porque nos impiden conceptualizar bien. ¿Cuántas definiciones de «mujer» han leído en los últimos tiempos, sin ningún tipo de razonamiento que lo sustente? Cada cual tiene su opinión, y al parecer es la única palabra del castellano que es infinitamente interpretable. Bueno, «mujer» y «feminismo». Dos palabras. No es casualidad que sean justo estas dos palabras las que tengan aparentemente tantos significados. Pero volviendo a «mujer»: desde que el neoliberalismo entró en escena, cada cual tiene su propio definición de este concepto. ¿Se puede luchar por la liberación de las mujeres si «mujer» es un concepto cambiante y opinable? ¿Puede avanzar el feminismo si el sujeto de la lucha no está claro y meridiano? Por poner un ejemplo: ¿cuántas veces han leído hasta hoy la famosa frase de Simone de Beauvoir «La mujer no nace, se hace»? Seguro que muchas. Y con muchas interpretaciones diferentes. Pero, ¿tantas veces les ha pasado por delante en Twitter -o han leído en columnas-, cómo continua la reflexión de Beauvoir? Eso ya menos. Yo, al menos, muy pocas. Aprovecho para ponerla íntegra:
«No se nace mujer: se llega a serlo. Ningún destino biológico, psíquico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; es el conjunto de la civilización el que elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica de femenino.»
Tiene muchas menos interpretaciones esta reflexión ahora que si las recortamos convenientemente, como tantas veces se ha hecho.
Segundo: porque los espacios en los medios de comunicación, ya sean de derechas o de izquierdas, ya hablemos de un periódico o de la televisión, están copados por una mayoría que sigue siendo masculina, y los hombres nunca dicen «no sé» o «no tengo suficiente información para formarme una opinión». Muy al contrario, aprovechan cualquier polémica para dar su opinión de hombre, incluso en temas donde la perspectiva feminista es esencial para realizar una crítica seria y con sentido. Y no sólo hombres, porque aunque la mayoría de los que dan la turra con su opinión y análisis de la lucha feminista estén claramente inclinados hacia el discurso neoliberal (y esto tampoco es casualidad), también hay mujeres que en un ejercicio de suplantación de roles excepcional, escriben ríos de tinta sobre por qué los hombres pueden ser tan feministas como las mujeres, por ejemplo, o dan holgura a la idea de que ser mujer no algo es concreto y tangible. Sin ir más lejos, la reina de teoría queer, Judith Butler (aplaudida en masa por hombres, por supuesto).
Ahora vemos que cuando el feminismo experimenta un auge en un sistema como el nuestro, patriarcal y capitalista, el movimiento no dispone de mucho tiempo hasta que el mismo sistema empieza a generar confusión con respecto a lo esencial: qué es realmente el feminismo. Ana Botín, por ejemplo, también se dice feminista. Algo va mal cuando una banquera dice sentirse representada por un movimiento que esencialmente es revolucionario. Pero la lucha feminista busca la liberación de todas las mujeres, no parchecitos capitalistas que arreglen los problemas de las multimillonarias como Botín, problemas a solventar como que entre los más poderosos y privilegiados del planeta haya más mujeres. Ese «feminismo» es la concepción que tendrá Ana Botín y sucedáneas (total, cada cual tiene la suya y no parece importar), pero no son serán ellas quienes liberen a las mujeres de sus opresiones. De hecho, su propia riqueza desproporcionada se debe a que el sistema permite que unos países expolien a otros. Poco feminista eso, pero también da igual. Y es que la realidad -dentro y fuera de nuestras fronteras- es otra bien diferente: la preocupación vital de la lucha no es que las mujeres no aglutinen tanto dinero y poder como los hombres más ricos, sino que a las mujeres las violan y las matan por ser mujeres. Y las violan y las matan los hombres. Primero porque somos mujeres y segundo porque ellos son hombres. Y ahí está la verdadera raíz del problema que sufrimos todas. Si no conceptualizamos correctamente mujer y hombre, ¿quién es el opresor y quién la oprimida?
El neoliberalismo no iba a dejar que la lucha feminista avanzara tan fácilmente. Era esperable que sacara armas más sutiles que un Abascal trasnochado o un Trump fácilmente reconocible como el enemigo, porque de hecho, con ellos, la lucha solo aumenta. Por eso, solo unos años después de que el feminismo entrara en una nueva ola, después de que la presión de miles y miles de mujeres alrededor del mundo exigiera ferozmente a gobiernos, instituciones y organismos tanto público como privados el fin de la violencia y los abusos de los hombres contra nosotras, el neoliberalismo saca un señuelo sutil y sibilino para dividir a las propias bases de la lucha: «Esperad un momento, no podéis seguir hablando de mujeres, porque no estáis entendiendo qué es realmente ser mujer».
Este señuelo no sólo genera un falso debate, sino que logra que la separación en las filas feministas sea violenta. Ya vimos este 8M en España qué ocurría en plena manifestación, escenas que hemos visto años anteriores en países anglosajones. Ahora la lucha feminista se ha dividido entre las que entienden que nacer con sexo femenino es un hecho biológico inmutable y que conlleva discriminación, explotación reproductiva y sexual, y quienes defienden que ser mujer puede serlo cualquiera que así se identifique, sea la realidad material de esa persona la que sea. Y esto es aceptado por quienes Juana enumera en su artículo: partidos, instituciones y personas conocidas que hasta ayer denunciaban que en los espacios de privilegio solo había hombres. Ya no pueden denunciarlo, porque ahora dicen no saber si son hombres realmente, ya que el sexo, la crianza, la socialización masculina y los mandatos de género, no son suficientes para identificar el género de alguien. No pueden denunciar la hiperrepresentación masculina en todos los ámbitos, ya que, por coherencia con su nueva visión, habría que preguntarles primero si realmente son hombres o, por el contrario, verbalizan que son mujeres.
El señuelo neoliberal ha funcionado con algo completamente inverosímil. Aun siendo un señuelo completamente misógino, lesbófobo y tránsfobo. Y con estos mimbres, con personas trans y no trans, con mujeres lesbianas y heteros escandalizadas y frustradas por la frivolidad con la que se usa no solo el concepto mujer sino también el concepto trans, volvemos al artículo de Juana:
Compañera, quienes se han ido diciendo adiós de la lucha feminista no nos han abandonado, porque realmente solo vinieron para la foto. No es lo mismo vivir en un sitio que ir de visita. No es lo mismo empaparse de una ideología que reproducir sus eslóganes. También Girauta asegura que fue marxista «para ligar», pero ¿realmente Girauta tuvo idea alguna sobre marxismo?
El feminismo siempre será incómodo, siempre recibirá insultos, y cuanto más profundices en su teoría, en sus reclamaciones, cuanto más te empapes de él, más incómoda serás. Dejaremos de ser incómodas y odiadas cuando vivamos en una sociedad feminista, mientras tanto, no nos queda otra que aceptar que vivimos inmersas en un sistema patriarcal, con todo lo que eso conlleva.
Así que, querida Juana, no nos ha abandonado nadie, el feminismo sigue siendo tan incómodo como siempre, nunca fue la moda que mucha gente quiso vestir. Solo que ahora lo vemos claro porque la moda ha pasado a ser otra. Al bajar la marea de lo cool, nos hemos quedado las que éramos y las que se siguen sumando. No somos menos, cada día somos más, pero desde luego no tantas como parecía. Y también bajará la marea de lo ahora-cool. Muchos de los que se han ido a vocear nuevos eslóganes neoliberales y misóginos en nombre de un feminismo que no saben explicar, pasarán de este tema tan pronto cambie el tercio. Y el tercio ya está cambiando, si te fijas. En cuanto las feministas nos hemos decidido a desmentir las bases de ese movimiento hueco y sin base científica, desde que nos hemos decidido a pelear aun a riesgo de ser etiquetadas, insultadas, incluso a perder trabajos, como bien cuenta Debbie, ya no es tan cómodo posicionarse con lo ahora–cool.
Así que no estás sola, ni tú ni ninguna compañera feminista, estamos juntas, unidas, con las ideas claras y sin intención de detenernos. Y recibiendo cada día en nuestras filas a mujeres que llegan concienciadas (y muchas de estas nuevas compañeras, date cuenta, vienen de vuelta de lo ahora-cool, del brilli billi, tras alcanzar su propio peak trans).
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Fuente: https://blogs.publico.es/barbijaputa/2020/10/14/carta-a-juana/