Esta es una carta de Ramaderes de Catalunya a todos los colectivos y personas que elaboraron y firmaron el manifiesto del 8M de este año
Una vez presentadas, en primer lugar, os queremos agradecer todo el trabajo que realizáis en el ámbito del feminismo, tanto haciéndolo visible como en conseguir que la vaga [huelga] feminista haya sido un éxito… ¡parece que compartimos lucha!
Pero, aun así, nos sentimos excluidas de esta lucha. Día sí día también, nos llegan mensajes y comentarios acusándonos de que nuestro feminismo no es real, o no es del bueno, porque no somos antiespecistas. Siempre hemos defendido que ser feminista no ha de ir ligado a ser antiespecista. Y escuchamos el manifiesto del 8M de este año con gran consternación, ya que un mensaje fue éste: «el feminismo ha de ser antiespecista».
Entendemos que esta es una visión y un discurso realizado desde el ámbito urbano, donde surgen muchos movimientos sociales. Quizá hay que plantearnos porque muchas veces no llegan al medio rural.
Defendiendo esta idea sin ninguna reflexión, se está excluyendo de la lucha feminista a todo un entorno rural y a las luchas feministas que están ligadas a él. A no ser que queramos que la única manera de vivir en el mundo rural sea basándonos en el sector servicios, esencialmente del turismo, y continuar así con el expolio de nuestro entorno. Si no es así, las pequeñas ganaderías son básicas para la subsistencia en el entorno rural. No todos los terrenos son adecuados para la agricultura, por ejemplo el caso de los Pirineos, donde en cambio una actividad respetuosa y beneficiosa para el entorno no solo natural sino también humano como es la ganadería extensiva es básica para mantener las comunidades. No queremos ni podemos aceptar que la única manera de dar vida al medio rural sea potenciando los servicios turísticos, absolutamente dependientes de la ciudad…
Los movimientos feministas nos llenamos la boca de anticapitalismo y antiglobalización y en cambio no sabemos qué significa soberanía alimentaria. El modelo alimentario vegano que propone el antiespecismo solo se sostiene en el modelo capitalista y globalizado actual. Produciendo alimentos vegetales donde el territorio lo permite y exportando donde la población «lo necesita».
Para conseguir soberanía alimentaria es necesario poner en valor los recursos del territorio propio. Son necesarios pequeños agricultores, pequeños ganaderos, ligados y cerrando ciclos. Porque para cerrar ciclos la ganadería es indispensable. Para abonar campos o reaprovechar residuos de la agricultura. Si este vínculo no existe pasamos a depender de fertilizantes químicos, que perjudican suelos y acuíferos, y que a la vez dependen de los combustibles fósiles.
Esperamos que nadie se atreva, con su visión blanca occidental acomodada, a decirle a una feminista de la vía campesina que no es lo bastante feminista porque cría pollos para alimentar a su comunidad. Y esperaríamos que aquí pasara lo mismo, que nadie se atreviera a decirnos que no somos feministas porque criamos animales para alimentar nuestra comunidad. Porque llevamos a los animales a aprovechar los rastrojos después de la cosecha, o a pastar en las pendientes del Pirineo, o a limpiar los bosques olvidados de Collserola.
Desde el mundo rural, empoderarse significa reaprender todo aquello que este sistema desarraigado de la tierra nos ha explicado que no sabemos hacer; todos aquellos conocimientos de supervivencia robados para generarnos dependencia. ¿Y qué es más empoderador que ser consciente de que puedes producir tus alimentos?
Nos llenamos la boca de ecofeminismo y, en cambio, no tenemos claro el concepto de ecologismo. Ecologismo no es solo no contaminar. Es sobre todo la conservación de los recursos naturales, y ya va implícito el no contaminar. ¿Pero qué son los recursos naturales? Es el agua: los ríos donde se vierten las aguas residuales de las industrias y los núcleos urbanos, los acuíferos llenos de fertilizantes y pesticidas procedentes de la agricultura y la ganadería intensiva.
Son los suelos, que se degradan cada segundo que pasa, ganando metros de asfalto, o con malas prácticas de agricultura, o con el sobrepastoreo. Lo dejamos estéril llenándolo de metales pesados de los barros de las depuradoras que usamos para «fertilizar».
Es la biodiversidad que retrocede a marchas forzadas. Y la pequeña ganadería juega un papel importante en su mantenimiento. La rotación de pastos aporta materia orgánica al suelo, que será incorporada gracias a insectos y microorganismos, creando así un suelo vivo y bien estructurado, capaz de sustentar la vida, de filtrar y proteger acuíferos, y de resistir la erosión. Y, sobre todo, aporta diversidad de hábitats: estos son indispensables para mantener la biodiversidad en nuestro planeta. El mediterráneo es un punto caliente (hot spot) de biodiversidad a nivel mundial y en parte se debe a que hace miles de años que el ser humano trabaja la tierra, creando muchos hábitats diferentes que son refugio y medio de incontables especies no solo animales, sino también vegetales.
Con la pequeña agricultura creamos hábitats de secano, de regadío, arrozales… y con la ganadería creamos pastos, un mosaico de hábitats necesarios para la mayoría de especies mediterráneas. Un prado pastoreado tiene mucha más biodiversidad de flora, ya que el pastoreo evita la predominancia de una sola especie. Y esto aporta diversidad de alimento y refugio para los insectos, que a su vez aportan diversidad de alimento para otra fauna como las aves, polinización, descomposición de la materia orgánica… En zonas donde no es posible la agricultura, la ganadería extensiva aporta, intercalada con espacios forestales, espacios abiertos, muy necesarios para especies clave para nuestros ecosistemas como son los conejos, y a su vez como espacios de caza para especies bandera como las rapaces. Todo está conectado.
Nos llevamos las manos a la cabeza también cada vez que hay un gran incendio. Y miramos datos históricos y vemos que han aumentado exponencialmente, a medida que se han abandonado pastos y cultivos. Y es que un bosque sin pastoreo pierde diversidad, pero gana en conectividad: vertical y horizontal; horizontal porque las zonas boscosas acaban conectándose entre sí por el abandono de los pastos. Vertical, porque no hay animales que coman los estratos intermedios del bosque y reduzcan la materia orgánica combustible. La hierba, los arbustos, las trepadoras y las copas de los arboles acaban siendo un continuo. Así que en caso de incendio se quema todo, de arriba a abajo, y grandes superficies. Y comporta que será mucho más complicado que la zona quemada se recupere, ya que las plantas que deberán colonizarla estarán muy lejos.
Nos decís que no podemos ser feministas porque explotamos a nuestros animales. La explotación, según la teoría marxista, se da cuando se genera una plusvalía, una acumulación de capital, expoliando a los trabajadores de su fuerza de trabajo. Pues bien, explotación encontramos en todas partes: en las grandes cárnicas, en los campos de tomates, en la viña, en las minas, en restauración, en los servicios de curas… productos y servicios que se consumen día a día.
Las pequeñas ganaderías extensivas no acumulan capital; somos pequeñas porque no queremos crecer, porque queremos lo que necesitamos para vivir y porque creemos en el reparto del trabajo y de la tierra. Criamos a nuestros animales con respeto y el máximo bienestar que les podemos ofrecer, preservando así su existencia (sin ganadería extensiva muchas razas animales serian extinguidas). Y aprovechamos la carne y la leche para alimentarnos y alimentaros, y con el objetivo de poder vivir de este trabajo. La palabra explotación no va con nosotras.
Podríamos llenar este escrito con citas academicistas o ejemplos de luchas campesinas latinoamericanas, pero aquí, en la Catalunya del siglo XXI, el pequeño campesinado también es una realidad y una lucha.
Os invitamos a una reflexión profunda sobre el modelo agroalimentario que queremos, una reflexión sistémica y holística, más allá del individuo, poniendo como centro las comunidades, la soberanía alimentaria, el conocimiento del territorio y el medio ambiente. Y os invitamos a alguna de nuestras granjas para debatir sobre feminismo y antiespecismo, de forma constructiva e intentando encontrar puntos en común para no dejar, una vez más, el mundo rural aparte.
¡Viva la lucha feminista!