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Carta abierta a Oscar Niemeyer, arquitecto brasileño

Fuentes: La Nueva España

Le escribo esta carta abierta para decirle que no me ha sorprendido su disposición a diseñar desinteresadamente el museo que la Fundación Príncipe de Asturias proyecta construir para celebrar los 25 años de su existencia, según vienen publicando en los últimos días los medios de comunicación de la región que da título al heredero de […]

Le escribo esta carta abierta para decirle que no me ha sorprendido su disposición a diseñar desinteresadamente el museo que la Fundación Príncipe de Asturias proyecta construir para celebrar los 25 años de su existencia, según vienen publicando en los últimos días los medios de comunicación de la región que da título al heredero de la Corona española. Y lo hago con el deseo de informarle – por estar convencido de que se lo merece -de algunos datos que muy probablemente usted desconozca en mayor medida que los demás premiados por no haber estado presente y delegar en su hija la recogida del premio que la citada Fundación le concedió en 1989.

Pues bien, le resumo: la Fundación Príncipe de Asturias que desde hace 25 años viene concediendo los premios, fue promovida por un grupo de personas interesadas en asentar de nuevo en España la Monarquía que en 1931 fue sustituida por la II República , uno de los regímenes social y culturalmente mas avanzados en su época en Europa y en el mundo, que fue liquidado en 1939 tras una maldita guerra civil que se prolongó casi tres años. Un conflicto que seguramente usted seguiría con atención desde Río cuando iniciaba su brillante carrera profesional dada la proyección internacional que tuvo la «guerra de España » en la que por primera vez llegaron a las manos los defensores de la democracia y los del fascismo concluyendo con la victoria de los segundos, iniciándose a partir de 1939 una dictadura militar encabezada por el general Franco que se prolongará hasta su muerte en 1975, dejando como heredero a Juan Carlos I de Borbón, el actual monarca, nieto de Alfonso XIII, el rey que se vió obligado a abdicar cuando en abril de 1931 llegó la República en olor de multitudes.

Lógico que los monárquicos españoles hicieran piña en torno al sucesor de Franco para seguir controlando la situación después de la muerte del dictador. Pero menor aprecio ha tenido la generosidad de los perdedores, perseguidos sin tregua durante cuarenta años por aquella dictadura con la que colaboraron la inmensa mayoría de los monárquicos, a pesar de que se volcaron en lograr la reconciliación para evitar una nueva guerra civil y a la vez recuperar las libertades perdidas en 1939. Aunque también acertó después al rey Juan Carlos I al condenar un intento de golpe de Estado en febrero de 1981 contra la joven democracia, gesto que le sirvió para mejorar sustancialmente la imagen de la monarquía impuesta por Franco y reconocida después en la Constitución democrática. ¿Necesitaba mayores respaldos aún para garantizar la permanencia de Juan Carlos I y la continuidad de sus sucesores?

Trato exquisito

Asi lo debieron entender, desconfiados ellos, quienes optaron por impulsar la actividad de la Fundación Príncipe de Asturias legalizada unos meses antes de la fustrada intentona militar que se acaba de mencionar. Porque en caso contrario resulta difícil de explicar el trato exquisito recibido por los medios de comunicación le dieron desde su nacimiento. Y con él, el creciente espacio político que fue adquiriendo en la medida que incrementaba sus recursos. ¿Procedencia de éstos? Al no tener como base de partida un legado económico tan potente como la Alfred Nobel de Suecia, el grueso de los presupuestos anuales de la Fundación española ha corrido a cargo de subvenciones públicas. Que si no generosas en exceso, sí menos cicateras que las aportaciones de sus patronos privados -militantes de la causa monárquica, se entiende-, en su mayoría empresarios acaudalados y profesionales instalados que a cambio de su mecenazgo reciben las consabidas contraprestaciones de imagen para el mejor desarrollo de sus actividades privadas.

Un mundo de fosa abierta

Todo lo que acaba de leer, Sr. Niemeyer, lo he redactado mientras se encuentra reunido el jurado para otorgar el premio de Ciencias Sociales del año en curso. Un jurado, como todos, designado por la Fundación pero en este caso presidido aún por un octogenario exministro franquista que no dimitió de su cargo cuando el dictador ordenó en 1963 fusilar sin contemplaciones por supuestos delitos cometidos en la Guerra Civil a un dirigente del Partido Comunista de España. Es decir, de la organización que aportó la mayor contribución de sangre y años de cárcel a la lucha antifranquista, y apostó en 1956 por la reconciliación definitiva entre los españoles. El mismo partido que junto a su sindicato entonces afín, Comisiones Obreras, fue determinante para que la transición a la democracia en la España de los años setenta se hiciera de forma pacífica siendo un ejemplo para las dictaduras de otros muchos países.

Esta es, don Oscar una breve aproximación al origen y la función que en la actualidad desempeña la Fundación Príncipe de Asturias. Se podría aducir por contraste su acreditado impulso a la cultura y a la promoción artística, pero a los efectos de conseguir lo que pretendo con esta carta no le sobra saber, por ejemplo, que un colega suyo también premiado, don Santiago Calatrava, no ha ofertado colaboración desinteresada alguna que se sepa ni a la Fundación Príncipe de Asturias ni a los gobiernos local y regional, a pesar de tener actualmente importante obra pública y privada en esta capital del Principado desde la que le escribo.

En fin, de sobra sabe usted aunque no haya frecuentado las largas distancias por su miedo al avión, que vivimos en un mundo en que la fosa abierta entre ricos y pobres tiende a ensancharse aún más, y que la multiplicación de los últimos tiene mucho que ver con el incremento de la fortuna de los primeros. Por eso creo que la mayoría de asturianos lo que esperamos de usted es que a cambio de percibir los honorarios por su trabajo aporte al Museo – esperemos que pagado por los filántropos monárquicos españoles – los muchos saberes profesionales aprendidos en su larga vida. Y que, si le parece, los honorarios de la obra los destine a la sencilla gente de ese Brasil en el que vive. Gente que tanto ha contribuído a preservarle a usted la imaginación arquitectónica que universalmente distingue a su obra. Reciba, pues, los más cordiales saludos de un admirador de su trayectoria profesional y personal.

* David Ruiz es catedrático de Historia de la Universidad de Oviedo.