Ocultar este tipo de brutalidades «democráticas» les da alas para ejercer su represión
Me llamo Jorge García Vidal y soy combatiente de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre GRAPO.
Fui detenido a las 18 horas del 6 de junio en la Biblioteca Pública de Can Fabra, del barrio de Sant Andreu en Barcelona. En ese momento me encontraba leyendo sentado en una mesa rodeado de muchos estudiantes, que preparaban sus exámenes de junio. Escucho pasos acelerados y veo a 3 hombres de paisano que se dirigen hacia mi totalmente tensos. Se abalanzan sobre mi esos y otros que tenía detrás mío, me tiran al suelo y me gritan que estoy detenido. Yo vocifero mi nombre, que soy guerrillero de los GRAPO y que me están secuestrando, todo con el objetivo de denunciar mi detención ante la gente. Ante mi reacción, se me echan encima más guardias, me esposan fuertemente y me ordenan que me calle. Yo continuo denunciando mi detención y entonces, ante las varias decenas de estudiantes, me ponen una pistola en la sien y me ordenan «o te callas ya o te pegamos un tiro». Le contesto al pistolero con nuevos gritos sobre mi militancia. Entonces me llueve una lluvia de patadas en la cara y comienzo a sangrar por la boca y la nariz a chorros. Me tapan la cara con una camiseta, y arrastrándome por los pelos, me intentan sacar de la sala. Continúo gritando que me han reventado la nariz y que me van a torturar, y lo que puedo observar es que se prestan inmediatamente a la tarea de limpiar la sangre del suelo mientras se gritan entre ellos que no hay que dejar rastro posible.
Los jóvenes de la Biblioteca reaccionan, y mis secuestradores se tienen que identificar como guardias civiles y a gritar que han detenido a un terrorista. Como aún estaba en la sala comienzo a gritar que los terroristas son ellos, y ante estos nuevos gritos me sacan a golpes de la sala. Me meten en un ascensor y cuando se cierra la puerta comienzan a golpearme salvajemente y amenazarme para que deje de gritar denunciándolos. Como el ascensor es exterior y acristalado, les oigo gritar que la gente les está viendo desde fuera. Así que me sacan y me bajan a rastras por las escaleras. Al llegar a la salida oigo voces de gente y vuelvo a denunciar mi detención a gritos.
A golpes y en volandas me arrastran hasta un vehículo que arranca inmediatamente. Me golpean en los testículos y me producen tales dolores y hematomas en la cara interna de los muslos, que a día de hoy van a más. Me golpean la cabeza, me dan puñetazos en los oídos, me meten los dedos en los ojos y me aprietan el cuello hasta producirme asfixia y fortísimos dolores en la garganta. Me aplican de vez en cuando una bolsa plástica en la cabeza. Me insultan y me gritan fortísimamente en el oído que me van a pegar un tiro. Me preguntan cien veces por mi arma y que dónde están mis camaradas. Sólo abro la boca para tomar aire y resistir el envite.
Llegamos a un edificio por el que me suben a rastras por las escaleras y me tiran contra el suelo. Me pisan la cabeza, me insultan y me clavan los grilletes en las muñecas hasta cortarme la circulación. Calculo que como a eso de unas horas, me sientan en una silla y me descubren el rostro. Un guardia civil encapuchado me empieza a lanzar preguntas. No respondo. Continúa, no respondo. Ante mis reiteradas negativas ordena que me vuelvan a tirar al suelo. Tres guardias me clavan sus rodillas contra las esposas, la espalda, todo mi cuerpo. Así otra media hora más o menos. Llega otro guardia y me dice si me duele la nariz (debo tenerla muy mal). No respondo y me examina la cara. Les oigo que me van a llevar al hospital.
Entran un montón a por mi y me ordenan que me ponga de pie. Como me niego me retuercen los brazos y me arrastran. Me meten en un coche y a toda velocidad y durante unos quince minutos de viaje llegamos a un local, que inmediatamente me huele al olor típico de los hospitales. Entonces comienzo a gritar de nuevo mi nombre y militancia. Me meten a rastras en una habitación y me amenazan con machacarme si sigo dándoles problemas. Se hacen fotos conmigo (lo veo a través de la camiseta), en plan trofeo y ensayan patadas de karate contra mí.
Viene una mujer, le ordenan que me examine, pero «sin descubrirme, pues es peligroso que lo vea, ya que se ha autolesionado». Voy a gritar para decirle a la médico la verdad pero me tapan la boca. Forcejeo y me suelto, le digo a la doctora -que está muy nerviosa y se queja de la situación-, que yo no represento ningún peligro para ella y que todos los golpes me los han dado ellos cuando ya me tenían esposado e inmovilizado. Muy nerviosa me explora y me pide mi nombre o número de la Seguridad Social. Se ponen muy nerviosos y le dicen que se lo dan fuera. Al muy poco vuelve la doctora y les dice que con ese «nombre» (inventado, claro) aparecen dos personas. El que está al mando se pone muy nervioso, le dice a la médica que les de algún medicamento y al resto de picoletos que «dejen de hablar con los guardias jurados» del hospital, pues están revelando que yo estoy allí. Me sacan a rastras amenazándome con reventarme si la lío al salir. Escucho voces y sonidos de cámaras de fotos y al intentar gritar me tapan la boca y me meten a golpes en el coche.
Ese es el trato que públicamente me han dado y que puede ser perfectamente contrastado -si hubiese el más mínimo interés en denunciar las torturas, claro- preguntando a las decenas de estudiantes de la Biblioteca, a los médicos, ATS y demás pacientes del hospital, a los periodistas que estaban allí con sus cámaras…
¿Del resto de días? mejor no hacer eterna esta denuncia, aunque está claro que les debieron pegar el toque desde «arriba», pues el trato cambió a menos torturas físicas y más psicológicas (se acercaba mi presentación en la Audiencia Nazional), como la continua amenaza de detener a militantes y simpatizantes del PCE(r), del SRI y a familiares, diciendo además que iban a destrozar sus viviendas con el pretexto de buscar armas.
Veintitantos días después, aquí en el aislamiento de Soto del Real, tengo cicatrices en ambas muñecas por los grilletes, los dedos pulgares de ambas manos dormidos, hematomas y cicatrices en brazos y piernas, fortísimos dolores en espalda, costillas y la nariz reventada. En los 5 días en sus manos me daban continuamente gran cantidad de antiinflamatorios, y el hinchazón de la cara y los labios remitió, el del resto del cuerpo no. Esto me ha ocasionado (me lo daban también disuelto en el agua) un fortísimo estreñimiento y dolores en la vejiga.
* A fecha 6 de julio de 2007, o sea, un mes exacto de su detención, Jorge García Vidal continúa en el módulo de aislamiento de la prisión de Soto del Real.