«Entre el anuncio del confinamiento y la emoción suscitada por los atentados de Conflans y Niza, Emmanuel Macron se beneficia de un “efecto bandera” y de un estrechamiento de la comunidad nacional en torno a la figura del jefe del Estado» (Frédéric Dabi, Director general adjunto del IFOP [Instituto francés de Opinión Pública]) [i].
Existen el horror, la emoción que este suscita y la instrumentalización de la misma. Esas tres dimensiones de la actualidad son fácil y permanentemente confundidas en el terremoto ideológico que invade nuestros medios de comunicación hasta la náusea. Comunicadores, pseudoexpertos, cronistas y políticos se suceden en los platós para llamarnos de forma convergente a renunciar a la reflexión sobre las causas, para amenazar a quienes rechazan hacerlo, para legitimar las medidas liberticidas tomadas por el Gobierno, para imponer una lógica de guerra interna, etc. El luto compartido, la emoción colectiva y su significado, la necesidad de saber y comprender, etc., se sacrifican en el altar de la instrumentalización repugnante por parte de un Gobierno que intenta contrarrestar una enorme crisis de legitimidad. Las consecuencias previsibles no se han hecho esperar: nuevas medidas legislativas liberticidas, anuncio de la intención de prohibir asociaciones como el CCIF (Colectivo contra la islamofobia en Francia) o barakacity (ONG internacional musulmana de derecho francés creada en 2008), difusión del miedo a los musulmanes o presuntos musulmanes, escaladas islamófobas, nerviosismo de todos aquellos que tienen miedo de que los tachen de «islamistas izquierdistas». Es urgente recuperar la iniciativa. En esa secuencia de aceleración de la historia y de imposición del miedo es donde se dan las condiciones de la posibilidad de consentir lo peor.
Un mundo despreciable engendra actos despreciables
En el momento de los atentados de 2015 escribimos un artículotitulado «Un monde immonde engendre des actes immondes: Ne pas renoncer à penser face à l’horreur [ii]» (Un mundo despreciable engendra actos despreciables. No renunciemos a pensar frente al horror). Rechazar, impedir o imposibilitar la reflexión sobre las causas es un procedimiento clásico de las clases dominantes en la gestión de las crisis. Esas crisis son siempre una hora de la verdad donde se debilitan los velos ideológicos que normalmente consiguen ocultar las verdaderas causas de los hechos sociales. Cinco años después el fanatismo religioso sigue matando cruelmente y la necesidad de enmascarar las causas reales es todavía más apremiante para los que mandan debido a una crisis de legitimidad que se ha acrecentado considerablemente desde las tragedias de 2015. La cólera social alcanza nuevas cotas, aunque aún no encuentra los medios de una expresión convergente.
Mientras tanto el movimiento contra la reforma de las pensiones, el de los chalecos amarillos y contra las violencias policiales por un lado y la gestión calamitosa de la pandemia por otro han venido a abrir los ojos sobre la naturaleza de las políticas dominantes y sus consecuencias: empobrecimiento y precarización masivas por un lado y enriquecimiento masivo por otro, degradación generalizada que ya afecta a una gran parte de las «clases medias», guerras repetitivas por los recursos energéticos y minerales estratégicos, destrucción de los servicios públicos y en particular del sistema sanitario, violencia policial contra los movimientos sociales, etc. Es en este contexto donde creo que es necesario analizar la prohibición de pensar que intentan imponernos con respecto a las causas del fanatismo religioso asesino. Porque puede proceder de dos causas: o procede de grupos organizados o se origina en actuaciones individuales. En el primer caso la pregunta sobre el origen de esos grupos y sobre las razones de su longevidad es insoslayable. En el segundo caso la pregunta es sobre los procesos sociales que posibilitan el paso a esos actos asesinos individuales. En ambos casos aparece la responsabilidad de los políticos dominantes. Así es más fácil entender el rechazo y la prohibición de reflexionar sobre las causas que intentan imponermos.
a. La teoría organizativa
El hecho de que haya grupos y organizaciones que abogan por la imposición del fanatismo religioso por la fuerza es la única verdad reconocible en los discursos dominantes sobre el «terrorismo», el «yihadismo», el «takfirismo», etc. Debemos preguntarnos por las razones de su aparición y su permanencia. La realidad que se revela [y que actualmente está ampliamente documentada] si nos hacemos esta pregunta es la de la instrumentalización geopolítica de esos grupos por parte de las grandes potencias imperialistas que dominan el mundo.
Es en la guerra de Afganistán cuando aparece por primera vez ese tipo de organización. El contexto mundial es entonces el de la Guerra Fría con EE.UU. todavía aturdido por la victoria del pueblo vietnamita, las independencias de Angola y Mozambique conseguidas por la lucha popular en desafío del apoyo de la OTAN al colonialismo portugués y el éxito de la revolución sandinista en Nicaragua. Bajo el liderazgo de Zbigniew Brzeziński, Consejero de Seguridad Nacional de Jimmy Carter, se elabora una estrategia de debilitamiento del enemigo soviético apoyando y armando a los fanáticos religiosos según la conocida lógica de «los enemigos de mis enemigos son mis amigos». La «Operación Ciclón» se emprendió con el fin de empujar a la URSS a intervenir en Afganistán. En una entrevista en el Nouvel Observateur Brzeziński explica cómo fue la estrategia:
«Según la versión oficial de la historia, la ayuda de la CIA a los muyahidines comenzó en 1980, es decir, después de que el ejército soviético invadiera Afganistán el 24 de diciembre de 1979. Pero la realidad guardada en secreto es otra: El 3 de julio de 1979 el presidente Carter firmó la primera directiva sobre el apoyo clandestino a los opositores del régimen prosoviético de Kabul» [iii].
Preguntado por los resultados de esa operación, el autor del libro con el significativo título de El gran tablero, asume totalmente esa opción a pesar de las previsibles consecuencias que conllevaba:
«¿Lamentar qué? Esta operación secreta fue una idea excelente. Tuvo el efecto de llevar a los rusos a la trampa afgana y usted quiere que yo lo lamente. El día que los soviéticos cruzaron oficialmente la frontera escribí al presidente Carter “en resumen, ahora tenemos la oportunidad de dar a la URSS su guerra de Vietnam”. De hecho Moscú se vio obligado a librar durante diez años una guerra insoportable para el régimen, un conflicto que llevó a la desmoralización y finalmente al estallido del imperio soviético […] ¿Qué es lo más importante desde el punto de vista de la historia mundial? ¿Los talibanes o la caída del imperio soviético? ¿Algunos islamistas fanáticos o la liberación de la Europa central y el final de la Guerra Fría?» [iv].
El éxito de la operación superó todas las expectativas. Aunque inicialmente solo se trataba de desestabilizar a la URSS, esta no sobrevivió a esa guerra. La instrumentalización del fanatismo religioso con objetivos de política exterior se convirtió desde entonces en una herramienta privilegiada para hacer avanzar a los «peones» en el «gran tablero» mundial. Así, la encontramos de Irak a Libia, de Chechenia al Alto-Karabaj, de Argelia a Malí, etc. No se trata aquí de reducir esos conflictos diversos solo a la injerencia extranjera por la instrumentalización de grupos fanáticos, sino de señalar que dicha instrumentalización es una modalidad incontestable de la lucha por el control de los recursos de materias primas estratégicas y de las fuentes de energía, de las vías geoestratégicas y para el debilitamiento de los competidores.
A esas injerencias «directas» se añaden otras «indirectas» que constituyen el caldo de cultivo sobre el que prospera el fanatismo religioso. Las políticas económicas ultraliberales enmascaradas por la palabra «globalización» solo pueden traducirse en un debilitamiento del Estado en la mayoría de los países del llamado «Tercer Mundo» que sufren las terapias de choque del FMI y el Banco Mundial llamadas eufemísticamente Planes de ajuste estructural (PAS). Imposición de privatizaciones, exigencia de políticas de austeridad, destrucción de los servicios públicos como condiciones del acceso a los préstamos, a las ayudas, etc., constituyen el contenido de esos famosos PAS. La bipolaridad entre las zonas «útiles» y otras «inútiles» se instala en numerosos países con la ausencia del Estado y un empobrecimiento masivo para las segundas. La globalización capitalista es el terreno abonado del fanatismo religioso y su instrumentalización para los fines estratégicos de una de las principales dimensiones de la competencia exacerbada suscitada por dicha globalización. Una pseudolucha contra el fanatismo religioso que oculta ese semillero y esa injerencia demuestra sencillamente el cinismo del Estado, cuya única eficacia consiste en servir de excusa a otros objetivos: ocultar una crisis, dirigir la ira, legitimar medidas que de otra forma habrían sido rechazadas, etc.
b. Oferta y demanda de fanatismo religioso
«La aparición de islamistas radicales que actúan solos, sin orden y sin el menor apoyo, constituye una inquietud creciente de las autoridades» [v], explicaba el diario Le Monde del 12 de julio de 2016. El discurso político y mediático sobre la famosa «radicalización» se centra casi exclusivamente en la oferta de fanatismo religioso, la cual es obvio que existe y hay que combatirla. Pero esta oferta no puede traducirse el paso a la acción violenta si no encuentra una demanda. En consecuencia es conveniente cuestionar las causas posibles de dicha «demanda». Esas causas son diversas y cualquier reduccionismo al respecto conlleva derivas sociales y políticas peligrosas. Es decir, es erróneo y peligroso reducir los pasos individuales a la acción violenta a una simple consecuencia de la locura. Ese tipo de reduccionismo mezcla los actos premeditados, preparados y organizados por una parte y los efectos de la fragilidad mental o de la descompensación por otra parte. Se corre el riesgo de estigmatizar a grupos sociales enteros: enfermos mentales, esquizofrénicos, habitantes de barrios populares, etc. Nos lleva a políticas de identificación temprana que producen una estigmatización permanente. ¿Hay que recordar que la fragilidad mental no es exclusiva de las clases populares o de las poblaciones descendientes de la emigración? ¿Tenemos que recordar que la «peligrosidad» de las «enfermedades mentales» de esas personas no es mayor que la de la población mundial?
El carácter horrible de un acto, incluso cuando se pronuncia el famoso «Alá es grande», no es suficiente para legitimar la etiqueta de «terrorismo». Todos sabemos que el trastorno psíquico se concreta en un proceso de «salida de la realidad». «La psicosis», señala Freud, «es el acto de escapar de situaciones contextuales inaceptables o imposibles de asumir por una persona, la cual crea una nueva realidad que percibe ella y la protege al tiempo que la encierra» [vi]. El psiquiatra Olivier Guillin lo confirma al recordar que «mezclar la patología con la radicalización a menudo es un error científico. La religión solo sirve para alimentar los delirios de pacientes esquizofrénicos» [vii]. Su colega Pierre-François Godet también confirma que «El yihadismo, cada vez más, forma parte del ambiente informativo de nuestro mundo. Así, cada vez más personas psicóticas deliran y delirarán sobre el yihadismo, bien desde la llamada de la fe (los yihadistas quieren mi vida), bien con un sentido megalómano (soy fuerte porque Alá es el más fuerte y está conmigo). En el segundo caso podemos encontrarnos frente a un psicótico delirante que pasa a la acción gritando “Alá es grande”, pero lo que guía la actuación de ese paciente no es la radicalización yihadista, sino la radicalidad de su enfermedad en ese momento de su evolución, no es necesario que alguien sea ideológicamente radical para que pase a la acción»[viii].
Además numerosos trabajos han puesto de relieve las formas y contenidos más habituales de los «arrebatos delirantes»: peligro extraterrestre y más ampliamente lo sobrenatural, misticismo, discursos religiosos, apocalipsis, etc. Esto refleja la inanidad de lo que se ha convertido en un reflejo periodístico y político que, frente a una tragedia, consiste en lanzarse a la búsqueda de la información considerada fundamental: ¿Gritó o no gritó «Alá es grande»? La búsqueda la audiencia a través del miedo y la sensación de mezcla (algunos conscientes y otros debido su estupidez, pero con los mismos efectos sobre la opinión pública) dos realidades diferentes (un acto político impulsado por una ideología y los efectos de una patología).
Los efectos de ese tipo de mezcla no son inofensivos. Dos de ellos son remarcables dado que ambos acaban, en cierto grado de su desarrollo, apoyándose mutuamente. Ambos entran de alguna forma tras un tiempo determinado de intensidad y recurrencia mediática y política en una lógica de «círculo vicioso». El primero es la construcción del islam y de los musulmanes como peligros, amenazas y portadores intrínsecos de violencia. Es así como se produce el caldo de cultivo al que se abalanzan la extrema derecha y algunos cronistas que proclaman la existencia de una pseudoespecificidad del islam con respecto a la violencia. El segundo es la tendencia a una focalización mayor de las obsesiones de las enfermedades mentales sobre la religión. «Desde 2014 los psicólogos constatan que sus pacientes cada vez invocan más a menudo al islam para justificar su paso a la acción» [ix], recuerda el artículo citado anteriormente. Dicho de otra forma, mientras nos hallamos ante hechos que no tienen nada que ver con el islam, para los que el islam solo es la excusa de la expresión de un desarreglo de otra naturaleza (nos encontramos ante una expresión del islam, pero de una forma específica de consumación del islam), el discurso político y mediático dominante contribuye a darle una apariencia «religiosa». No es nada nuevo. Las psicosis individuales se adaptan de alguna forma a la psicosis colectiva suscitada por los discursos políticos y mediáticos dominantes. Cuando retornaron las cenizas de Napoleón en 1840, recuerda la historiadora Laure Murat, se atribuían muchas enfermedades mentales a este personaje en su estudio sobre la influencia de los acontecimientos históricos y los desórdenes mentales [x].
El discurso político y mediático dominante y las mezclas islámicas que dirige contribuyen a enmascarar otra realidad: el crecimiento de un debilitamiento mental de una parte creciente de nuestra sociedad, la rebaja de las capacidades de protección de las estructuras familiares y de las estructuras sociales de proximidad, la subida de consumo de psicotrópicos, etc. La destrucción de las capacidades de protección de proximidad debido a las políticas económicas dominantes y sus efectos de empobrecimiento y precarización además se multiplica por el empobrecimiento masivo de la psiquiatría y la psiquiatría pediátrica por las mismas políticas liberales. Así, una población necesitada de cuidados y seguimiento es sacrificada en el altar de la economía presupuestaria. El libro de Mathieu Bellahsen y Rachel Knaebel La révolte de la psychiatrie (La revolución de la psiquiatría) lo demuestra. Algunos títulos de capítulos o subcapítulos elocuentes: Nouveaux management et mesure de la «performance» (Nueva gestión y medición de la «actuación»); Une politique de délégation au secteur privé promue par l’Etat (Una política de delegación en el sector privado promovida por el Estado); A la différence du public, le privé choisit ses patients (A diferencia del sector público, el sector privado elige a sus pacientes); Face aux demandes de soins accrues, capacité d’accueil en baisse et pratiques sécuritaires en hausse (Frente a las exigencias crecientes de cuidados capacidad de atención a la baja y prácticas de seguridad en alza), etc. [xi]. La destrucción de las capacidades de protección familiares y sociales por un lado y la destrucción de las capacidades de respuesta institucional son dos causas de nuestra situación ocultadas por el discurso dominante.
Las funciones de la instrumentalización ideológica de la opinión pública
El contexto ya se había descrito antes del horrible asesinato de Samuel Paty. Por lo tanto es conveniente completar el análisis sobre lo que hay de específico en la instrumentalización de la opinión pública, es decir, detenernos en la función de esta. Sin ser exhaustivos, en nuestra opinión aparecen tres dimensiones que interactúan, la brusca aceleración de la ofensiva ideológica a la que asistimos tras la tragedia y la que siguió en Niza. La primera es la de una preparación de la opinión pública para sacrificios sociales de gran amplitud vinculada a los efectos económicos de la pandemia. La segunda es la legitimación de una lógica de «castigo colectivo» respecto a grupos sociales susceptibles de rebelarse frente a la nueva rebaja de sus condiciones vitales. La tercera es el intento de instalar una política de intimidación respecto a cualquier discurso crítico en una lógica macartista.
a. ¿Quién pagará la factura del cataclismo social que se avecina?
Ya señalamos en un texto anterior [xii] que lo que ha puesto en evidencia la pandemia es la incapacidad de un sistema social preciso para hacer frente a la destrucción del sistema sanitario organizada por las políticas neoliberales de los cuatro últimos decenios. También ofrecimos un análisis de las condiciones del confinamiento y de la desescalada centradas especialmente en el miedo a los efectos sobre los beneficios de las empresas y en particular de las multinacionales [xiii]. Sobre estas dos cuestiones la lógica del rápido restablecimiento de los beneficios estaba en contradicción con las necesidades de la lucha contra la pandemia. Por último, con el fin de tener una visión global de la situación, es necesario introducir en el análisis la amplitud de los daños económicos de la pandemia cuyo final todavía es imprevisible. La última nota de coyuntura del INSEE (Instituto Nacional de Estadística de Francia, N. de T.), del 6 de octubre de 2020, presenta la situación de la siguiente forma:
«En total, en el año 2020 el PIB se contraerá el 9 % […] El consumo de los hogares, componente principal de la demanda, retrocederá un 7 % anual. La inversión de las empresas -10 % previsto en todo el año y las exportaciones -18 %- bajarían más [xiv]»
Los economistas Laurent Ferrara y Capucine Nobletz resumieron la situación como sigue en junio de 2020, es decir, antes del nuevo confinamiento actual:
«La pandemia vinculada a la propagación del coronavirus ha causado una recesión económica mundial de una amplitud nunca vista en la historia de la economía, comparable a un «desastre», como lo califica el economista Robert J. Barro. La naturaleza de los impactos que han golpeado las economías, mezcla de la colisión de oferta y demanda negativas asociadas a un incremento vertiginoso de la incertidumbre, así como su amplitud, han afectado gravemente la actividad económica. Por su parte los mercados financieros han experimentado evoluciones diversas. Los mercados de acciones primero cayeron fuertemente y después se han reequilibrado bajo el efecto en particular de las intervenciones masivas de los bancos centrales» [xv].
Para financiar esta gran recesión el Estado dispone de tres herramientas. La primera es la rebaja del gasto público. Esta vía es imposible en este contexto debido al estado de la opinión pública a menos que afecte a los gastos militares o policiales, lo cual es impensable para un imperialismo comprometido en numerosas guerras y que confía más que nunca en su policía para contrarrestar la cólera social. La segunda herramienta es subir los impuestos, que solo se aceptaría actualmente si únicamente afectase a las grandes fortunas, una solución a la que Macron se niega totalmente como lo demuestra, por ejemplo, el rechazo a restablecer el ISF (Impuesto de Solidaridad sobre las Fortunas) a pesar de la situación. Por lo tanto solo queda una herramienta, el endeudamiento, es decir, el aumento de la deuda pública. Según las previsiones oficiales el déficit previsto es del 117 % del PIB en 2020 y del 116 % en 2021 (frente al 95 % en 2019), estos cálculos de finales de septiembre no incluían los gastos relacionados con el toque de queda y el nuevo confinamiento. «El Estado emitió más de 200.000 millones de euros en obligaciones en los mercados, que se añaden a su deuda, ya importante», resume la periodista de la revista económica Challenges [xvi].
En última instancia la cuestión que se plantea es la de la factura, ¿se presentará a los que se han enriquecido considerablemente desde hace cuatro decenios de liberalismo o por el contrario se volverá a cargar a las clases populares y medias? Plantear la cuestión ya es la respuesta. El hecho de que las condiciones actuales de legitimidad no permitan plantear explícitamente esta cuestión a la clase dominante significa simplemente que debe ponerse a crear una nueva legitimidad, es decir, fabricar el consentimiento ante el cataclismo social que se avecina. Lejos de los deslices verbales de Darmanin (Ministro del Interior de Francia, N. de T.), de los gestos sinceros de emoción de Macron o de las derivas de algunos cronistas, la actual sobrecarga islamófoba y macartista corresponde a una función ideológica: fabricar a través del miedo el consentimiento a una regresión social inédita. Como señalaron los manifestantes argentinos el pasado mes de junio «si pagamos la deuda no podremos comer».
b. Anticipar las posibles revueltas sociales
La fabricación de dicho consentimiento no se puede dar por supuesta en un país que ha vivido un auténtico auge de las luchas sociales en los últimos años. De los Chalecos amarillos al movimiento contra la violencia policial, pasando por la lucha contra la reforma de las pensiones, antes de la pandemia estábamos en un momento de búsqueda de convergencia de las luchas aunque todavía no se había encontrado el camino. Pero aunque aún no se veía la convergencia las personas calladas habían comenzado a hablar y las invisibles a hacerse ver. En este semillero la pandemia y su lamentable gestión han venido a visibilizar a los ojos de muchas personas los grandes fallos y las desastrosas consecuencias sociales de un sistema económico basado únicamente en los beneficios. La reaparición del hambre en muchos barrios populares, traducida en enormes filas de personas ante los distribuidores de alimentos de las asociaciones humanitarias, viene a reforzar la creciente cólera social. La crisis de legitimidad de Macron no deja de aumentar y se reúnen las condiciones de una crisis del régimen. La opción de una gestión autoritaria del confinamiento no es una tontería o una señal de incompetencia, sino que está guiada por el miedo a una revuelta social masiva. Poner bajo vigilancia determinados territorios es una previsión de las que puede tomar la clase dominante.
La instrumentalización de la emoción suscitada por los asesinatos de Conflans y Niza se inscribe en ese contexto. Esos horribles crímenes vienen a ser una especie de «golpe de suerte» para un poder devenido ilegítimo y para la búsqueda de una desviación de la cólera social. La difusión del miedo y la angustia con el fin de reinstaurar una lógica de «unidad nacional» relegando a un segundo plano las preocupaciones económicas, sociales, reivindicativas, etc., es el objetivo esencial. Los efectos no se han hecho esperar: Miedo a nuestros conciudadanos musulmanes o presuntos musulmanes, escalada de violencia mediática, pintadas islamófobas en las pareces de las mezquitas, locales de asociaciones y en la sede del PCF, agresiones físicas a musulmanes reales o presuntos, concurso mediático de propuestas legislativas islamófobas, retenciones policiales de menores de edad, de más de 10 horas, por «apología del terrorismo», etc. El primer objetivo ideológico va acompañado de un segundo exclusivamente material: preparar las condiciones legislativas de una respuesta a la cólera social. Apenas cuatro días después de la tragedia de Confrans-Sainte-Honorine se presentó el proyecto de ley «relativo a la seguridad global».
Dicho proyecto, que ha sido objeto de un «procedimiento urgente» justificado por el contexto de «peligro terrorista», prevé, sin orden ni concierto: aumento de las atribuciones de los policías municipales y de los agentes de seguridad privada, en especial el control de identidad, utilización de drones en la comprobación de las infracciones o en la vigilancia de fronteras, penalización de la difusión de imágenes de policías o gendarmes actuando en el marco de sus misiones de orden público, etc. Resumiendo, la lógica general de ese proyecto de ley el sindicato de la magistratura la formalizó de la siguiente forma:
«El objetivo es cubrir todos los rincones del espacio público con el despliegue de medios tecnológicos que permitan una vigilancia generalizada, dando competencias a agentes sin formación pero que intentarán descubrir infracciones fuera de cualquier control de la justicia y de esta forma harán retroceder todavía más el control democrático, con las fuerzas del orden convirtiéndose en las únicas que se librarán de los honores de las cámaras» [xvii].
Así el «golpe de suerte» afecta al mismo tiempo a la fabricación del consentimiento a las restricciones de las libertades públicas y a la fabricación de una exigencia autoritaria y de seguridad. Como testimonio los resultados de la encuesta del Instituto IFOP-Fiducial para Cnews: 89 % de los encuestados partidarios de la «privación de la nacionalidad a personas con doble nacionalidad que hayan cometido delitos»; 80 % de «endurecer las condiciones del acceso al derecho de asilo en Francia»; 78 % de «permitir la utilización del reconocimiento facial con fines de seguridad interna»; 78 % de «suprimir el anonimato a los usuarios de redes sociales» [xviii]; etc. Por supuesto estos sondeos no reflejan totalmente la realidad. La formulación de las preguntas contribuye al tipo de respuestas. Así, ese tipo de encuestas participa también en la fabricación de la opinión deseada. La segunda función de la sobreestimulación ideológica actual aparece aquí: anticipar las revueltas sociales y adaptar el marco legislativo a la represión.
c. Una lógica macartista con fines de intimidación
«Hay corrientes islamistas de izquierda muy poderosas en sectores de la enseñanza superior que dañan los espíritus. Y eso conduce a algunos problemas que estáis comprobando», declaró el ministro de Educación en el Senado el 22 de octubre de 2020, es decir, solo seis días después del asesinato de Samuel Paty. La tesis clásica de la extrema derecha de una universidad infestada de izquierdistas complacientes con el «islamismo» y por lo tanto responsable del «terrorismo» se ha convertido en una doctrina de Estado. En realidad esto no es totalmente nuevo (recordemos las declaraciones de Valls al respecto) pero su reivindicación en plena secuencia dramática señala el paso a una lógica de intimidación concreta. No se trata simplemente de denunciar una pseudocomplacencia, sino de llamar a una acción de confinamiento del pensamiento y de la investigación y de preparar a la opinión pública para ello. Como testimonio la adopción por parte del Senado de la enmienda 234 de la ley de programación de la investigación. Dicha enmienda, adoptada el 28 de octubre de 2020, estipula «que las libertades académicas se ejercen en el respeto a los valores de la República. Se trata, por esta disposición, de inscribir en la ley que esos valores, el primero de ellos el laicismo, constituyen la base sobre la que se expresan» [xix].
Además del carácter confuso y a conveniencia de la expresión «valores de la República» y las polémicas sobre el significado y el contenido del principio de «laicismo», la enmienda introduce un límite a las libertades académicas hasta ahora limitadas únicamente por el derecho penal y los criterios científicos. «¿Quién decidirá si un curso o una publicación son conformes con los valores de la República?» [xx], pregunta con razón un artículo de la web Université Ouverte.
A raíz de la declaración del ministro cien académicos publicaron una tribuna en Le monde del 31 de octubre en apoyo del ministro y llamando a imponer el control ante la urgencia de la situación:
«Los académicos e investigadores solo podemos estar de acuerdo con Jean-Michel Blanquer. Quién puede negar la gravedad de la situación actual en Francia, sobre todo tras el reciente atentado de Niza […] Las ideologías indigenistas, raciales y “decoloniales” (transferidas de los campus estadounidenses) están muy presentes y alimentan el odio a los “blancos” y a Francia; y una militancia a veces violenta ataca a quienes se atreven a desafiar el dogma antioccidental y el discurso multiculturalista» [xxi].
Una contratribuna firmada esta vez por dos mil académicos subraya el objetivo del debate y la ofensiva: «Un control macartista de la universidad que se trataría de someter a un control político que verificaría la lealtad de los docentes respecto al Estado» [xxii].
Por supuesto no solo se señala a los académicos. Asociaciones, partidos y políticos, periodistas, etc. también están en el punto de mira y también son objetivos de silenciamiento por intimidación.
Pero el macartismo como lógica no se limita solo a la prohibición de un discurso crítico, también incluye la promoción de un discurso unánime a imponer por la fuerza si es preciso. Así, en su intervención en el Senado el ministro de Educación propone «crear cátedras de laicismo […] que tendrán impacto sobre los estudiantes». No se trata ni más ni menos que de cruzar un nuevo umbral en el intento de instrumentalizar el mundo de la enseñanza con fines de control ideológico. La misma lógica que ya ha llevado al intento de reducir la libertad de expresión en la defensa de las caricaturas de Charlie Hebdo y de prohibir el derecho a la crítica de dichas caricaturas. La transformación de esas caricaturas (que por supuesto tienen derecho a existir pero también se deben poder criticar libremente) por el discurso estatal en auténtico tótem intocable de la República reduce la libertad de expresión a ellas. Obligar a los docentes a llevar ese reduccionismo y situándolos como canal de la palabra ideológica oficial sobre la actualidad es contradictorio con el propio oficio de la enseñanza, que implica la práctica del libre albedrío, el debate contradictorio, la puesta en evidencia de las contradicciones, etc. Nos hallamos, ni más ni menos, que en presencia de un secuestro ideológico de la función de la enseñanza. La tercera función ideológica de la instrumentalización de la emoción en curso es claramente silenciar el discurso crítico y promover un pensamiento único por el miedo y la intimidación.
Las tres funciones ideológicas de la instrumentalización de la opinión pública ponen de relieve la amplitud de la crisis de legitimidad del Gobierno ante la proximidad de las elecciones presidenciales. Dichas funciones están al servicio de una estrategia dirigida a imponer, una vez más, la lógica binaria Le Pen o Macron. Para ello es necesario hacer que crezca la extrema derecha para presentarse después como la única opción en la lógica ya comprobada del «voto útil». Una vez más las preocupaciones a corto plazo de la clase dominante necesitan una política de fracturación de la sociedad fabricando un chivo expiatorio y enmascarando el auténtico problema, que sigue siendo el proyecto de recesión social masiva con el fin de preservar los beneficios. La lucha contra el terrorismo no es una prioridad gubernamental. Basta recordar que esa lucha, para ser eficaz, debe llevarse a cabo con los musulmanes, o supuestos musulmanes, no sin ellos y menos aún contra ellos. Una vez más el corto plazo de la clase dominante nos sumerge en una época donde todo es posible. Las posibilidades emancipatorias o las posibilidades monstruosas, eso depende de nuestra capacidad de actuar unidos.
Notas:
[i] Artículo La côte de Macron en hausse de huit points en un mois, Challenges, 3 de noviembre de 2020.
[ii] Saïd Bouamama, Un monde immonde engendre des actes immondes, 15 de noviembre de 2015.
[iii] Vincent Jauvert, Oui la CIA est entrée en Afghanistan avant les Russes, entrevista a Zbigniew Brzezinski, Nouvel Observateur, 15 de enero de 1998.
[iv] Ibid.
[v] Les loups du djihad sont-ils si solitaires, Le Monde, 12 de julio de 2016.
[vi] Robert Neuburger, prólogo de Névrose et psychose Sigmund Freud, Payot, 2013.
[vii] Nadia Bendjebbour, «Terrorisme: les nouveaux visages», fou d’Allah, Nouvel Observateur, 3 de septiembre de 2020.
[viii] Pierre-François Godet, Des rapports supposés entre radicalisme et maladie mentale, 30 de abril de 2018.
[ix] Ibid.
[x] Laure Murat, L’homme qui se prenait pour Napoléon: pour une histoire politique de la folie, Gallimard, París, 2013.
[xi] Mathieu Bellahsen y Rachel Knaebel, La révolte de la psychiatrie. Les ripostes à la catastrophe gestionnaire, La Découverte, París, 2020.
[xii] Saïd Bouamama, Le Corona Virus comme analyseur : Autopsie de la vulnérabilité systémique de la mondialisation capitaliste, 23 de marzo de 2020.
[xiii] Saïd Bouamama, La mise en scène politique et médiatique du confinement : Nécro-politique et quartiers populaires, 16 de abril de 2020.
[xiv] Nota de coyuntura del INSEE, 6 de octubre de 2020. Se puede consultar en la web insee.fr.
[xv] Laurent Ferrara y Capucine Nobletz, Dettes publiques : le COVID 19 augmente la contagion sur les marchés d’obligations d’Etat.
[xvi] Esther Attias, Coronavirus : comment les discours sur la dette publique ont changé, Challenges, 24 de octubre de 2020.
[xvii] Vers un Etat de police ?, comunicado del Sindicato de la Magistratura, 4 de noviembre de 2020, se puede consultar en la web syndicat-magistrature.org.
[xviii] Encuesta: Casi nueve franceses de cada diez quieres la retirada de la nacionalidad y la expulsión de las personas fichadas. S, Ifop-Fiducial para Cnews, 6 de noviembre de 2020. Se puede consultar en la web cnews.fr.
[xix] Enmienda 234 de la ley de programación de la investigación, Senado, 28 de octubre de 2020. Se puede consultar en la web senat.fr.
[xx] Loi de programmation de la recherche : nuit noire sur le Sénat, 29 octobre 2020. Se puede consultar en la web universiteouverte.org.
[xxi] Un centenar de académicos avisan: «Sur l’islamisme, ce qui nous menace, c’est la persistance du déni», Tribune en Le Monde, 31 de octubre de 2020, se puede consultar en la web lemonde.fr.
[xxii] «Cette attaque contre la liberté académique est une attaque contre l’Etat de droit démocratique», tribune en Le monde el 2 de noviembre de, se puede consultar en la web lemonde.fr. y firmar en https://savoiremancipateur.wordpress.com/home/signataires/