Soy gallego y español -esto último me produce desolación muy a menudo-. Esta dualidad nunca fue fácil. Mis padres nacieron en el agro gallego, «falaban galego» su lengua natal. La poquísima escuela que tuvieron fue en castellano, la lengua de los señoritos, de los que mandaban. La escuela los separaba del hogar. Cuando era niño, […]
Soy gallego y español -esto último me produce desolación muy a menudo-.
Esta dualidad nunca fue fácil. Mis padres nacieron en el agro gallego, «falaban galego» su lengua natal. La poquísima escuela que tuvieron fue en castellano, la lengua de los señoritos, de los que mandaban. La escuela los separaba del hogar.
Cuando era niño, nací el 45 en Ferrol, en mi casa no se hablaba «galego». La lengua de mis antepasados había desaparecido. «A fala, e a escrita» marcaban las diferencias sociales y eran un factor más del éxito o fracaso futuro. Yo viajaba, en la lengua de Cervantes, hacia un futuro mejor. Rosalía estaba muy lejos de mi mundo.
Ingresé en la Escuela Naval Militar en el 62. Allí el acento gallego era objeto de burlas «cariñosas» constantes. Lo perdí casi completamente. El inconsciente debió jugar un papel importante. Cuando me di cuenta, me sentí liberado.
Poco a poco perdía mi identidad.
A principio de los 70 con la dictadura enseñando crudamente sus llagas, destinado en Vigo, empecé a leer a autores gallegos: Rosalía, Castelao, Blanco Amor, Celso Emilio Ferreiro, y otros. Ellos me mostraron las facetas complejas del alma gallega.
Estaba recuperando mi alma perdida.
A eso me ayudaron sin saberlo los más cavernarios:
Años 60, la Escuela Naval efectúa una operación de desembarco en las playas de las Islas Cíes. Al caer la tarde llenos de cansancio y sudor atracamos los barcos en el puerto de Vigo, y desfilamos por las calles de la ciudad. Alguien nos abroncó desde la acera. Algún compañero se infló de cólera y respondió con un exabrupto. No éramos tan «deseados» como suponíamos. Aquello me hizo pensar.
Año 75 en Vigo. La dictadura se caía sin remedio. La Unión Militar Democrática trabajaba en la sombra. Los ejércitos de Franco se empezaban a sentir amenazados desde dentro.
La autoridad militar de la ciudad decide organizar unas conferencias para todos los militares de su jurisdicción.
Seis o siete jefes y oficiales del Ejército de Tierra las imparten. Vienen a nuestra dependencia; todos los oficiales somos obligados a asistir; no están autorizadas las preguntas. Las conferencias son brutales, e incoherentes. Solo pretenden fanatizarnos, cargarnos de ideología fascista.
Los miembros de la UMD ya detenidos, y sus familias, son objeto de insultos, sarcasmo, burlas y amenazas.
Una de las charlas le dio vueltas crueles y bastardas a la figura de Rosalía. Hija de cura, señalaron con desprecio. Aquel día, mudo por imposición, recuperé totalmente mi identidad «galega». Fue la gota que colmó un vaso por entonces casi lleno. La injusticia, la mentira y la bellaquería me llevaron a ello. También el desprecio del macho hacia una mujer gallega muerta.
El símbolo lírico de Galicia ocupó su lugar en mis sentimientos para siempre.
En 1975 muere el dictador dejando un recuerdo de genocidio y podredumbre moral.
También nos dejó su herencia «atada y bien atada». Consistía esencialmente en:
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La monarquía Borbónica.
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Una Iglesia Católica que formaba parte del Estado y guardaba nuestras conciencias.
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Unas Fuerzas Armadas muy mayoritariamente franquistas, conciencia última del Estado, con derecho a salvaguardarlo.
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Un símbolo intocable, la bandera franquista-borbónica.
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Un anticomunismo feroz.
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Un no disimulado odio a la soberanía del pueblo.
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Una voluntad explícita e inquebrantable de impedir la recuperación de la verdad histórica, la justicia, y la reparación del mal causado.
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Un concepto centralista y unitario del Estado Español.
En estas condiciones, y bajo la vigilancia muy atenta de las Fuerzas Armadas se elaboró la Constitución de 1978.
Los franquistas no salvaron todos los trastos, pero la Constitución tiene deficiencias democráticas graves. Mantiene una parte muy importancia de la herencia del dictador.
El lector, meditando sin complejos, puede comprobarlo fácilmente.
La Constitución está elaborada de tal modo que cambiarla en sus aspectos esenciales es prácticamente imposible. La Constitución se ha convertido en sagrada. Parece haber sido elaborada por Dios.
No lo fue sin embargo en agosto de 2011 cuando los dos partidos, entonces muy mayoritarios, PSOE y PP, decidieron cambiar el artículo 135 en un sentido antisocial y regresivo, anteponiendo el pago de la deuda al mantenimiento del bienestar social. Gobernaba el PSOE.
La modificación no fue sometida al referendo de los españoles, saltándose así la legítima consulta a la ciudadanía.
El problema catalán se ha nutrido, en gran parte de estos lodos.
La narrativa histórica de agravios, menosprecios, y prepotencia del Estado hacia Cataluña, que el President Puigdemont describió en su discurso al Parlament el 10 de octubre pasado, es esencialmente cierta.
El Estado Español no ha dado salida alguna a las aspiraciones mayoritarias del pueblo catalán.
La última de ellas, respaldada por no menos del 80% de su población, realizar un referéndum para que los catalanes votasen sobre su futuro como pueblo, fue reprimida duramente por el Estado.
Manifestar la opinión y la voluntad política es un derecho básico de los ciudadanos. Solo lo intenta impedir aquel que no entiende quien es el soberano.
Rajoy, por ejemplo; y ese fantasma político que lo eligió, cuya cara es el espejo de su alma negra.
Rajoy no entiende, ni entenderá jamás, una España plurinacional, pluricultural, y plurilingüística soporte de un Estado profundamente democrático.
Lo ha demostrado muchas veces.
La Propuesta inicial del Estatuto de Cataluña del 2006 fue discutido en Cataluña durante el año 2004. Presidía la Generalitat Pascual Maragall del PSC.
En su discurso de investidura Maragall dijo: «El Estatuto que queremos ha de ser una renovación del pacto con todos los pueblos de España (…). El nuevo estatuto debe ser la propuesta catalana para España porque el Estatuto debe ir de acuerdo con una reforma constitucional que ya es inaplazable (…) Cataluña quiere una España plural que defienda y promueva como riqueza irrenunciable, todas las lenguas y culturas (…).
Después de una tramitación muy laboriosa y difícil, se alcanza finalmente un acuerdo votado en el Parlamento catalán con el siguiente resultado. Votos a favor 120, votos en contra 15.
Los pocos votos en contra fueron todos los del PP, dirigido en aquel momento por Rajoy, que manifiesta su oposición a la concepción de España como «un estado plurinacional, plurisoberano, federal o cualquier otra variedad de estado menguante». «España es una realidad obstinada – dice- «que nadie podrá cambiar a su capricho».
Obstinado y menguante el Sr. Rajoy se opuso a la tramitación de la Propuesta de Estatuto en el Parlamento español, reclamó un referéndum en todo el Estado, y comenzó una recogida de firmas para que el Congreso no admitiera a trámite el proyecto.
Es decir Rajoy se opuso a la discusión en el Congreso de una Propuesta de Estatuto de Cataluña que disponía del voto favorable del 89% de los parlamentarios catalanes.
Rajoy no quiso nunca negociar nada, especialmente si es un asunto complejo. Su herramienta de trabajo son las porras.
En la discusión en el Congreso alguno de sus aspectos más conflictivos fueron:
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La definición de Cataluña como nación.
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El deber de conocer el catalán, lo que lo equiparaba al castellano en Cataluña.
La lengua madre, la lengua de nuestros ancestros, es la parte más importante de la cultura y de la historia de un pueblo. Va escrita en sus genes. Contiene todas sus emociones.
El castellano en Cataluña debe ser estudiado y aprendido, lo ha sido siempre. Pero el catalán es la lengua del país. Debe estar por encima de cualquier otra. Los catalanes solo pretendían la igualdad.
Rajoy, en su ignorancia, habla un castellano mucho peor que el de los líderes catalanes. Tampoco habla galego, al menos en público. En relación con el significado social y anímico de las lenguas no entiende de qué se habla.
Con el proyecto de Estatuto discutiéndose en el Parlamento, el PP convocó una manifestación en Madrid el 3 de diciembre donde Rajoy pronunció un discurso con los lemas tan simples como siempre: «No formamos una nación de naciones» «España, España» y «No hay más que una nación, la española».
Así de sencilla suele ser su contribución a la Historia.
El estatuto se recortó y se votó y aprobó en el Congreso y en el Senado.
De vuelta a Cataluña, ya severamente recortado, fue votado en referéndum el 11 de mayo de 2006. Ganó el sí con un 73,9 por cien de los votos, contra 20,76% en contra. La abstención fue cercana al 51%.
Pero la guerra por parte del PP no había terminado, y el obstinado y menguante Rajoy volvió a la carga. El 31 de julio de 2006 el PP presentó recurso de inconstitucionalidad en el que se recurrían 114 de los 223 artículos.
El 28 de julio de 2010 el Tribunal Constitucional declaró 14 artículos inconstitucionales quedando de manifiesto la barbaridad de la iniciativa del PP pero mutilando el estatuto por segunda vez.
El fallo mantiene la definición de Cataluña como nación.
El 10 de julio del 2010 hubo una manifestación en Barcelona con el lema «Som una nació, nosaltres decidim» en contra de la resolución del Tribunal Constitucional. A esta manifestación se adhirieron todos los partidos políticos de Cataluña con la excepción del PP de Cataluña y Ciutadans. Los asistentes fueron más de un millón cien mil personas.
Rajoy había obtenido un éxito pírrico que lo inhabilitaba para ser un interlocutor válido con Cataluña en cualquier momento y lugar.
Hoy 21 de octubre de 2017 con la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña, Rajoy ha completado su tarea tan desoladora como predecible. Le acompañan en ello el PSOE y Ciudadanos.
Arturo Maira Rodríguez, Capitán de Navío de la Armada, retirado.
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