Los sindicatos mayoritarios, CC.OO. y UGT, han roto el silencio táctico en el que estaban refugiados durante los últimos tiempos. Y lo han hecho trizas de forma elocuente a favor del nacionalismo español y en contra de la hipotética independencia de Cataluña. Extrañan sobremanera tales declaraciones extemporáneas de alto nivel tomando partido tan claramente por […]
Los sindicatos mayoritarios, CC.OO. y UGT, han roto el silencio táctico en el que estaban refugiados durante los últimos tiempos. Y lo han hecho trizas de forma elocuente a favor del nacionalismo español y en contra de la hipotética independencia de Cataluña.
Extrañan sobremanera tales declaraciones extemporáneas de alto nivel tomando partido tan claramente por una opción concreta, la que alientan y defienden los defensores a ultranza del orden establecido en la transición posfranquista. Solo faltaría ahora que ambos sindicatos se manifestaran proclives a una gran coalición entre PP y PSOE como salvaguardia de los valores patrios y tradicionales de España. Cosas veredes, como dijera Alonso Quijano a Sancho Panza, que te causarán honda impresión querido escudero del pueblo llano.
CC.OO. ha sido desde su nacimiento una fuerza sindical de clase, de izquierdas y de carácter sociopolítico. UGT, con el advenimiento del sistema parlamentario, siempre ha ido a la estela del citado sirviendo de apagafuegos institucional de la clase trabajadora para orientar sus reivindicaciones sociales en torno a las políticas contemporizadoras y más que moderadas del PSOE. Pero desde la asunción estratégica de la manida unidad de acción, las tesis ugetistas modulan a la baja el discurso real de las dos cúpulas sindicales.
Con la precariedad laboral segando el terreno reivindicativo y el paso a trote neoliberal de las ideas retrógradas de Fidalgo y los suyos por la secretaría general de CC.OO., esta formación ha perdido bastante fuelle ideológico, sindical y político. Su discurso de vaivén se construye sin modelo alternativo de sociedad, a impulsos de la coyuntura, instalándose en el mal menor de las negociaciones por arriba, estériles, inocuas o intrascendentes en la mayoría de las ocasiones, reservando sus antiguas energías de clase para luchas puntuales en empresas importantes en crisis del sector industrial o del sector servicios.
Con la precariedad laboral y los derechos sindicales en mínimos históricos, CC.OO. se ha convertido de facto en un laboratorio de bellos documentos sociológicos más o menos acertados en sus análisis y en un bufete gigantesco de abogados laboralistas para salvar los muebles a posteriori de los trabajadores y trabajadoras despedidos o con contenciosos particulares en sus empresas.
El campo sindical se ha cerrado de una manera evidente. Hacer sindicalismo a la ofensiva, sabiendo que existe un horizonte distinto al capitalismo, transformado en economía social de mercado por mor de la posmodernidad ideológica, es una quimera solo al alcance de devotos francotiradores locos condenados a fracasar por obligación.
Sin embargo, lo peor de todo es que da la triste sensación de que la deriva de CC.OO. no es un resfriado de poca monta, sino una enfermedad tóxica que precisará remedios de mayor enjundia para sanar por completo y restablecer los fundamentos de un auténtico sindicato de clase al servicio de la clase trabajadora y de un futuro diferente al de la presunta gestión de izquierdas del neoliberalismo, tan en boga en la actualidad, como tope máximo de las expectativas de la socialdemocracia clásica en sus distintas advocaciones: Syriza, PSOE, IU en sus recurrentes nuevas izquierdas en disputa semántica permanente, ¿Podemos?…
La salida de pata de banco última a la que nos referíamos al principio, la adhesión amable al nacionalismo español y contra la independencia catalana, tiene trampa, una treta aviesa basada en la premisa de que la clase trabajadora no tiene fronteras y es la misma en todo el mundo. Muy izquierdista y rompedora en su planteamiento, pero falsa en su desarrollo posterior y en su conclusión final.
Lo más que deberían haber expresado CC.OO. y UGT es que la resolución del conflicto catalán debe pasar inexcusablemente por un referéndum popular para que la gente, con su voto democrático, tenga la última palabra al respecto, añadiendo que tanto CDC como el PP utilizan la confrontación nacionalista para tapar sus vergüenzas propias de recortes salvajes en cuestiones sociales, económicas y laborales. También podrían haber agregado que el plebiscito encubierto de estas elecciones autonómicas no servirá para abrir nuevos espacios a políticas de izquierda coherentes que den la batalla a la troika y ofrezcan soluciones reales a las necesidades imperiosas de la clase trabajadora.
Ese hubiera sido un discurso ajustado. Pero no, han optado por aparecer como acólitos o cómplices del poder institucional. La vía fácil, el camino de meras comparsas sociales de la realidad conservadora instalada en el bipartidismo que domina la escena política desde la muerte del dictador Franco.
El desprestigio de CC.OO. y UGT, además del acoso del neoliberalismo y de su ideología antisindical, se lo han ganado a pulso en las últimas décadas. Sus cúpulas se han anquilosado en verlas venir desde despachos con ventanas cerradas a cal y canto donde no entraban las contradicciones sociales y políticas de la calle, la fábrica y el régimen capitalista en su conjunto.
Tal vez sin pretenderlo, solo quizá por la inercia de la desidia y el no contacto con la realidad diaria, CC.OO. y UGT, a través de un proceso sordo de adaptación al medio ambiente dictado por el statu quo, del apego prolongado al cargo casi vitalicio y a la caza de subvenciones imprescindibles para soportar sus organizaciones intelectuales y físicas, se han convertido de hecho en únicos y exclusivos representantes de la clase trabajadora que aún mantiene empleos más o menos estables. La precariedad laboral, un vasto territorio ocupado eventualmente y en condiciones lamentables por dos de cada tres personas, no puede ser representado por nadie en razón de la imposibilidad de defender sus derechos ante la espada de Damocles de renovar sus contratos a cambio de silencio y resignación social y política.
CC.OO. y UGT han abandonado a su suerte a la clase trabajadora en precario. Su acción sindical resulta inoperante, subsidiaria, puntual, no representativa. Recuperar ese océano de marginalidad absoluta requerirá un esfuerzo sindical mayúsculo, de sutil inteligencia política y de la elaboración colectiva de un discurso que vaya al tajo y que no espere pasivamente que la conciencia de clase surja por arte de magia individual.
Ver a CC.OO., y en menor medida a UGT, al rebufo del rancio nacionalismo español provoca pensamientos amargos. Claro que las fronteras existen para dividir a la clase trabajadora pero ahora tocaba un análisis más profundo y ponderado de la realidad. Mas, Rajoy y Sánchez son portadores del mismo virus: el neoliberalismo y sus secuelas de recortes sociales y derechos políticos.
Cataluña lleva tiempo solicitando un referéndum sobre su posible independencia. Luchemos por ello para que se abran caminos en los que los nacionalismos emocionales desparezcan por completo. Ahora, tanto Mas como Rajoy se escudan en esas tapaderas formidables para llevar a cabo sus políticas derechistas contra lo público. Políticas similares que precisan de la oposición estética para que el pueblo pierda la referencia de lo verdaderamente importante: el empleo, la vivienda, la sanidad, la educación, el transporte y el sistema capitalista que tiene secuestradas las ideas de izquierda y otro modelo de sociedad en común más justo, igualitario, democrático y razonable.
Que CC.OO. volviera por sus fueros por donde solía sería una noticia de enorme resonancia para el futuro de España. Y de Cataluña. A veces, las fronteras mentales son más gruesas o cierran más puertas que las físicas o territoriales.
Gran parte de lo somos se lo debemos a las luchas antifranquistas de CC.OO. En su alma guarda un tesoro histórico de izquierdas y combativo que, de momento, nadie sabe dónde está. Muchas personas más que válidas y de trayectoria impecable anidan en su seno pero, hoy por hoy, sus silencios elocuentes y su deriva dejándose llevar por la corriente de los mercados y del orden establecido las está convirtiendo en una referencia baldía, dudosa cuando menos, para enfrentar los retos sociales y políticos del siglo XXI y liderar al tiempo a la fragmentada clase trabajadora. O CC.OO. gira a la izquierda en su práctica cotidiana y en su discurso sociopolítico o será un mero apoyo ortopédico del gobierno de turno, al albur de un existencialismo oportunista sin personalidad propia.
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