El siglo que atravesamos va a ser una sucesión de chalecos de distinto color manifestándose en las calles y, en el futuro, auto-organizando distintas formas de vida. El progresivo fin de una civilización petrolera irá poniendo sobre la mesa la cuestión de cómo vamos a comer y quién va a pagar los platos rotos. El […]
El siglo que atravesamos va a ser una sucesión de chalecos de distinto color manifestándose en las calles y, en el futuro, auto-organizando distintas formas de vida. El progresivo fin de una civilización petrolera irá poniendo sobre la mesa la cuestión de cómo vamos a comer y quién va a pagar los platos rotos. El creciente endeudamiento de los Estados hará más difícil sostener servicios públicos y políticas orientadas a la satisfacción de necesidades básicas. Sobre todo porque la ultraderecha productivista se ha apuntado al carro neoliberal y la socialdemocracia no viene precisamente de poner freno a la merma de derechos sociales y al aumento de una mercantilización globalizadora. Habrá chalecos amarillos, como en Francia, para decir que el mundo rural y las clases precarias no tienen por qué hacer frente a las subidas de impuestos y del precio de la gasolina. Surgirán también chalecos verdes al calor de de los aún jóvenes «Fridays for Future».
De orientación verde y rural han sido los cerca de 100.000 «chalecos» que han desfilado el pasado domingo por Madrid, al clamor de «La Revuleta de la España Vaciada». Cada vez son más palpables las dificultades de la pequeña ganadería y de la agricultura para competir con granjas intensivas y monocultivos, las facilidades administrativas para que la gran distribución se adueñe y arruine con sus bajos precios a estos pequeños productores, la renuencia de las administraciones públicas a mantener servicios básicos cuando la despoblación avanza (como el transporte o una escuela), la emigración y el distanciamiento juvenil de los proyectos que ya vienen empaquetados por el llamado «desarrollo rural» e impiden construir con autonomía local, entre otras cuestiones. Frente a las políticas que perpetúan «la España vaciada» se han convocado plataformas, algunas muy críticas con el desarrollismo y sus consecuencias, como Milana Bonita (Extremadura), «Teruel Existe», la Asociación Española contra la Despoblación o la Federación Española de Entidades Locales Menores.
En el medio rural existen también otros chalecos pugnando por encontrar razones y horizontes para continuar viviendo en estas zonas. Chalecos marrones son aquellos que proclaman la necesidad de continuar sosteniendo lo insostenible: una economía catapultada por una energía fósil, unas políticas que hagan caso omiso del ocaso en la disponibilidad de materiales esenciales para una industria globalizada, la ilusión de que aún tenemos margen para olvidarnos del vuelco climático y de las consecuencias del avance de la desertificación. El jueves 24 de enero se manifestaban en la localidad cacereña de Navalmoral de la Mata más de 4.000 personas. Pedían la continuidad de la central nuclear de Almaraz, un motor de ingresos para la comarca. Su paraguas organizativo era la Plataforma Ciudadana Vida y entre sus lemas podíamos leer «Almaraz Sí – Vida sí». Economías insostenibles reclamadas con argumentos de «vida». Aunque distanciándose, a la vez, de un debate sobre el impostergable cierre de las centrales nucleares. Se trata de reacciones fruto de un estado de shock y de un futuro altamente incierto en el medio rural.
A estos chalecos marrones han venido a sumarse chalecos más oscuros y más próximos a las camisas negras de la vieja y totalitaria Europa. Menos multitudinaria que la manifestación del pasado domingo, Vox y el Partido Popular se acercaron hace unas semanas a la capital para protagonizar una manifestación «por la defensa del medio rural». Más bien por la defensa de lo que los sectores más ultraconservadores consideran esencias del medio: tradiciones y economías ligadas a la caza, a la tauromaquia. Pero también acudieron pequeños agricultores asustados por la crisis de precios y afectados por legislaciones que se mueven más en el tutelaje que en la implicación participativa. Es fácil ver cómo la gente pasa del marrón al negro en las actuales condiciones donde lo local se siente invisibilizado (en los medios, en el gasto por habitante), se considera irrelevante (en la promoción de empleo, de mercados propios) o bajo el yugo de leyes presupuestarias como la Ley de Racionalidad del gasto público. Y donde además un municipalismo rural, biorregional o comarcal están aún por construir.
Hay protestas en ciernes, chalecos por venir, yo diría que por construir. Vivo actualmente en el Valle del Jerte. Comarca, como otras aledañas, que recién ha recibido el manto blanco como referencia absoluta de sus paisajes. Son los cerezos en flor. Un monocultivo en crisis, como tantas otras especializaciones. Un producto que se paga ya en ocasiones por debajo de costes. Que, como la naranja en Valencia o en otros valles de Andalucía, acaba quedándose en el árbol. No compensan 50 euros para pagar un jornal de 12 horas, además de requerir un apoyo familiar para transportar y seleccionar, más todas las horas invertidas en dar de comer a estos arbolitos, más los productos, más caros cuanto más cancerígenos. La gran distribución manda y arruina. Muestra también diferentes caminos para los futuros chalecos: desafiar los mercados globales o sumirse a un disciplinamiento que acabará por agrandar «la España vaciada». Me comentaba un amigo que ya empieza a ser obvio para toda la comarca que «algo estaremos haciendo mal». En un reciente documental, La Piel del Jerte, hemos reflejado estas angustias, estos malestares latentes que ya apuntan a una necesidad de cambios. El vuelco climático tiene mucho que ver en estos manejos negligentes y amenazadores, cierto. Pero también hay poco apoyo por parte de administraciones, menos aún por parte de la gran distribución, que sigue comprando a céntimos los kilos de fruta y vendiéndolos a euros.
Ante esta situación naciendo otros chalecos rurales con potencial de llevar un color crítico y en ocasiones verde a las protestas del campo. El año pasado se creó en el Norte de Extremadura la Asociación Valle del Jerte y Comarcas Vecinas. Exigen precios dignos, seguros asequibles. Han organizado varias manifestaciones para llamar la atención de la política extremeña, con poco éxito. Comienzan a mirar con lógica desconfianza a los oligopolios que les imponen bajos precios en origen. En febrero se constituía en Ciudad Real ANSEPRIM, la Asociación Nacional del Sector Primario. Quiere dar cuenta de las dificultades por las que atraviesa el sector productivo en el campo español y dar visibilidad a otras reclamaciones del mundo rural. ¿Se trata de un nuevo sindicalismo rural dispuesto a enfrentar cara a cara el papel dictatorial de la gran distribución, el rol sumiso de las administraciones locales para con la defensa de la pequeña producción y las inevitables consecuencias en los manejos productivos que traerán el vuelco climático y el fin del petróleo accesible y barato? ¿Está el medio rural construyendo sus propias respuestas frente al vuelco climático y la asfixia de los mercados globales? Y, ¿dónde quedan cuestiones como los trabajos invisibilizados y el papel de las mujeres en el medio rural –nos preguntan hermanas de la tierra tras un nuevo 8M-? ¿Y dónde está el apoyo (urbano preferentemente) a una ganadería extensiva, necesaria para la especie humana y a la vez preocupada por el bienestar animal?
Está por ver, pero los diferentes chalecos rurales ya han empezado a andar. El mundo rural puede estar saliendo de un forzado ostracismo y constituir un acicate nada despreciable para transformaciones más globales, complejas y, sobre todo, que insistan en cuidar personas y territorios.
Fuente: http://www.eldiario.es/ultima-llamada/Chalecos-rurales-verdes_6_883721634.html
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