Difícil y audaz rol es el que está jugando el presidente Hugo Chávez en lo que hace a trabajar como mediador en la búsqueda de un intercambio humanitario para que los políticos, militares y policias retenidos por las FARC y los 500 guerrilleros que están prisioneros en las mazmorras colombianas recuperen su libertad. Con la […]
Difícil y audaz rol es el que está jugando el presidente Hugo Chávez en lo que hace a trabajar como mediador en la búsqueda de un intercambio humanitario para que los políticos, militares y policias retenidos por las FARC y los 500 guerrilleros que están prisioneros en las mazmorras colombianas recuperen su libertad.
Con la respuesta de las FARC, llegada poco antes de viajar a Bogotá y en la que se le comunicaba que la organización guerrillera está dispuesta a dialogar con el mandatario bolivariano, Chávez llegó a Bogotá y durante siete largas horas habló con Uribe y con otros facilitadores, pero recién en la conferencia de prensa -ofrecida por ambos presidentes- surgieron las primeras puntas de lo que se viene. Un Chávez poco habitual, ostensiblemente incómodo por estar al lado de uno de los máximos representantes del imperialismo norteamericano en la región, trató en todo momento de explicar su papel en la negociación e informó que se reunirá con las FARC (y luego también agregó al ELN, pero en encuentro aparte) para avanzar en la posibilidad de un diálogo que acerque posiciones en lo que hace al canje.
En un momento, Chávez explicó que el mensaje por él enviado llegó al comandante de las FARC, Manuel Marulanda. «Yo soy militar y esto hay que hablarlo directamente con los jefes. El análisis me indica que es positiva la rápida respuesta de las FARC. Con quien ellos designen, nosotros hablaremos», apuntó. Y entonces agregó lo que terminó de poner al borde del ataque de nervios al paramilitar Uribe: «Ojalá que fuera Marulanda, a mí me gustaría mucho conocerlo y conversar con él. Una vez él me mandó un mensaje para charlar conmigo en El Caguán, pero el presidente colombiano Pastrana no quiso. Y entonces, lamentablemente no vine, no fue posible, pero reitero que me gustaría conversar con él no sólo sobre el tema del canje sino sobre otros temas. Ojalá fuera él quien venga a Caracas, pero eso lo decidirán las FARC».
A partir de ese momento, Uribe, que se había mantenido bastante al margen del protagonismo indudable que Chávez tiene frente a la prensa, cambió el tono de voz, e improvisando casi una arenga, como cuando habla frente a los esbirros del ejército criminal de su país, comenzó a hablar de «los terroristas y los asesinos de las FARC», y mintió descaradamente al decir que fueron los guerrilleros quienes «asesinaron» a los once diputados, de los que ya se sabe fueron masacrados por el fuego de mercenarios paramilitares -entre ellos algunos británicos- que intentaban rescatarlos para luego cobrar recompensas.
Uribe siguió en su letanía belicista y echó más gasolina al fuego diciendo que de ninguna manera concederá a las FARC el carácter de fuerza beligerante (como siempre exigió la guerrilla) e insistió que tampoco despejará ninguna zona para el canje. De esta manera, con gestos de energúmeno, intentó derrumbar la gestión de los facilitadores y de su colega venezolano, que a pocos metros de su estrado lo observaba con rostro preocupado.
Allí, estaban expuestas, frente al mundo, dos posiciones muy claras: la de un gobierno que desde hace tiempo viene aterrorizando a su población, apoyando el paramilitarismo que ha asesinado a miles de colombianos y logrado que otros tantos se desplazaran hacia nuevos territorios, un gobierno que ha torturado y encarcelado a campesinos y estudiantes y que por ello ha sido condenado a nivel internacional. Y por otro lado, un representante de un gobierno revolucionario y querido por su pueblo que levanta banderas totalmente opuestas a la de su circunstancial anfitrión. Por todo ello, Chávez volvió a insistir -a pesar de la histeria de Uribe- que las negociaciones se harán en Caracas, entre su gobierno y la jefatura guerrillera, dándole a este último mando un reconocimiento indudable.
Dejando claro -sin mencionarlo por obvias necesidades del protocolo y por saber que estaba en territorio enemigo frente a uno de los principales elementos de la política imperialista que busca derrocarlo- que sin la insurgencia no hay solución posible para el tema del canje y para que Colombia entera camine por nuevos derroteros más positivos que los actuales.
En conclusión: más allá de lo que ofrezcan como resultado los nuevos encuentros, ya se ha logrado algo muy importante: la jugada uribista de enredar el juego e intentar escapar de las acusaciones que su propio pueblo le ha hecho por su connivencia con el paramilitarismo y el narcotráfico, ha derivado en un boomerang que puede golpearlo duramente. Habrá que ver la cara que pondrá el paraco cuando un miembro del secretariado de las FARC estreche la mando de Hugo Chávez y le cuente a todos los que quieran escucharlo (que serán muchos, sin duda) que las FARC pelean por la liberación nacional y social de Colombia, por derrumbar estructuras económicas injustas que a fuerza de represión han producido que muchísimos colombianos y colombianas se hayan visto obligados a abandonar el país.