Cuarenta y cinco años después de su desaparición física, una figura andante piensa en la vida y en la muerte y en el hombre que debe vencer. Una figura andante nos saluda, compañeros. En la ocasión del cuarenta y cinco aniversario de la desaparición física de Ernesto Guevara, caído prisionero, en combate, el 8 de […]
Cuarenta y cinco años después de su desaparición física, una figura andante piensa en la vida y en la muerte y en el hombre que debe vencer. Una figura andante nos saluda, compañeros.
En la ocasión del cuarenta y cinco aniversario de la desaparición física de Ernesto Guevara, caído prisionero, en combate, el 8 de octubre y asesinado al día siguiente, vale la pena recordarle con estas palabras suyas: «Desde ahora no consideraría mi muerte una frustración apenas, como Hitmet: solo llevaré a la tumba la pesadumbre de un canto inconcluso.»
Debe señalarse, sin embargo, que la pesadumbre por el hecho aciago de entonces, se ha convertido en la certidumbre de que su muerte no fue nunca en vano y que los pueblos, en ese flujo y reflujo de la llama revolucionaria, han sido capaces de culminar y entonar el canto inconcluso o siguen luchando hasta dar remate a la obra promisoria de sueños de libertad y justicia.
Cuando expresó estas ideas, no sólo coincidía con el poeta Hitmet, sino que estaba consciente de que en el empeño de desatar las fuerzas de la Revolución en cualquier parte, estaba siempre presente la posibilidad de morir.
De Che Guevara, del hijo natural de Argentina se puede decir que desde fecha bien temprana, con apenas 24 años, se propuso recorrer y conocer, junto a un amigo compatriota de 30 años, la realidad de América Latina, en 1952, en una motocicleta, y es hoy en día el más universal de los argentinos; del hijo de nacimiento de Cuba, declarado así por ley legítima dados sus méritos y contribución a la historia gloriosa de este país, se puede expresar que fue el segundo extranjero que alcanzó tal reconocimiento extraordinario y que esta patria y sus virtudes personales lo proyectaron como un paradigma hacia América Latina y el mundo, pues nada de lo que hizo a partir de la salida expedicionaria hacia Cuba en el yate Granma, impulsado por las olas y las alas de la Revolución Cubana, dejó de estar desde entonces, íntima e indisolublemente, ligado a esta patria de sus realizaciones y sueños revolucionarios.
Hoy el Che Guevara, a 45 años de su desaparición física en tierras bolivianas, sigue siendo la encarnación de la rebeldía y la consecuencia revolucionaria, y su figura no se ha desdibujado ni su ejemplo ha perdido el mensaje de aliento como renovador de las ideas políticas contemporáneas.
Aun las masas populares de cualquier pueblo del mundo, en festejos, protestas o insurrecciones, ondean su figura como bandera entrañable y esperanzadora ligada a un futuro cierto y alcanzable a través de la lucha, pues como afirmara en su carta de despedida a Fidel, «en una revolución se triunfa o se muere, si es verdadera.» En una revolución verdadera, la boliviana, que soñara que tendría carácter continental, murió Che Guevara en 1967, para alcanzar al paso del tiempo un triunfo contundente y trascendente como el de pocos revolucionarios caídos en la flor de la vida. Los procesos en marcha en el mundo latinoamericano son de cierta manera hechura de su batallar, de sus sueños liberadores y de las ideas que iluminaron el pasado reciente, resplandecen en el presente y fulgurarán en el futuro de los países de la América de los cuales se declaró hijo orgulloso de cualquiera de ellos.
Más allá de la realidad de su muerte y de la derrota de la guerrilla, y todas las circunstancias que estuvieron presentes en estos acontecimientos, la figura del Che se levantó como gigante ante los ojos del mundo, y su presencia aún nos acompaña en los más variados escenarios, dondequiera que se alzan voces por libertad, justicia, reivindicaciones, en fin, por ansias de liberación. Su imagen y sus ideas son paradigmas del presente y seguramente lo serán del futuro, por los ideales y valores que ellas encierran y representan para conformar la esencia del hombre del siglo XXI.
Nueve meses después de anotar en su Diario, el 7 de noviembre de 1966, «Hoy comienza una nueva etapa», Che reunió a toda su tropa, en la noche del 8 de agosto de 1967, para hacerle unas descargas, según escribiera. De acuerdo con su valoración estaban en una situación difícil y, en esos momentos, él era una piltrafa humana. No obstante, no hay ningún asomo de duda, indecisión o titubeo. Considera que «eso se modificará y que la situación debe pesar exactamente sobre todos y quien no se sienta capaz de sobrellevarla debe decirlo. Es uno de los momentos en que hay que tomar decisiones grandes; este tipo de lucha nos da la oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana, pero también nos permite graduarnos de hombres; los que no puedan alcanzar ninguno de estos estadios deben decirlo y dejar la lucha…, en definitiva, tenemos que ser más revolucionarios y ser ejemplo.»
Así era Che, para quien «nuestras vidas no significaban nada ante el hecho de la revolución», según expresara el 31 de diciembre de 1966. El revolucionario que concebía que las cualidades y la necesidad de una mayor disciplina en la guerrilla debían ser consecuentes con «nuestra misión que, por sobre todas las cosas, era formar el núcleo ejemplo, que sea de acero», y por eso mismo daba importancia al estudio como algo imprescindible para el futuro.
Che, el hombre que soportaba con estoicismo espartano sus propias flaquezas físicas, confesaba el 14 de marzo: «Yo tenía -tengo un cansancio como si me hubiera caído una peña encima». Y esta es una buena semejanza con Sísifo, el personaje mitológico rebelde, condenado a cargar una roca hasta la cima de una montaña, que volvía a rodar al precipicio. Y entonces, vuelta a iniciar el ascenso con la roca, eternamente.
Así que en ocasión de conmemoración tan significativa, y cuando en Latinoamérica su nombre se ha reivindicado, cuando los procesos revolucionarios victoriosos han demostrado que si se lucha con tesón, a pesar de caídas y reveses, es posible alcanzar el triunfo de los sueños, podemos exclamar con hondo sentimiento de fidelidad con el Che: .
Una figura andante monta a horcajadas en un nuevo Rocinante. (No siempre ha de ser un caballero de la triste figura).
Una figura andante con la lanza en ristre se acerca lentamente a la selva del crimen. (No siempre ha de ser hora de perdonar)
Una figura andante piensa en la vida y en la muerte y en el hombre que debe vencer. (No siempre ha de ser delirio y locura el pensamiento)
Una figura andante va del hombro de otros. ¡Al fin se multiplican las figuras! (No siempre ha de ser Sancho el solitario acompañante de aventuras)
Una figura andante embiste a un enemigo real que no puede hurtar el cuerpo. (No siempre la lucha ha de ser contra los molinos de viento de la Mancha)
Una figura andante nos saluda, compañeros.
Y será el momento también de escuchar sus palabras, dirigidas a todos nosotros, en una convocatoria realizada en su tiempo de constructor de una sociedad nueva en Cuba, y que tendrá vigencia en todos los tiempos presentes y futuros de los pueblos:
«Compañeros, yo sé que ese momento de descanso en que podamos mirar para atrás y hacia todo un futuro previsible tardará en llegar, sé que muchas cosas pasarán antes de que se alcance ese momento y sé también que por causas naturales de la fisiología humana o por causa de los invasores extranjeros, muchos de nosotros podremos no ver ese día dichoso, p ero los que queden podrán, cuando miren hacia atrás, cuando miren toda esa construcción que ha significado años y años de trabajo, de sacrificio, de esperanza y de dolor, ver en algún lugar alguna pequeña o grande, de acuerdo con el trabajo y la capacidad de cada uno, pero alguna señal indeleble que cada uno dejó en ese enorme y bello edificio que estamos empezando a construir y esa será nuestra recompensa, la recompensa de un verdadero revolucionario. !Hasta ese momento, compañeros!»
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