El trovador cubano Silvio Rodríguez, con el verso en su voz, recordó el pasado viernes el Bicentenario de la Independencia chilena con un concierto en La Habana.
Una esencia se percibe en el escenario: el trovador ha coloreado, desde sus composiciones, el rostro de una nación sudamericana y lo ha hecho de la mejor forma que sabe, en parlamentos musicalizados de pocos minutos. Silvio, con el verso en su voz, hilvanó la otra noche leyendas de gente simple e historias de gente de país, y Chile volvió a recorrer las venas del cantautor.
Lo motivó el Bicentenario de la Independencia chilena. Pero mucho antes, como el compilador de acontecimientos que también es, el autor había seguido de cerca el curso de la tierra que vio nacer a Salvador Allende y a Violeta Parra, y en la que viven etnias como los mapuches.
En las canciones de Silvio, todos ellos han sido un símbolo tangible que pondera su significante en la vida nacional de aquel país y en América Latina. Verlos desde la poesía del trovador, el pasado viernes en el Teatro Lázaro Peña, fue apreciarlos más allá de las metáforas épicas, pues allí gravitaron en carne, alma y huesos.
Una misiva a Violeta Parra, sensible y cercana, le pide una buena canción, en signo de reverencia a la chilena por los frutos dejados. En otros títulos, el intérprete ofrece claras referencias al abominable golpe de Estado de 1973 sufrido por la nación andina, como sucedió en «Cita con ángeles» y en «Santiago de Chile» -tema que este 11 de septiembre cumplió treinta y siete años y que le llevara a confesar: «Lo hice mientras bombardeaban La Moneda».
Pero es el misticismo de los mapuches uno de los elementos que más sorprendió en la velada. El cantautor contó que gracias a los buenos deseos y las creencias de la etnia, se disipó, en cuestiones de instantes, la inminente amenaza de lluvia en aquella ocasión en que actuaría para ese pueblo.
«El concierto duró dos horas y cinco (minutos). Dos minutos después de terminar, arrancó a llover», afirmó Silvio, mientras dejaba en el auditorio una estela de aplausos.
Cuba también se apareció en la escena del Lázaro Peña. Con notas de punto cubano introdujo «Días y flores», a la vez que en los toques percutidos de Oliver Valdés, el ritmo «afro» de «El necio» recobró una atrayente armonía, que se complementó con la versatilidad del trío Trovarroco y la sensibilidad de la flautista Niurka González.
Todos ellos emprendieron con virtuosismo, y junto al autor de «Óleo de una mujer con sombrero», ese viaje por las esencias de la Isla, para anclarse en «Sea señora» -perteneciente a su último disco Segunda cita-, donde invitó a viajar a la semilla como instara José Martí y a creer con la firmeza del brazo de Antonio Maceo.
También cantó a los Cinco, a quienes dedica un tema en todos sus conciertos. «Lo seguiremos haciendo hasta que estén aquí, con nosotros», dijo con compromiso y sonó «Pequeña serenata diurna».
Aunque se extrañara en la presentación la fuerza de «Ojalá» y la calidez de «La gota de rocío», fue mayor ver aflorar las arterias de Chile en la visión de Silvio, motivado por una fecha que marcó el inicio de una nueva época de luchas en el Estado sudamericano; ese que palpita en el canto de la Parra y Víctor Jara, que rinde tributo a Allende, que se regocija en los mágicos conjuros de sus etnias y que lucha porque vean nuevamente la luz del sol treinta y tres mineros que resisten en las profundidades de la tierra.
Fuente: http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=5690