Los chivos expiatorios cumplen una función social. Pagan la culpa de otros, que así escurren el bulto de su responsabilidad. La expresión chivo expiatorio proviene de un ritual judío en el que se elegían dos machos cabríos. Mientras uno era sacrificado como ofrenda a Yaveh; el otro era cargado con todas las culpas del pueblo […]
Los chivos expiatorios cumplen una función social. Pagan la culpa de otros, que así escurren el bulto de su responsabilidad. La expresión chivo expiatorio proviene de un ritual judío en el que se elegían dos machos cabríos. Mientras uno era sacrificado como ofrenda a Yaveh; el otro era cargado con todas las culpas del pueblo judío, entregado al demonio Azazel, y abandonado en el desierto, entre insultos y pedradas. El Gobierno canario ha elegido a los empleados públicos como su chivo expiatorio particular ante una sociedad inerme y desarticulada; víctimas propiciatorias, perseguidas y despreciadas, a las que se les demanda solidaridad mientras se las despoja de derechos, sacrificándolas en el altar del supuesto beneficio común.
Lo penúltimo: el plan de medidas extraordinarias para la reducción del gasto en la Administración, que sorpresivamente, junto al apéndice dedicado a la supresión de los cócteles, elimina derechos adquiridos de los empleados públicos, producto de años de negociación colectiva, al suspender sine die acuerdos que no tienen nada que ver con la austeridad, como la reducción de días libres o de horas sindicales, la modificación de horarios laborales o la vigilancia persecutoria a los trabajadores de baja, consagrando la fosilizada cultura del presentismo y del culo pegado, en lugar del trabajo por objetivos y la formación y la motivación como fórmulas para mejorar la productividad.
Los chivos expiatorios son un recurso maquiavélico aunque de gran utilidad en situaciones de crisis económica o de conflictividad social que requieren de una explicación compleja de difícil comprensión por las mayorías. Aprovechando mecanismos psicológicos profundamente irracionales, como el deseo de emulación o la envidia que suscita la mayor estabilidad laboral del empleado público, se le arroja a éste a la arena del circo, cual cristiano a las fieras, mientras se repite machaconamente que el empleo fijo es un privilegio en lugar de un derecho; como hizo el presidente Paulino Rivero en una reciente entrevista en Mírame TV, enfrentando a funcionarios con trabajadores del sector privado a cuenta de sus salarios; cómo si entre los empleados públicos no hubiera mileuristas, no hubieran visto recortarse sus sueldos y no padecieran la crisis; o peor aún, cómo si fueran los culpables de la mezquindad empresarial; cuando Canarias no supera la media de empleados públicos del Estado, siendo una de las regiones donde menos ha crecido su número en últimos años.
Porque es más cómodo buscar un grupo al que la sociedad considere privilegiado y, mediante una creciente campaña de desprestigio acusarlo de todos los males, que asumir la responsabilidad política por una arbitraria y manirrota gestión de los recursos, en la que se ha optado más por el dispendio en lo superfluo y la reducción de las inversiones en lo social, que por defender el sostenimiento de los servicios públicos por la vía de aumentar los ingresos fiscales, incrementando impuestos a las rentas más altas y/o recuperando otros, como donaciones. Además, se cumple así un doble objetivo; la cuadratura del círculo; el menosprecio a los funcionarios y la descapitalización sistemática del sector redunda en su paulatino deterioro; y de paso alimenta la retrógrada y falaz retórica de la mayor eficacia de lo privado frente a lo público, preparando el terreno para su entrega a las empresas, que es, en último término, lo que persiguen sus capataces.
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