Comer carne roja se relaciona en el imaginario sexista con la virilidad, la fuerza y el poder. Revisitamos la teoría desarrollada en 1990 por Carol Adams en su ‘La política sexual de la carne: una teoría critica feminista vegetariana’.
En la serie de animación Hora de Aventuras, Jake, el famoso perro amarillo con poderes mágicos, sueña una noche con Chuletaman (Meatman, en inglés), un personaje enigmático del que poco se sabe excepto que está hecho enteramente de carne. Después de la interacción onírica con Chuletaman, en la que se escucha a un trofeo de corzo cantar en voz automática “Quiero vivir, vivir, vivir, quiero vivir”, Jake se despierta aturdido y le dice a su amigo Finn: “Creo que dejaré de comer carne”. Este es uno de los múltiples mensajes políticos subliminales de la serie, reconocida como uno de los productos televisivos infantiles más feministas, queer y progresistas. Pero más allá de un mensaje genérico en contra del consumo de carne, el personaje de Chuletaman encarna, como solo es capaz la comunicación visual, la intrincada conexión simbiótica entre la carne y la identidad masculina.
La idea no es nueva. En 1990, Carol Adams publicaba La política sexual de la carne: una teoría critica feminista vegetariana, donde defendía la existencia de un vínculo directo entre el consumo de carne y el patriarcado. La exploración de Adams se articula a través de una serie de argumentos. En primer lugar, dice, en la cultura occidental, la carne funciona como un símbolo del patriarcado, resultante de una alianza de larga data con la virilidad y el poder. Su análisis ha sido, de hecho, corroborado por la más reciente investigación en psicología que muestra la existencia de una fuerte identificación entre carne, fuerza y poderasociados a los roles de género masculinos, una correlación entre el consumo de animales y la valoración de la masculinidad, y la razón crucial por la que los hombres tienden a consumir mucha más carne: los hace sentir como ‘hombres de verdad’.
El “referente ausente”
El segundo punto relevante de Adams para esta cuestión es el concepto de “referente ausente”. La referencia es el fenómeno lingüístico mediante el cual conectamos las palabras con las cosas en el mundo. Por ejemplo, cuando decimos “Carol Adams”, ese nombre refiere a una persona particular en el mundo: Carol Adams. Ahora bien, cuando, en un contexto de consumo, decimos “carne”, el referente del término, un determinado animal no humano muerto, desaparece o se vuelve ausente. Ello ocurre en un sentido literal, porque el animal es asesinado, desmembrado y consumido fragmentado, desapareciendo como un ser completo con intereses propios en vivir. Por otra parte, desaparece metafóricamente al ser renombrado como “jamón”, “hamburguesa” o “pechuga”, invisibilizando así la opresión y violencia a la que está sujeto. De forma similar, dice Adams, las mujeres son “referentes ausentes” en la cultura patriarcal, bajo la cual se les ha negado (y se insiste en seguir haciéndolo) la categoría de sujetos con intereses propios que deben ser respetados.
Lógica de la dominación
Tal vínculo no es, según Adams, meramente simbólico, sino el producto de una misma lógica opresiva de jerarquía y dominación patriarcal que mantiene a una parte significativa de humanos y no humanos bajo la condición de subordinación. El argumento es el siguiente: la opresión que sufren mujeres y animales no humanos en el contexto patriarcal se manifiesta en la similar cosificación de sus cuerpos y transformación en meros instrumentos de producción, reproducción y consumo, ‘disponibles’ para ser utilizados a antojo de los caprichos patriarcales, ya sea literal (ej.: consumo alimentario) o visualmente (ej.: consumo erótico heterosexual).
Curiosamente, como recuerda Brian Luke, el término “esposo”, en inglés, (husband) significa a la vez el cónyuge de una mujer y el hombre que maneja la reproducción del ‘ganado’ con finalidades económicas. En ese sentido, la forma común de referirse a las mujeres como “vacas” en ciertos idiomas sugeriría una expectativa social de un nivel de domesticación y subyugación similares. Paralelamente, la palabra “zorra”, el animal salvaje paradigmático, considerado ‘de presa’ en el imaginario cultural, cuando es utilizada para referirse a mujeres sexualmente independientes, y por ello no sujetas al ‘yugo’ patriarcal, expone el papel central que juega la caza en la construcción de la identidad masculina. A través de la erótica de la persecución, dominación y, en última instancia, aniquilación del objeto de deseo, la heterosexualidad depredatoria se inculca a los varones, incluso a las generaciones más jóvenes, convirtiendo a mujeres y animales en blancos. Adicionalmente, se puede observar cómo los medios, en particular la publicidad, aprovechan el marco patriarcal del consumo de animales, en particular de la llamada ‘carne roja’, como un símbolo de la masculinidad para potenciar las ventas y donde la animalización de las mujeres y la erotización de los demás animales es un recurso demasiado frecuente. Ignorar esta conexión sería, entonces, contribuir al mantenimiento del sistema de dominación sobre humanos y no humanos, favoreciendo la perpetuación de los valores patriarcales y la institucionalización de la violencia. Sería, en otras palabras, boicotear el proyecto feminista. Así, la oposición al patriarcado implicaría la adopción del veganismo.
Más allá de Adams
Algunas autoras, y de forma más notable Carrie Hamilton, han defendido que el análisis de Adams resulta problemático, muy en particular, por su posición sobre la pornografía y el trabajo sexual como engendro de cosificación. Sin embargo, aceptar ciertas tesis de Adams no conlleva suscribir toda su teoría. Es decir, reconocer que en un mundo patriarcal existe un patrón estructural de cosificación de los cuerpos humanos y no humanos no implica aceptar que la cosificación está necesariamente generada por la pornografía y el trabajo sexual. En realidad, reconocer que alguna pornografía y trabajo sexual (léase, cuando se dan en concidiciones de trata) es cosificación inaceptable de seres humanos no implica aceptar que toda la pornografía y trabajo sexual lo sean. Afirmar lo contrario sería irónicamente contribuir, desde el feminismo, al mantenimiento de lo que Adams llama el «referente ausente», a través del silenciamiento y la exclusión de la voz política de les trabajadores sexuales. Por otra parte, la reivindicación de un amplio sector del feminismo de situar el trabajo sexual en la esfera de la autonomía y la agencia individual implica justamente admitir que no siempre ese es el lugar que le toca. Así, aunque la crítica a Adams pueda ser correcta, reconocer el veganismo como una respuesta antipatriarcal a un patrón opresivo que daña tanto a humanos como a no humanos es un punto en el que diferentes sectores del feminismo, aparentemente antagónicos, podrían fácilmente coincidir.
Otro punto de contención sería la tesis que maneja Adams de que la explotación animal radica, de forma importante, en la explotación de los sistemas reproductivos de las hembras de otras especies. Así, desde un punto de vista feminista, ninguna hembra, independientemente de su especie, debería estar sujeta a tales niveles de cosificación y explotación. La crítica apuntaría a que se está presuponiendo un modelo binario de género a la vez que una concepción biologicista del feminismo que una gran parte de nosotres rechaza. Ello parece cierto. Sin embargo, aunque defendamos que el sujeto político del feminismo no es una determinada configuración biológica y, por tanto, que la lucha feminista no es la lucha por el fin del control y la explotación de los sistemas sexuales y reproductivos de las hembras, la lucha feminista también lo es. Así resulta razonable que la lucha antipatriarcal incluya la lucha en contra del control y explotación de los sistemas sexuales y reproductivos humanos y no humanos aunque, en ningún caso, se reduzca a ello.
Las herramientas del amo nunca desmontarán su casa
La relación de los seres humanos con lo que consideran ‘comida’ viene unida, en las culturas occidentales, a expresiones normativas de género. En ese sentido, es habitual la asociación entre el consumo del bistec o la chuleta a la performatividad masculina mientras se identifica la típica ensalada vegetariana como una expresión de género femenina. Comer ensalada se ve aburrido, endeble y afeminado. Al contrario, comer bistec o chuleta demuestra fuerza, seguridad y virilidad. Tales características así jerarquizadas permiten a los hombres conservar el poder y el edificio del privilegio masculino. De tal manera esto ocurre que, al abstenerse de comer carne o simplemente reduciendo su consumo, los hombres tienden a sentir vergüenza social, al ser percibidos como menos varoniles, menos fuertes, menos sexuales.
Ahora bien, se podría pensar que al alejarse del consumo de animales, los hombres veganos desestabilizarían la masculinidad hegemónica y que, por tanto, el veganismo conllevaría un trayecto afín al seguido por las llamadas “nuevas masculinidades”. Sin embargo, sería ingenuo pensarlo. Parte del activismo ha entendido la conexión entre el consumo de animales y la masculinidad como un importante obstáculo al avance de la defensa de los animales, pero solo para darle una salida que no comprometiera el statu quo patriarcal. Así, ha sentido la urgencia de aclarar que «los veganos tienen mejor sexo«, que, en general, «los hombres veganos son más varoniles» o de cómo ser vegano le confiere a uno ventajas competitivas en el nuevo darwinismo de la «supervivencia de los más firmes«. En la medida en que las “nuevas masculinidades” tengan un objetivo de deconstrucción patriarcal más radical que estos, los veganos han podido fácilmente alejarse de ellas. Reconocer esta realidad, sin embargo, no ofusca la conexión entre masculinidad y consumo de carne. El consumo de carne expresa, nutre y perpetua la masculinidad patriarcal, pero, evidentemente, no la agota.
Por otra parte, y bajo el mismo marco, ha surgido en los últimos años la extraña necesidad de defender, desde el empoderamiento femenino, que no solo los hombres están capacitados para explotar a los demás animales. Las mujeres también pueden ser cazadoras, toreras y fervorosas consumidoras de carne, a la vez que luchar contra el patriarcado. Sin embargo, por los motivos que hemos visto, una respuesta política antipatriarcal no puede pasar por la transformación cosmética del Chuletaman en la Chuletawoman, sino que debe asentar en el rechazo contundente de los valores patriarcales supremacistas de dominación y violencia sobre los demás individuos, independientemente de su especie. La violencia y la dominación son, como dijo Lorde, “las herramientas del amo”, por lo que, por mucho que no nos afecten, nunca desmontaran su casa.
Fuente: https://www.pikaramagazine.com/2019/06/consumo-de-carne-y-masculinidad/