Las encuestas (y detrás de ellas la intención de sus programadores), que modelan la realidad para presentarle platos preparados al posible elector considerado como un consumidor de productos, muestran que hay más de un 40% de electores que no saben por quién votar. Si Piñera (23 % de intenciones de voto) y Guillier justo detrás […]
Las encuestas (y detrás de ellas la intención de sus programadores), que modelan la realidad para presentarle platos preparados al posible elector considerado como un consumidor de productos, muestran que hay más de un 40% de electores que no saben por quién votar. Si Piñera (23 % de intenciones de voto) y Guillier justo detrás (con un 22 %) llevan la delantera (Cadem), los porcentajes obtenidos por el patético Marco Enríquez-Ominami (MEO) y por Ricardo Lagos, símbolo de la era de la entrega Concertacionista al modelo capitalista neoliberal chileno, son un desastre.
Y bien sabemos que un Gobierno de la ultraderecha y uno de la Nueva Mayoría (NM) concordarán en la mantención de los pilares estructurales del sistema.
No obstante esos datos aparentemente objetivos, las encuestas tuercen la realidad. Simple. Evitan dar razones que muestran la desconfianza (desafección o cambio de afectos) hacia la casta político-empresarial, sus instituciones y medios de comunicación (salvo las radios). Su efecto real es oscurecer los motivos que permiten mantener la reflexión acerca de la profunda crisis de la institucionalidad postdictadura y sus salidas. Ellas son un medio fácil para obligar a pensar sobre lo que la cultura política dominante quiere.
Esto es evidente cuando se quiere medir el rechazo a la corrupción; la verdaderamente impactante para la democracia; la que es resultado de la captura de la actividad política institucional por el dinero empresarial (crisis de la representación y del sistema capitalista parlamentario) no se menciona. Pasan desapercibidos y olvidados los emblemáticos casos que destruyeron la confianza ciudadana en la «libre empresa» y sus propietarios como los PENTA-Délano-Lavín, CAVAL-Luksic, SOQUIMICH-Lerou, Grupo MATTE, CORPESCA, Angelini, etc. En su lugar, se focaliza e insiste en el tema del soborno (o pequeña corrupción) a los funcionarios del Estado o empleados de empresas del estrato inferior. O en la inseguridad ciudadana. Tema que es separado de la profunda desigualdad y corrupción de la casta de privilegiados que campea en el país. Tal como lo hizo la última encuesta del CEP.
Son, sin embargo, los mismos empresarios que le exigen al Estado que actúe con mano dura en territorio mapuche para preservar y garantizar la mantención de las relaciones de propiedad (la lógica de la acumulación de riquezas en la cual funcionan los hace considerar el Estado de Derecho bajo el ángulo de la defensa irrestricta del derecho de propiedad de la tierra, del capital, de las infraestructuras y de la producción) impuestas por el saqueo, el terror y la explotación.
UN CICLO POLÍTICO QUE REQUIERE DE IZQUIERDAS ARMADAS DE UN PROGRAMA
Una conclusión se impone al menos. Hay espacio político-electoral para ir levantando desde el pueblo y su movimientos sociales una candidatura programática de la izquierda auténtica. Se debe abordar el acontecer electoral desde una perspectiva crítica al capitalismo y a su modo neoliberal de implantación económico y subjetivo (en las consciencias que son afectadas por los productos deseados de la «modernidad capitalista»). Desde las demandas sociales que son imposibles de satisfacer por el orden actual donde predomina el interés privado sobre el público. Se trata de ir creando otro imaginario posible (solidario, popular, ecologista, feminista, de lo común) diferente al del capitalismo neoliberal y conservador (individualista, patriarcal, sometido al mercado y a lo privado).
Posiblemente esta vez la izquierda no será gobierno, pero deben plantearse las grandes cuestiones programáticas ligadas directamente al carácter depredador, desigual, opresivo en términos de género y explotador debido a la apropiación del trabajo y de la riqueza social del poder neoliberal y su institucionalidad propia que se implantó en Chile a sangre y fuego el 73. De allá se viene.
No se puede entender un «ciclo político» (o coyuntura presente) si no se entiende el «tiempo largo» (la longue durée: Fernand Braudel) ni lo que diferencia a estos dos del «acontecimiento» («el más caprichoso y engañoso de los tiempos»). Un ciclo (*) según Enzo Traverso «es un lapso de tiempo que revela el vínculo entre los acontecimientos y las estructuras, donde tiempo largo y tiempo corto se tocan, donde las temporalidades se sincronizan». En ese ciclo, y siguiendo a este último y genial historiador de las guerras, revoluciones y resistencias del siglo XX europeo, las generaciones que coexisten pueden estar más marcadas por ciertos más que por otros acontecimientos («que deben ser colocados en perspectiva y analizados a la luz de las tendencias seculares»). De lo que se trata es de entender que se vive en/y el mismo ciclo. Que éste une a las generaciones en las mismas luchas que se arrastran de ciclos anteriores donde las fuerzas revolucionarias fueron derrotadas (el ciclo 64-73 y el 81-89 del pacto constitucional postdictadura consensuado Concertación-oligarquía cívica-militar). Y los derechos arrebatados.
Así pues, en lugar de atarse a una perspectiva generacional que mutila, hay que reconstruir siempre la perspectiva histórica; la del movimiento de las luchas y de las relaciones de fuerzas entre los sujetos político-sociales y considerar la multiplicidad de factores en juego y no la mono-causalidad de tipo económico como en el marxismo tradicional.
Plantear las tareas políticas para la emancipación en términos generacionales es dividir fuerzas; es hacerle el juego a las derechas y a las socialdemocracias neoliberalizadas. Que en definitiva buscan lo mismo: bloquear el cambio social, negar la crisis, imponer la política de los ajustes graduales practicada por Bachelet II.
Los sectores de izquierda democráticas que buscan alternativas al capitalismo neoliberal deben considerar que la sociedad chilena está apta para dejar de lado los eufemismos y nombrar la realidad tal cuál es. Decir por ejemplo que el Estado de Derecho con su Constitución, tal cual existe hoy, legitima la expoliación y el saqueo del territorio que pertenece al pueblo-nación mapuche. Y cabe repetirlo: cuando el Estado de Derecho interviene es siempre para defender las relaciones capitalistas de propiedad existentes mantenidas en el «tiempo largo» de más de un siglo (¿o de dos?) de dominio oligárquico. Que detrás del Estado de Derecho hay un Estado de dominación de clase.
Foucault diría que el «Estado de Derecho» (la gubernamentalidad) instala una práctica donde el derecho es una «tecnología de poder»: que normaliza y disciplina sin recurrir necesariamente a la fuerza bruta y represiva (es lo que Carlos Peña explica a los empresarios en su columna mercurial del domingo : «no sean tontos» no entienden nada, obnubilados por sus intereses mezquinos e inmediatos no ven que el Estado de Derecho (su «aparato jurídico», leyes y jueces) realmente existente, en el tiempo largo, los ha protegido y protegerá siempre a Uds».(**).
No se trata de negar una cierta autonomía del derecho, de la esfera jurídica y de los fiscales y jueces (influyen factores, políticos, culturales y generacionales, pero como lo hemos visto en la práctica (es el punto de Foucault: analizar los «efectos» concretos de las relaciones de poder, en territorio mapuche por ejemplo), en reiteradas ocasiones (siempre), los dueños del poder y la riqueza no cesan de salir con la suya e impunes en los recientes casos de corrupción y colusiones.
Esa candidatura por levantar debe llamar las cosas por su nombre y no temer recurrir a la historia para dar cuenta y hacerse cargo de la realidad. En tanto que camino de convergencia de luchas y articulación de demandas de amplias capas sociales explotadas y oprimidas debe surgir de un amplio proceso de participación democrática que entusiasme y marque la agenda o acontecer electoral. Es la única garantía de que los liderazgos personales no suplanten el protagonismo popular.
Y son los parlamentarios que no militan en la Nueva Mayoría y que mantienen posturas y un discurso de izquierda crítica quienes deben ponerse al servicio de este proyecto y no los ciudadanos, los trabajadores y los movimientos sociales quienes deben sólo aprobar los mandamientos de algunas cúpulas para enseguida ir a votar por los que éstas designan.
Es obvio que el diputado Gabriel Boric se ha destacado por sus posturas y comentarios críticos. Normal. De ahí viene el reconocimiento popular de su figura. Los programadores de encuestas lo ponen junto con el diputado de Revolución Democrática Giorgio Jackson para medir aprobación. Pero es precisamente por lo primero que fue elegido el diputado autonomista por Magallanes y ex líder estudiantil: para expresar con inteligencia política no sólo el sentir popular en un Chile atravesado por variadas contradicciones y clivajes sociales, económicos y culturales que se producen en el sistema político actual: el de clase, el étnico, el de género; el que opone oligarquía política propietaria-pueblo trabajador y ciudadano; el parlamentarismo corrupto bajo captura capitalista versus democracia participativa con control del poder popular. Un diputado en la tradición socialista y revolucionaria es un «tribuno», alguien que debe plantear las tareas urgentes y no sólo quedarse en la denuncia.
Si las nuevas generaciones de revolucionarios son necesarias, la condición sine qua non para que su trabajo sea efectivo es tener presente que la historia no comenzó el 2006 (a partir del cual las manifestaciones estudiantiles y ecologistas -a diferencia de lo que afirma Braudel y más bien en acuerdo con Traverso- no fueron simples «agitaciones de superficie» sino un giro importante que inauguran un nuevo ciclo).
Así como hablar de neoliberalismo a secas es ignorar que éste es un modo del capitalismo globalizado en el cual imperan los grandes grupos económicos (extranjeros globalizados y nacionales con ínfulas de expansión extraterritorial como el de Piñera-Bancard, Paulmann, Luksic, Lerou-SQM y otros) con sus brazos derechos: los bancos sistémicos nacionales imbricados al sistema financiero mundial. Si hay algo que la historia ha demostrado es que para ponerle coto al poder desbocado del capital es necesario el concurso de una clase trabajadora desburocratizada y solidaria en y con sus luchas. Y en esto tanto los sectores avanzados del movimiento obrero como las izquierdas emergentes poco han progresado. Aquí habría que aprender de los avances del movimiento obrero del pasado para evitar nuevas derrotas político-sociales.
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(*) Así vistas las cosas, el triunfo del republicanismo conservador y aislacionista de Trump fue un acontecimiento político electoral que puede provocar un giro y abrir un nuevo ciclo de la política norteamericana e internacional. Junto con la emergencia de nuevos movimientos sociales en EE.UU. y de una «resistencia» al trumpismo. Lo primero está por verse, lo segundo es una realidad.
(**) Es nuestra interpretación de la columna del rector de la UDP en su columna mercurial del domingo 15 de enero del 2017.
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