El PP accedió al gobierno por el aumento de la abstención del voto socialista y no porque consiguiera ampliar la base social de la derecha. Con un discurso ambiguo en la campaña, de hecho su propuesta en la práctica tan sólo era «más de lo mismo» al ubicarse dentro de la política diseñada por la […]
El PP accedió al gobierno por el aumento de la abstención del voto socialista y no porque consiguiera ampliar la base social de la derecha. Con un discurso ambiguo en la campaña, de hecho su propuesta en la práctica tan sólo era «más de lo mismo» al ubicarse dentro de la política diseñada por la gran banca e través de los mercados.
Una de las paradojas de este gobierno es que, a pesar de su carácter reaccionario, en la práctica se ha situado en un espacio menos fundamentalista que el de CiU, e incluso que el del PSOE. Efectivamente, hay que reconocer que ha propuesto iniciar una lucha contra el fraude fiscal que el PSOE evitó mientras estuvo en el poder y que ha decidido aumentar los ingresos recuperando la progresión del IRPF en vez de hacerlo sobre los impuestos al consumo (IVA)
Las protestas y oposición de CiU han de observarse con atención, porque hay que acabar con el mito del «oasis catalán»: Duran i Mas son más reaccionarios que Rajoy en política económica. Es necesario acabar con el discurso de que tenemos, en Catalunya, una derecha «civilizada» o «progresista»: nuestros recortes son la envidia de toda la derecha neoliberal del PP en España. Todavía, nadie fuera de Catalunya ha tenido la osadía de no pagar los salarios ilegalmente, como ha ensayado de hacerlo Mas Culell este pasado diciembre, o impulsar el copago en la Sanidad.
Por supuesto, el hecho de que Rajoy modere un poco lo que piden los poderosos no supone un cambio de política económica: en esencia, estamos dónde estábamos; y por mucha demagogia sobre posibles soluciones mágicas diferentes a las de Zapatero, en realidad no hay más que un cambio de pequeños matices políticos, que si bien pueden acabar de desprestigiar al PSOE al dejarlo a la derecha del mismo PP en algún aspecto (por ejemplo, también en las pensiones que aumentan nominalmente un poco), no pueden sacar al país de la profunda depresión que las políticas neoliberales le están llevando de una forma inexorable.
Los recortes no traerán ni más empleo, ni más bienestar, ni preservarán la calidad de la sanidad y la educación que tenemos: al contrario, traerán pobreza, precariedad, desempleo y el aumento de las tensiones sociales.
Y uno de los elementos dónde se avanza hacia el precipicio es en la reforma laboral. Afortunadamente, los sindicatos mayoritarios han evitado esta vez convertirse en cómplices de un nuevo retroceso social, en parte por la codicia de la Patronal; pero también en parte por la fuerza emergente del movimiento social y la contestación interna, que emplazaba a las direcciones a cambiar la dinámica
Ahora es necesario que la negativa a firmar suponga un impulso a la movilización: no hay terceras vías.
Hay que aumentar la movilización empezando por ser mucho más claros y agresivos en el discurso. Hay que explicar con toda claridad quien está ganando en este proceso, que las soluciones que propongan no son sino mentiras ignomiosas para justificar nuevos robos al patrimonio colectivo por parte de aquellos que, precisamente, han provocado la crisis. Qué las soluciones son la distribución de la renta, el control del capital financiero, la preservación de las condiciones de vida de los más débiles, el reparto de trabajo, el control de la especulación y el fraude fiscal, y el estímulo de la economía productiva y sostenible. Hace falta más educación, no menos; necesitamos más personas trabajando en asistencia social, no menos; necesitamos más inversión productiva descentralizada en cooperativas, pequeñas explotaciones agrarias, autoempleo, energías renovables. Y necesitamos menos AVE, aeropuertos y subvenciones a los bancos. Necesitamos más acción pública, pero más transparente; más energía en el procesamiento de políticos corruptos, sean Camps o Blanco; más transparencia en la asignación de la inversión pública; más independencia de los bancos de la política monetaria, pero haciéndola más dependiente de la soberanía popular.
Además, hay que ser más decididos en las acciones de presión social que han de cubrir todos los ámbitos de la sociedad, ahora amenazados. Ya no es tan sólo el recurso a la Huelga, que hay que utilizar de forma inteligente, sino llevar el conflicto a todas las formas de lucha imaginables de manera pacífica, creativa y descentralizada para que no pueda ser desactivada. Una acción descentralizada, que no quiere decir que no tenga que ser coordinada: la ocupación dele espacio público, los encierros, las acciones espectaculares contra responsables concretos, la difusión de información sensible, los boicots, las acciones en internet, la construcción de plataformas, asambleas, coordinadoras, etc. que impulsen la participación de decenas de miles de personas en una acción constante, creciente y deslegitimizadora del poder, que abra paso a un nuevo proceso constituyente que defina desde abajo las bases de un nuevo consenso social.
Los primeros 100 días de gobierno del PP revelan que no es que solamente todo, básicamente, sigue igual de mal, sino que en términos generales tiende a empeorar. No es solamente la pérdida de calificaciones financieras, las cotizaciones, el paro o el consumo; de hecho, son las acciones políticas concretas las que agravarán la situación: en particular, la Reforma Laboral abrirá la puerta a una nueva ola de despidos masivos, especialmente los trabajadores con contratos permanentes. Todo ello pone de manifiesto, y revela de forma cada vez más clara, que se necesita una reversión de las relaciones sociales básicas. Este gobierno, como el anterior, está evidenciando que la Constitución Española, cada vez más recortada y menos social, ha dejado de ser válida; y que el pacto de la Transición ya está agotado.
La ciudadanía necesita otro empoderamiento. Y va a ser cada vez más evidente la necesidad de un nuevo proceso constituyente basado en las tradiciones progresistas de nuestro país: republicanismo, federalidad, sostenibilidad, democracia radical que también entre en las empresas, reparto de trabajo y garantía de los derechos sociales básicos entre otros. Hay que seguir trabajando para articular y hacer converger el espacio alternativo al sistema de forma abierta, inteligente y flexible, pero sabiendo situar -de forma inequívoca- la voluntad de superación del actual régimen de cosas, dejando de lado cualquier tentación de acomodación y consenso a costa de derivar la factura hacia a los de abajo. La ciudadanía observa sorprendida y con creciente indignación el comportamiento de los sucesivos gobiernos; pero también observa con la misma atención y rigor el comportamiento de quienes se oponen. Ni la ética ni las tradiciones emancipadoras, ni la situación permiten frivolidades, demagogias o más engaños en la construcción de un nuevo sujeto, cada vez más necesario.
Fuente: http://issuu.com/xsuc/docs/
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