Isabel Díaz Ayuso. LUIS GRAÑENA 1. La duda, antes de estas elecciones, era la de saber si Andalucía había sido un espejismo o lo había sido el 28-A. Como me temía, como me resistía a creer, el espejismo fue el 28-A. España no ha girado a la izquierda. Salvo algunas numancias notables -como Cádiz- las […]
Isabel Díaz Ayuso. LUIS GRAÑENA
1. La duda, antes de estas elecciones, era la de saber si Andalucía había sido un espejismo o lo había sido el 28-A. Como me temía, como me resistía a creer, el espejismo fue el 28-A. España no ha girado a la izquierda. Salvo algunas numancias notables -como Cádiz- las llamadas «fuerzas del cambio» han perdido casi todas sus plazas mientras que el modelo andaluz va a decidir el destino de muchas ciudades y comunidades.
2. En España hay una «restauración» del régimen, pero con un desplazamiento del eje en la dirección no deseada, en la dirección contraria a la que la engañosa y malograda fortaleza de Podemos prometía. Que se trate de una «restauración», por comparación con otros países de Europa, es casi un alivio. El problema es que en la izquierda sólo está el PSOE, menos neoliberal con Sánchez, es verdad, pero sin fuerzas concomitantes que lo acompañen y lo presionen. La derecha, por el contrario, es jodidamente plural y conforma un bloque radicalizado en el que Vox, más que C’s, lleva la voz cantante. C’s se ha convertido, sí, en el Podemos de la derecha, pero no porque sea un partido «nuevo», democráticamente regenerador y nuncio de la muerte del régimen del 78, sino porque estas elecciones lo han convertido -espejo invertido de Unidas Podemos- en la Izquierda Unida de la derecha. En cuanto a la izquierda restaurada, no tenemos un bloque con tracción progresista; el PSOE, pírricamente victorioso, está solo y cabe temer con fundamento que el partido de Sánchez, por historia y por pragmatismo, no pudiendo apoyarse en Unidas Podemos, no teniendo que ceder nada a Unidas Podemos, se derechice sin remedio. Lo más triste es que, después de haber creído poder «asaltar los cielos», no nos queda sino felicitarnos -menos mal- de tener, con todo, el gobierno más «progresista» de Europa. A eso hemos llegado.
3. Si Madrid es gobernada por Vox y Barcelona por el independentismo España tiene un grave problema. Se acentúa la polarización, lo que no augura nada bueno. Necesitábamos Madrid y Barcelona también para evitar esa deriva. Tras estas elecciones, Catalunya se revela un poco más independentista y España un poco más nacionalista.
4. En cuanto a las fuerzas ubicadas a la izquierda del PSOE, la derrota del bloque de izquierdas en Madrid convierte la pugna Mas Madrid-Podemos en un «conflicto interno»: un Vistalegre III, que ha ganado Errejón por goleada, una buena noticia pero sin consecuencias inmediatas. Que saque sus conclusiones Unidas Podemos, cuyos votos del 28A se han revelado, como muchos dijimos, prestados y circunstanciales. Las saque o no, ya no podrá reconstruir lo que ha derribado.
5. Por último, en los días previos a las elecciones, asistiendo al intercambio de acusaciones entre Más Madrid y Madrid en Pie, anticipaba mentalmente con terror el doble efecto de una derrota de Carmena: el regreso a las tinieblas de una ciudad -la mía- que por primera vez era bonita y llevadera; y también -aún peor, si cabe- la agudización de las divisiones en la izquierda. Una victoria lo hubiera borrado todo. La derrota deja esta situación: Madrid, en sus dos ramas, en manos de la derecha radicalizada; la izquierda madrileña, en sus mil ramas, más dividida, enconada y rencorosa que nunca. No se trata de depurar responsabilidades. Se trata de saber dónde estamos e intentar evitar daños, a sabiendas, en cualquier caso, de que Madrid se ganó con Carmena y de que, más allá de sus graves errores (menos a nivel de gestión municipal que de gestión de equipo), no vamos a encontrar fácilmente otra Carmena en cuatro años. La derecha puede vencer con un Almeida -o con cualquiera-; la izquierda necesita símbolos personalizados: Más Madrid podía perder pero Madrid en Pie no podía ganar. Al contrario de lo que pretenden nuestras utopías colectivistas e impersonales, que se imaginan gestionadas sin líderes y coordinadas en conciertos asamblearios, es la derecha la que puede imponer a cualquier candidato: es la derecha la que vence con el Pato Donald o con el Señor Nadie. Es la maldición de los que van a contracorriente de la historia y de sus inercias antropológicas. La derecha, «natural» como el aire y el agua, gana incluso con Díaz Ayuso. La izquierda, en cambio, necesita Adas y Carmenas (o Kichis y Errejones), tan diferentes entre sí, y apostar por una vía mejor, más horizontal y más «democrática», entraña un elitismo que amenaza con devolvernos a la marginalidad y la inanidad más absolutas. Por desgracia nuestra marginalidad e inanidad, conviene no olvidarlo, no es el vacío de acontecimientos y la espera de tiempos mejores: es el gobierno de la derecha en los ayuntamientos y autonomías, desde donde, a partir de mañana, van a deshacer los frágiles andamios que habíamos levantado.
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