Los gobernantes españoles mienten. Y lo hacen tan habitualmente que sus gobernados se han acostumbrado a aceptar la mentira como verdad o, al menos, con tal indiferencia que los mentirosos ya ni se molestan, siquiera, en que sus mentiras sean medianamente creíbles. Felipe González dijo, entre otras muchas, que crearía 800.000 puestos de trabajo. Pero […]
Los gobernantes españoles mienten. Y lo hacen tan habitualmente que sus gobernados se han acostumbrado a aceptar la mentira como verdad o, al menos, con tal indiferencia que los mentirosos ya ni se molestan, siquiera, en que sus mentiras sean medianamente creíbles.
Felipe González dijo, entre otras muchas, que crearía 800.000 puestos de trabajo. Pero el elevado desempleo ya existente no descendió, sino que, muy al contrario de lo prometido por el denominado «señor X» de los GAL, creció a velocidades vertiginosas. José María Aznar, el «Führercito», aseguró que el gobierno iraquí era portador de peligrosas armas químicas y, con su apoyo a Bush y a Blair, contribuyó al asesinato de más de un millón de personas; años después, siguen sin aparecer las armas de destrucción masiva, y la masiva destrucción en aquel país hoy existente también es «obra» suya. José Luis Rodríguez Zapatero negó la práctica de torturas en el Estado español, respaldando y encubriendo de cómplice manera a su ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba -portavoz del gobierno en la época de los ya mencionados GAL-, cuando en el caso de Igor Portu y Mattin Sarasola presentó un relato de los hechos tan exageradamente incongruente que ni sus más acérrimos seguidores se lo creyeron. Y de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo, que junto a los tres presidentes arriba mencionados cubren de «gloria» los treinta y un años de «democracia española», mejor no digo nada. A estos ni me molesto en molestarles; según tengo entendido, el primero padece de alhzeimer, y el segundo falleció hace poco menos de dos años.
Mintieron todos de manera repetida y descarada, y siguen mintiendo los actuales gobernantes. Dijeron no hace tanto tiempo que respetarían la decisión de los catalanes, pero «cepillaron» el estatuto decidiendo ellos mismos cómo debía quedar. Similar comportamiento practicaron en Nafarroa, donde la voluntad de cambio que demandaba la ciudadanía quedó truncada por orden del gobierno central, tras aliarse con la derecha más extrema y rancia. «Violencia cero», proclamaron a los cuatro vientos, pero, ¿está exenta de la proclama la que ellos practican? Insistieron hasta la saciedad en los grandísimos esfuerzos que realizaban para conseguir la paz, aunque paralelamente publicaron un DVD probando que habían hecho menos que el PP, que no hizo nada; el propio Rodríguez Zapatero expresó que participó en el proceso de diálogo «buscando la paz, pero preparando la confrontación»…
Han sido muchas las mentiras. La última del actual presidente del gobierno español -o quizá ya no la última- la escenificó en su reciente viaje a Washington: «La nación. Los Estados Unidos, alumbrada en la democracia, que no ha dejado de crecer bajo su fuerza; que abolió la esclavitud, reconoció la igualdad de voto y proscribió la discriminación; que ha ensanchado el pluralismo, la tolerancia, el respeto a todas las opciones y creencias».
Tamaña mentira vomitada el pasado 4 de febrero, durante el Desayuno de Oración Nacional y frente a reaccionarios ultraderechistas yanquis -incluido Barack Obama-, que aplaudieron de efusiva manera la intervención del monárquico presidente.
De todos modos, aunque las mentiras abundan por doquier -las hasta ahora expuestas sólo son un pequeño muestrario-, me detendré en dos de ellas, por actuales e importantes.
Primera mentira
Unos días antes de las elecciones generales del 9 de marzo de 2008, el gobierno insistió en que la famosa crisis económica desatada en los Estados Unidos no alcanzaría, al menos de manera notable, a la economía española, puesto que ellos ya tenían preparadas varias medidas de «choque» para evitar ser salpicados por la citada crisis.
Pasaron las elecciones, y con ellas el peligro de que el caso les restara votos. Ganados los comicios por el partido gobernante -el PSOE-, no mucho tiempo después reconocieron que la crisis también llamaba a la puerta de la «España Grande y Libre»; eso sí, tratando de minimizar su negativa importancia, a la incómoda «visitante» la bautizaron con el nombre de «desaceleración».
Por esos días, el Instituto Nacional de Estadística -INE- publicó que, en el primer trimestre del año, el PIB registró un aumento interanual de 2,7% -ocho décimas menos que el 3,5% del trimestre anterior, y 1,4 puntos menos que en el mismo período de 2007-, lo que obligó al anterior ministro de Economía, Pedro Solbes -ahora ocupa la cartera Elena Salgado-, a añadir al nombre un apellido: entonces habló de «desaceleración rápida», aunque siguió evitando pronunciar la palabrita «crisis»: «Es un crecimiento con una desaceleración importante respecto al 3,5% del último trimestre, y lo que pondría de relieve es que esa desaceleración rápida de la que estamos hablando se está produciendo».
Lo cierto es que, desaceleración o crisis, la citada tasa interanual era la de menor porcentaje desde 2002, y en tasa intertrimestral -0,3%- la más baja desde 1995. El 28 de mayo -sigo refiriéndome a 2008-, el propio Rodríguez Zapatero reconoció que la crisis financiera y los incrementos de los precios habían provocado un ajuste «más intenso y rápido de lo previsto». Un día antes, el secretario de Estado de Hacienda, Carlos Ocaña, anunció el «fin del superávit».
Segunda mentira
La segunda mentira guarda bastante relación con la primera. En esta ocasión, tratando de ganar votos en vez de procurar no perderlos, Rodríguez Zapatero anunció en plena campaña electoral -período en el que los «demócratas» intensifican, si cabe, sus habituales mentiras- que si volvía a ser elegido erradicaría el desempleo antes de agotar la nueva legislatura, la presente. Eso mismo fue lo que dijo, haciendo coro con el lema del PSOE durante la citada campaña: «Por el pleno empleo. Motivos para creer». Tremenda bravuconada, sin duda, tremendo embuste; como si no supiéramos que, al margen de la crisis, el sistema capitalista -ese que ellos defienden, a pesar de autodenominarse socialistas- es incapaz de solucionar tan grave problema; y si lo fuera tampoco lo resolvería, sencillamente porque el deshumanizado sistema lo necesita.
Esta segunda mentira quedó muy pronto al descubierto. Nuevos datos indicaron que el desempleo no estaba bajando, sino subiendo. En el primer trimestre del 2008 el desempleo se situó en el 9,3% de la población activa -más de 2.300.000 personas-. Con aquel nuevo ascenso y la «desaceleración rápida» ya reconocida por el gobierno, a éste no le quedó otra alternativa que cambiar de discurso en cuanto al tema que nos ocupa se refiere; aunque, pasadas las elecciones, tampoco les importó demasiado. Ya no hablaban de erradicarlo, entonces comenzaron a decir que al final de la actual legislatura -marzo de 2012- el desempleo no superaría el 9,6%. ¡Y se quedaron tan anchos!
Obsérvese cómo en tan poco tiempo cambiaron radicalmente de lectura -del cero desempleo anunciado en la campaña electoral al 9,6% para el final de la legislatura- ¡Qué cinismo! En cualquier caso, debido a la debilidad en el consumo interno y a la crisis, fundamentalmente en los sectores inmobiliario y constructor en un entorno internacional similar, el ascenso del desempleo durante estos dos últimos años ha sido vertiginoso; y de momento no toca techo.
A día de hoy el Estado español sigue en recesión. El 2009 se acabó con un retroceso del PIB del 0,1% respecto a julio-septiembre, el anterior trimestre, y el 3,1% en comparación interanual. En cuanto al desempleo se refiere, el pasado mes de enero cerró con más de 4.000.000 de individuos sin trabajo; casi nada, alrededor del 20% de la población activa.
Los gobernantes españoles siempre han utilizado la mentira para tratar de conservar y ampliar los enormes privilegios que el poder les proporciona. Y la utilizan porque, debido a la alta sumisión de sus gobernados, les aporta grandes beneficios y, sin embargo, muy pocos inconvenientes. Lo lamentable del caso es que, salvo honrosas excepciones, la política opositora tampoco se aleja de prácticas tan miserables.
Prácticamente faltan dos años para que acabe la actual legislatura. Quedémonos pues con el 9,6% anunciado por el dúo Solbes-Zapatero. A ver si es cierto que acaban el mandato sin superar ese porcentaje.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.