Con el colapso de la URSS, y a pesar de que la emergente China y la vieja Europa están intentando remediarlo, Estados Unidos se ha convertido en el centro del poder político y económico mundial, por lo tanto es allí donde se toman la mayor parte de las decisiones que afectan al resto del mundo. […]
Con el colapso de la URSS, y a pesar de que la emergente China y la vieja Europa están intentando remediarlo, Estados Unidos se ha convertido en el centro del poder político y económico mundial, por lo tanto es allí donde se toman la mayor parte de las decisiones que afectan al resto del mundo. En este nuevo orden internacional, el histórico y decidido patrocinio por parte de la Cia -bajo los auspicios de Henry Kissinguer- de aquellas «dictaduras amigas» que adquirieron características dantescas en una guerra contra la mayor insurgencia cívica planetaria, ha dado paso a un apoyo incondicional a estas democracias sensatas y obedientes con los designios del Banco Mundial y del FMI, lo que Santiago Alba define acertadamente como la pedagogía del voto capitalista, aunque sin titubeos a la hora de utilizar el poderío militar allí donde no han servido otras armas. Cuando fracasa el objetivo estratégico de imponer regímenes neoliberales bajo el control imperial estadounidense se recurre al propio aparato militar y al de la OTAN, como ha sucedido en Yugoslavia, Afganistán, Iraq. Allí donde sus multinacionales no han podido manipular las reglas del juego y los pueblos se elevan soberanos, amenazan constantemente -Plan Colombia, maniobras en el Caribe- a sus díscolos e inconformistas dirigentes «populistas».
La concentración de poder económico y político que caracteriza la Globalización configura espacios asimétricos, unos territorios centrales privilegiados y otros periféricos más numerosos y menos favorecidos, aunque aquí se haya preferido ir aún más allá y considerar las Islas Canarias como un territorio «ultraperiférico» de la Unión Europea, con la intención de captar subvenciones y prebendas. En cualquier caso, esa situación del Archipiélago lo hace extremadamente dependiente de las ayudas y capitales externos; sin embargo, desde los años 80 surge, paradójicamente, toda una batería de iniciativas concentradas en lo que se ha dado en llamar Desarrollo local. Se ha configurado una marca emocional, «Lo nuestro», como soporte ideológico necesario para emprender las tareas de reajuste neoliberal: la potenciación de las empresas locales y los instrumentos de financiación, una paulatina destrucción del Estado de Bienestar y un exacerbado culto al emprendedor -figura que ha sustituido al ciudadano-, la creación de infraestructuras para el transporte y las comunicaciones -Plan Interinsular de Transportes, Pto de Granadilla, etc.-, la construcción de polígonos industriales -San Isidro y Arinaga- e institutos o parques tecnológicos -ITER, ITC-; en definitiva, una fuerte inversión encaminada a potenciar la competitividad de las empresas privadas. El objetivo, como cabría esperar, no ha ido encaminado a corregir las desigualdades sociales o impulsar el desarrollo pues simplemente se han utilizado fondos públicos para la localización empresarial, socializando el gasto al mismo tiempo. Para constatarlo basta conjugar la Encuesta de Ingresos y Condiciones de Vida de los Hogares Canarios con los beneficios de algunas de las sociedades instaladas en esta Arcadia empresarial.
Esos ajustes neoliberales demandan, además, una mayor descentralización del Estado, por eso no es casualidad que casi la totalidad de los estatutos de autonomías estén siendo reformados como tampoco lo es que el núcleo duro de sus reivindicaciones sea la asunción de más competencias con la excusa de hacer más competitivos los territorios en una lucha fratricida que sólo favorece a las grandes corporaciones. Con la reforma del Estatuto de Autonomía de Canarias y una vez que, a juicio de José C. Mauricio, el turismo ha dejado de ser el motor económico del futuro, el Tripartito Canario puede ofrecer, con mayores garantías, si cabe, a las Cámaras de Comercio de EE.UU. una política de privatizaciones generosa, esos mecanismos de exoneración fiscal (RIC y ZEC) que hacen tan atractivas estas islas, una legislación laboral hecha a la medida de los explotadores, una normativa medioambiental ridículamente adaptable a cualquier actividad que se desee y una seguridad jurídica única en la región. Es decir, se ofrecen éstas islas como mero soporte para las empresas norteamericanas que están dispuestas a establecerse aquí, es lo que Coalición Canaria apoda Plataforma Logística Tricontinental. Esta recolonización del archipiélago no es obra de ningún estado ni potencia extranjera, esta brutal invasión obedece únicamente al imperio del capital y sus corporaciones con importantes y conocidos aliados autóctonos. El Tripartito Canario, a la vez que bloquea desvergonzadamente su frontera a tanto migrante negro, ha abierto la puerta trasera africana a las multinacionales para que aquellos 42.000 millones de euros anuales que acordó el G-8 en Gleneagle en julio de 2005 como ayuda al continente negro retornen, en una suerte de maquiavélico circuito económico, para engrosar su cuenta de resultados.
Si el ejército de EE.UU. y la OTAN tienen la misión de asegurar el control de los yacimientos y recursos naturales mundiales a las corporaciones y multinacionales, Coalición Canaria debe garantizar las mejores condiciones de seguridad y paz social, por ello, la creación de una policía autonómica ha sido uno de sus objetivos irrenunciables. Ante la imposibilidad de llegar a acuerdos parlamentarios para su gestación, han elevado a rango de autonómica a la Unipol, grupo de élite de la policía local de Santa Cruz de Tenerife. Un convenio de dudosa legalidad firmado por el alcalde Miguel Zerolo y el Consejero de Presidencia, José M. Ruano, permite que este grupo policial, denunciado en numerosas ocasiones por brutalidad y al que se consiente actuar de forma «alegal» al ejercer competencias de seguridad ciudadana exclusivas de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, pueda intervenir en cualquier lugar del archipiélago en determinadas circunstancias, con especial atención al satanizado fenómeno migratorio. Se puede pensar, por tanto, que la creación de la Unipol no fue un mero capricho de Zerolo, sino una apuesta decidida de su partido por controlar un servicio de información e inteligencia propio, a la vez que poder proporcionar seguridad policial a tanta empresa gringa como el fondo de inversión Colony Capital Management, fuertemente vinculada a las empresas canarias Satocan y Lopesan.
Esa fragmentación territorial y social que impone el neoliberalismo, con el apoyo oportunista de las oligarquías autóctonas, es una manera malintencionada de crear espacios intersticiales por donde la lucha redentora de la clase trabajadora mundial acabe escapándose como el agua entre los dedos.