Este el escenario ideal para los mercaderes de la educación que asisten a una nueva puesta en escena del humanista Aguilar, que da otra vuelta de tuerca en dirección a terminar con el Colegio de Profesores de Chile.
Mario Aguilar asume por segunda vez la presidencia del Colegio de Profesores de Chile.
En breve comenzarían los primeros efectos: numerosos funcionarios fueron notificados de despido y otros tantos amenazados.
Lo que puede ser entendido como normal en momentos de recambio de dirigentes en un gremio, en la práctica es una clara violación a la normativa institucional en el sentido de que Aguilar no tiene facultad para contratar ni para despedir por su mera voluntad. Lo anterior, ratificado por el Ministerio de Economía con fecha ocho de enero de este año, es facultad del Directorio Nacional.
Entre los despedidos está la periodista encargada de las comunicaciones gremiales, quien fue reemplazada de facto por la hija de Mario Aguilar, lo que le agrega un toque nepotista a los hechos.
El caso es que esos despidos están fuera de la ley y los estatutos, lo que ha sido denunciado a la Dirección del Trabajo. Quizás una veintena de funcionarios han debido escudarse en licencias médicas para evitar un inminente despido.
Cunde el pánico.
Lo que podría ser entendido como un conflicto laboral más, en realidad tiene un trasfondo preocupante si se observa desde el punto de vista de las alicaídas organizaciones gremiales y sociales.
Durante la gestión gubernamental iniciada por la Concertación comenzó un fenómeno casi imperceptible: el debilitamiento y posterior desaparición de las grandes organizaciones sindicales y gremiales que jugaron un rol de primera importancia durante la dictadura y en su término.
Una a una dejaron de existir confederaciones y federaciones obreras, sindicatos nacionales y gremios. La Central Unitaria de Trabajadores, secuestrada por partidos políticos, nunca alertó la declinación del otrora poderoso movimiento sindical.
El año 1987 en una medida estratégica notable, la Asociación Gremial de Educadores de Chile, AGECH, creada para organizar a los profesores democráticos en plena dictadura, decidió cerrar sus puertas y emigrar masivamente a la organización docente creada por la dictadura.
Esa notable audacia política tuvo su efecto y en pocos años el Colegio de Profesores se erguía como una poderosa organización de docentes que puso en el centro la defensa de la educación pública y los derechos de los profesores en la nueva realidad.
Desde esos gloriosos tiempos ha pasado mucha agua bajo los puentes y algunos dirigentes del gremio que han hecho lo posible, por acción u omisión, por perder la brújula de una Orden de semejante importancia.
En este lapso, la pésima gestión de esos malos dirigentes han logrado que el Colegio haya dejado de ser una voz que intervenga en el terreno de la casi eterna crisis de la educación. Se suceden ministros y leyes, reformas y nuevas estructuras, y a pesar de esto, y quizás por lo mismo, la educación pública retrocede, empeora, se desprestigia, ante el avance imparable del sistema privado en todas sus variantes.
Sin embargo, los profesores, actores fundamentales en el proceso, parecen no existir. La voz del que fuera le gremio más grande del país, que lograba por su unidad y la calidad de sus dirigentes entregar sus opiniones, ser escuchados y de vez en cuando generar masivas movilizaciones que lograban poner en jaque a las autoridades, ya no se escucha.
El Colegio de ha debilitado a niveles peligrosos.
Y en este escenario, dirigentes como Mario Aguilar no han hecho otra cosa que impulsar y propiciar su casi nula incidencia en aquello que le es propio y, al contrario, la tendencia del dirigente humanista es generar conflictos al interior del gremio, violando sus estatutos y las disposiciones legales y administrativas, obedeciendo al parecer a una política definida a priori.
Actuales y exdirigentes, además de funcionarios de larga trayectoria, no se explican el que su llegada a la conducción del gremio sea generando conflictos en donde el abuso, la arbitrariedad, lo ilegal y fuera de los estatutos, sea lo que marque su asunción. Lo que, por cierto, redunda en un Directorio Nacional profundamente dividido y augura también una gran división en la Asamblea Nacional.
Es decir, el Colegio de Profesores está en peligro.
Este el escenario ideal para los mercaderes de la educación que asisten a una nueva puesta en escena del humanista Aguilar, que da otra vuelta de tuerca en dirección a terminar con el Colegio de Profesores de Chile.
Por cierto, fue elegido por sus colegas, lo que agrava mucho más la situación: hay profesores que aún le creen.
Algo parecido sucedió en Argentina con la elección de Milei, y veamos lo que está pasando ahora.