El domingo 15 de abril el diario El País ha publicado los resultados más relevantes de una encuesta encargada a Metroscopia sobre el apoyo al Gobierno y a los principales partidos de la oposición, la valoración de sus ministros y de algunas de sus políticas fundamentales: http://politica.elpais.com/politica/2012/04/14/actualidad/1334425260_953265.html En los momentos de crisis política, los hechos […]
El domingo 15 de abril el diario El País ha publicado los resultados más relevantes de una encuesta encargada a Metroscopia sobre el apoyo al Gobierno y a los principales partidos de la oposición, la valoración de sus ministros y de algunas de sus políticas fundamentales: http://politica.elpais.com/politica/2012/04/14/actualidad/1334425260_953265.html
En los momentos de crisis política, los hechos se suceden con una rapidez desconocida en los períodos de estabilidad, y las posiciones se modifican a igual ritmo. Así, las conclusiones que El País presenta del barómetro de abril merecen una breve lectura política que las destaque y trate de inscribir en la dinámica acelerada de los últimos meses. Ese es el objetivo de esta nota.
-A los cien días de su Gobierno, Rajoy ya ve desplomarse hasta el 38% su apoyo, pagando un precio de 6 puntos por el programa de ajuste que le dicta la Troika. En poco más de 3 meses se ha desinflado el supuesto efecto arrollador de una mayoría absoluta electoral que en todo caso era engañosa, puesto que se nutría fundamentalmente del desploma del partido de la izquierda del Régimen. Hoy el 64% de los ciudadanos declara tener una imagen negativa del Ejecutivo de Mariano Rajoy.
-A pesar de la marcada caída del apoyo al Gobierno y al Partido Popular, el PSOE, significativamente, no se recupera, sino que sigue bajando, hasta niveles históricos (23%), más si cabe si los relacionamos con el desgaste de su principal adversario. Que El País no quiera resaltar este dato es comprensible, pero no soluciona el problema de un PSOE que parece sin rumbo, empeñado, por más que sus dirigentes citen a Lakoff, en competir con el PP dentro de sus marcos ideológicos, y por tanto abocados al fracaso en la búsqueda del centro inexistente. IU y UPyD capitalizan una parte aún minoritaria las pérdidas de los dos grandes partidos, en mucha mayor medida la coalición de izquierdas, que se despega de la marca de Rosa Díez y mantiene y consolida una marcada tendencia al alza que mejora sus resultados de las elecciones generales del 20N de 2011 y le hace cruzar la barrera simbólica del 10% de apoyo.
-Parece que la deslegitimación de las élites políticas es relativamente transversal, aunque pasa aún más factura a la izquierda que a la derecha. En cualquier caso, la salud del sistema político actual depende del juego de las diferencias entre las dos alternancias de gobierno. El colapso de una de ellas y las deslegitimación transversal de ambas abren espacio, aún muy pequeño y lleno de obstáculos para el cambio político
-Los recortes son claramente impopulares, y pasan una nítida e inmediata factura a quien los aplica. Ni todo el aparato mediático del sistema político sirve para generar aceptación hacia ellos. Es de suponer que esta brecha entre «lo que es necesario» y «lo que es aceptable» se profundice conforme los recortes se agraven y traspasen las líneas rojas de lo que en el sentido general es nuestro mínimo Estado social, como muestra el ampliamente mayoritario rechazo a los recortes en Sanidad (73% del total y 53% de los que declaran haber votado por el Partido Popular), o que el Ministro más valorado sea el de Economía, Luís de Guindo, de mayor visibilidad en el programa de ajuste.
– El divorcio entre el programa de reformas y su aceptación social probablemente se incremente porque la Troika europea no parece demasiado dispuesta a conceder tregua ni margen al Gobierno español en el paquete de ajuste, lo que deja a éste con escaso capacidad de maniobra o integración parcial de las demandas sociales más acuciantes. En cualquier caso, parece evidente que, sin que haya nada de necesario en ello, el proyecto del ajuste es el de una marcada ofensiva sobre las clases subalternas, sus instituciones de mediación y la concertación que integraba en forma subordinada a sus organizaciones mayoritarias en el pacto y el bloque histórico fraguado en la Transición. En este sentido se puede hablar de una «oligarquización» del régimen.
-El consenso que obtienen hoy los que gobiernan no es tanto activo, ni mucho menos entusiasta, cuanto pasivo: de aceptación resignada o cínica del programa de ajuste, la supeditación a la deuda y a los poderes privados europeos. El reto, por tanto, ya no es sólo convencer de que los recortes son malos, sino de que son un suicidio, una salida ciega de la crisis.
– Para que la incipiente crisis de representación genere posibilidades de transformación política hace falta un horizonte de cambio, una propuesta amplia de transformación en la que puedan inscribirse las diferentes luchas sectoriales, evitando así su desgaste en solitario, su dispersión o su absorción policial /administrativa. Esta propuesta no puede ser un mero relevo electoral, sino que tiene que ser destituyente de las élites político-económicas y constituyente, en un sentido de recuperación republicana de la soberanía popular. La deriva de cierre oligárquico del sistema político ha operado un giro en los pactos de la Transición, que han entregado paulatinamente a la derecha casi todos los aparatos del Estado y las más importantes instituciones de la sociedad civil, a lo que se suma el Gobierno cuando gana las elecciones. La izquierda del régimen, en cambio, cuando gobierna se encuentra parapetada y a la defensiva, cercada por todas las posiciones de poder que los conservadores mantienen con relativa independencia del ciclo electoral.
-Tampoco debe confundirse esta propuesta constituyente como un juego de alianzas entre los actores progresistas existentes que son muy válidos en cuanto resistencias, pero incapaces por sí solos o en agregación de articular la desafección y las frustraciones. El 15M ha dado ya pasos fundamentales en este sentido, introduciendo temas nuevos en la agenda política y modificando la cultura política, desnaturalizando los «dolores» sociales y nombrando las injusticias y sus responsables. La Huelga General del pasado 29 de marzo fue un magnífico ejemplo tanto de las dificultades como de las potencialidades de la comunicación y confluencia de fuerzas «viejas» y «nuevas» en la contestación. Sin embargo, no se trata sólo de sumar, sino de construir: una identidad política amplia, nueva y de ruptura, que desborde los marcos ideológicos existentes y al mismo tiempo se ancle en los mejores núcleos del «buen sentido común» popular que con la crisis emergen. Para transformar la desafección creciente en un cambio en la correlación de fuerzas favorable a las clases subalternas.
Íñigo Errejón es Investigador en Ciencia Política en la UCM, Miembro de la Fundación CEPS
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