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Entrevista a Uxue Alberdi

“Como bertsolari, muchas veces tuve la sensación de cantar con palabras prestadas”

Fuentes: El Salto [Foto: Uxue Alberdi con un ejemplar de Jenisjoplin en su traducción al castellano, publicado por la editorial Consonni]

Bertsolari, escritora y periodista, Uxue Alberdi ganó el Premio Euskadi de Ensayo 2020 por Kontrako eztarritik: emakume bertsolarien testigantzak, mientras su novela Jenisjoplin era bien recibida por las críticas y el público. Las editoriales Reikiavik y Consonni han traducido sus obras al castellano.

La entrevista transcurre en un pueblo precioso, con viñas de txakoli que casi llegan al mar y con un mar que casi no es del norte. La bahía cobija el agua. Los protagonistas de la novela Jenisjoplin de Uxue Alberdi (Elgoibar, 1984) vienen a descansar aquí, en Getaria, donde vive su escritora. “Necesito conocer los sitios que escribo”, explica antes de tomar un café con hielo. Periodista de formación, su vida transcurre pegada a las letras: con 20 años empezó a cantar versos y con 23 publicó su primer libro. Su militancia feminista le llevó a abordar el machismo en un lugar de culto para muchas personas euskaldunes, el bertsolarismo. Por Reverso, testimonios de mujeres bertsolaris recibió el Premio Euskadi de Ensayo 2020. La editorial Reikiavik llevará a las librerías su traducción al castellano el próximo septiembre. Sobre vulnerabilidad, violencia, compromiso, sexualidad, drogas, VIH y Euskal Herria, Alberdi escribió la novela Jenisoplin. También triunfó y la editorial Consonni lo tradujo al castellano el pasado otoño.

Empiezo bastantes libros y termino pocos. Jenisjoplin lo devoré en tres días.


Me alegro mucho. 

Me ha impresionado cómo de universales son los sentimientos. En este caso, negar la propia vulnerabilidad. Lo escribiste en 2016 y en su protagonista, esa joven seropositiva, reconocí a mis amigas negacionsitas/antivacunas/críticas con la gestión de la pandemia.


Lo que me parece más interesante de Nagore Vargas [así se llama la protagonista] es la construcción psicológica del personaje: cómo nos posicionamos, por qué y qué necesitamos creer. La educan y se construye en contra de todos y para sobrevivir tiene que ser autosuficiente. No le enseñan a cuidarse, le enseñan a sostener a la gente que tiene a su alrededor. Le niegan ser niña, la duda, la inocencia, la vulnerabilidad, la pregunta, el miedo al ridículo. Y cuando se encuentra con ese diagnóstico devastador que le lleva a la culpabilidad, no puede hacerse cargo de lo que le está pasando y reacciona como puede.

Negándose a asumir el diagnóstico.


Hay grandes diferencias entre el sida y el covid. Con el sida no todo el mundo se sintió interpelado, se achacaba a la gente de los márgenes, yonquis, putas, pobres. Si hacías las cosas bien y no tenías relaciones sexuales con quien no debías, nada iba a pasarte. Mucha gente se sintió resguardada del VIH y en posición de señalar a los demás. Sin embargo, esta pandemia nos interpela a todas sin excepción, por lo que todas tenemos que posicionarnos con nuestros actos o no actos. 

Recientemente la OMS sacó una guía de comunicación para debatir con negacionistas en la que señala que la empatía es mejor camino que la altanería, como tu historia.


Cuando hablamos de salud, de cuidados, autocuidados y de responsabilidad hay cuestiones evidentes, científicas y de sentido común, de responsabilidad y de corresponsabilidad. Pero hay otra parte que se menciona poco y es la construcción emocional de cuando nos sentimos en peligro. En quién confiamos y en quién no. ¿En el sistema sanitario, policial, político? Según tu posición, todo se configura de una manera diferente, en la que también tiene que ver cuál es tu situación económica, edad, la gente de tu alrededor y qué necesitas para darle sentido a la vida. 

Se cruzan muchas cosas, como en Jenisjoplin.


En Jenisjoplin me interesaba crear un personaje detallado sin juzgarle. Si no conocemos su historia, no entenderíamos la fuerza con la que ella pelea contra un diagnóstico o una transfusión de sangre. Hasta qué punto confía en las teorías de Christine Maggiore y hasta qué punto, cuando se le cae la fe, no sabe a qué agarrarse.

¿Necesitamos faros, aún cuando no queremos admitir que necesitamos luz?


Cuando estaba embarazada de mi primera hija, a los 26 años y sin una sola amiga que fuera madre, fui a terapia y mi terapeuta era antivacunas. En ese momento necesitaba certidumbres y tomé algunas decisiones en torno a la crianza, al parto y a los cuidados. Por ejemplo, decidimos no vacunarla. Con el paso del tiempo me he retractado de mi decisión. ¿Por qué decidí eso? Creo que en ese momento tenía que confiar en alguien con quien me sentía segura y así poder darle amor a mi hija. Como los niños, para poder pensar desde una posición libre tenemos que estar sostenidas emocionalmente, y no todas lo estamos. Muchas decisiones son un acto de fe hacia unos mentores u otros. No siempre tomamos decisiones individualmente de forma racional. Por eso creo mucho en la humildad y en poder mirar atrás y repensar las decisiones que un día tomé.

Repensar es un verbo generoso.


Me interesan mucho los procesos psicológicos, no tanto juzgar. El mismo juicio ya es un acto de fe que se utiliza hacia los demás para no hacerte cargo de lo tuyo, como pasa ahora con la juventud. ¡Qué fácil es decir ay estos jóvenes que están rompiendo escaparates! [En referencia a botellones en Donostia que derivaron en escaparates rotos] Toda esta contención que vivimos por algún lado debe saltar. A mis 37 años, con dos hijos, viviendo en un pueblo pequeño rodeados de naturaleza, con un círculo de amigos en el que las libertades de mis hijos y las mías no están muy condicionadas, y sin yo sentir la misma necesidad de conocer a gente, experimentar, tocar y oler que tenía a los 20 años, sería muy fácil juzgarles. Pero, ¿y si estuviera en su posición no actuaría diferente?

Siempre tengo la sensación de que se ha escrito poco sobre los últimos 40 años en Euskal Herria. ¿Se necesita escribir más? 


Como bertsolari empecé a cantar con 20 años y había ciertos códigos y lenguaje para hablar de ciertos temas sociales y políticos. Nos ponían muchos temas relacionados con el conflicto vasco y muchas veces tuve la sensación de cantar con palabras prestadas. Das tu opinión con palabras de otros, con un orden mental aprendido y controlado socialmente, porque según lo que decías o callabas eso afectaba a tus relaciones más íntimas, a tu grupo de amigos, a todo. En cada gesto, en nuestra vestimenta, en la manera de hablar para denotar el conflicto, un atentado, una manifestación, incluso una huelga, tú te posicionabas y con nuestra mirada hacíamos posicionar a los demás. Yo necesitaba un grado más para sincerarme conmigo misma y encontrar las palabras de mi propia experiencia y para la colectiva. Me serví de la ficción con Jenisjoplin para contar lo que significó para mí ser niña y adolescente en los 80 y 90 y cómo todo lo callado y lo que das por sentado, todo lo que sabes antes de saber, te afecta y te va construyendo.

¿Somos la generación de en medio?


Somos la generación blandiblú, a la que nos llegaron coletazos. Escuchábamos a hombres diez o quince años mayores que nosotras. A todas nos gustaba Hertzainak, Kortatu, La Polla y Negu Gorriak, aunque nunca fui a un concierto suyo porque era demasiado niña. Aprendíamos de ellos pero éramos las hermanas pequeñas de la historia.

Como Jenisjplin.


El cuerpo y experiencia de Nagore Vargas me sirven para contar esos años desde la intersección cultural y la mirada de una mujer. Antes de escribir, tenía varias carpetas en el ordenador con escenas del libro: violencia, sexo, placer, culpabilidad, compromiso, vulnerabilidad. También tenía testimonios de madres con sida, de jóvenes que intentaban desintoxicarse y de médicos. Y tenía recuerdos de paisajes, pintadas y de preguntas que no me atrevía a preguntar cuando era pequeña. Con cuatro años hacía ballet en el tercer piso del gaztetxe. Sabía que en el primer piso estaban los yonquis, que para mí entender infantil eran algo así como zombis. Una niña de clase salió corriendo para saltar al cuello de una mujer del primer piso. Era su tía, y entonces me di cuenta de que una yonqui puede ser tía y una tía puede ser yonqui.

Como la tía de la protagonista…


Sí. Mi tía y mi madre tenían una mercería-librería en Elgoibar y las recuerdo hablar sobre si denunciar o no los hurtos de los jóvenes del pueblo y decirme que no jugara con las jeringuillas. Era la frase de cada día.

Has nombrado la intersección cultural. A lo largo de tu libro se hace presente lo “maqueto”, quién es vasco de pura cepa y quién no lo es. El nombre y el apellido de la protagonista ya son una declaración de intenciones.


Es muy interesante quién es el sujeto de cada revolución, quién se legitima para serlo y como se hace ese marcaje, hasta qué punto una llega a esa lucha o esa lucha te llega y se te puede complicar, porque te da identidad, un grupo, la seguridad de esa pertenencia, y puede que en un momento pierdas la noción entre el estoy aquí porque puedo defender esto o estoy aquí porque me siento en casa. Irantzu, la amiga de la protagonista, le pregunta ¿tú luchaste contra el sistema médico o necesitabas una lucha para sentirte viva? Más que respuestas, dentro de la novela hay debates.

Abriste un melón en el mundo de los bertsos: recopilaste testimonios de bertsolaris mujeres y escribiste el ensayo Kontrako Eztarritik [en septiembre llegará a las librerías su traducción en castellano], que revolucionó el panorama. ¿Te consta si tus compañeros lo han leído?


Sabemos que se lo han leído todos. En euskera, el título hace referencia a cuando te atragantas y se te va por el otro lado. Mi intención era señalar lo que se nos había atragantado, aunque creo que hemos intentado que el libro no se les atragante, que nuestros compañeros hagan una digestión, porque si te atragantas y te ahogas, no sirve para nada. 

Eso es inteligente.


En los últimos diez o quince años ha habido muchos cambios en los temas, en la paridad, hay actuaciones bollo y feministas, se toma más en cuenta el género. El libro no ha producido el cambio, sino que llevamos muchos años trabajando en él desde una articulación feminista. El bertsolarismo no es más machista que el mundo de la literatura, de la música o que la redacción de un periódico. Para mí, el melón que abrimos no fue el del machismo en el bertsolarismo, sino que abrimos el melón de esta que es nuestra familia. Pusimos la mirada no en otros hombres que son machistas. La pusimos en los hombres a los que queremos, con los que nos divertimos y con los que compartimos muchas ideas, pero donde hay muchas relaciones de poder que se han ido tapando y acallando durante años. Creo que los 22 patrones que describe el libro, y con los que se oprime la voz pública de las mujeres en el bertsolarismo, pueden ser válidos en cualquier otro ámbito.

En Jenisjoplin nombras el círculo, cuando las cuadrillas de mujeres forman un círculo, tanto simbólico como físico, que los hombres no pueden romper.


El tema de aquí no se folla es muy complicado, y diría que tiene mucho que ver con la construcción de lo vasco y de las vascas como sujetos sexualizados por culpa del conflicto. El libro La guerra no tiene rostro de mujer, de Svetlana Aleksiévich, explica cómo en la II Guerra Mundial cuando el ejército ruso necesitaba soldados desexualizaron a las mujeres para convertirlas en algo superior: un soldado, un hombre. Pero luego cuando la guerra terminó, los soldados tomaron como esposas a quien no había visto las atrocidades de la guerra. La feminidad era no ver una guerra. Por una parte, el conflicto y la lucha nos ha construido a las mujeres vascas de una manera distinta de la feminidad hegemónica, con voluntad, valiente, resistente, esos adjetivos que vienen bien para una lucha. No somos seductoras, dulces ni guapas. Y por otro lado, está la construcción externa de la parte ganadora o conquistadora, todo lo que explica Silvia Federicci sobre las brujas y la colonización. 

Me parece que hay mucho de ti en Jenisjoplin


Creo que esta historia empezó a gestarse en mi adolescencia, cuando pasé de mi ikastola al instituto y me junté con otras amigas. Aunque estuviera predestinada a acercarme a los rebeldes ideológicos, como dice Jenisjoplin, me hice muy amiga de las rebeldes de los márgenes. Todavía no sabía nombrarlo pero me fui haciendo cargo de la diferencia de clase y de la izquierda no euskaltzale. En mi primera juventud, unía izquierda a izquierda abertzale, porque era lo que conocía, y en el instituto me di cuenta de que algunas de mis amigas maquetas eran independentistas y otras no, pero tenían una ideología de izquierdas muy elaborada. Muchas veces me señalaban mis puntos ciegos y otras, veía yo los suyos, por ejemplo alrededor del idioma. Pero siempre sentí que mis amigas me salvaron. Fueron las primeras amistades incondicionales, cuando te das cuenta de que las amigas te pueden cuidar y no tienes que hacer nada para que te cuiden. Te admiten y te aceptan tal y como eres. Yo era bastante empollona y tímida y ellas eran las malotas del insti. Fuimos uña y carne. A través de ellas conocí otros barrios y me di cuenta de que lo que lo que consideraba una familia normal —la mía— quizá no lo era tanto, y desmonté esa normalidad. No sabía qué era la interseccionalidad, pero me daba cuenta que en mi casa el suelo era de madera y en la suya, de sintasol, y que con ellas podía preguntarme cosas que en otros ámbitos no me atrevía a cuestionar. De ahí surge el personaje de Nagore Vargas, que en unos aspectos no tiene nada que ver conmigo y en otros sí, y que me ha servido para poder indagar en mis emociones y construcción propia.

La sexualidad (real) es otro temazo del libro.


El embarazo me desmontó completamente mi sexualidad, ¿desde dónde me he relacionado con los hombres y las mujeres? ¿Qué ponía en el sexo y en las relaciones? ¿Cómo ha afectado la sexualidad a mis relaciones y qué peaje he pagado? Quería pensar cómo vivimos el placer, qué nos ha llevado a nuestra generación a vincularnos con los demás de una manera u otra. El pulso social y político de la Euskal Herria en las últimas décadas y el de Nagore con sus propias circunstancias tienen sus similitudes. Esto me servía para desde lo personal pensar en lo colectivo y desde lo colectivo, pensar en la historia concreta de Nagore.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/literatura/uxue-alberdi-como-bertsolari-muchas-veces-tuve-sensacion-cantar-con-palabras-prestadas