El asesinato en Madrid de Carlos Javier Palomino desencadenó una tan justa como clamorosa respuesta. A lo largo de una semana, entre el 11 (fecha del asesinato) y el 17 de noviembre (concentración en Puerta del Sol) se han sucedido cientos de reuniones, concentraciones, manifestaciones… una vorágine que ha puesto a prueba las diferentes políticas […]
El asesinato en Madrid de Carlos Javier Palomino desencadenó una tan justa como clamorosa respuesta. A lo largo de una semana, entre el 11 (fecha del asesinato) y el 17 de noviembre (concentración en Puerta del Sol) se han sucedido cientos de reuniones, concentraciones, manifestaciones… una vorágine que ha puesto a prueba las diferentes políticas y alternativas frente al fascismo.
La xenofobia y el racismo, las banderas del fascismo
Se ha vuelto común en la izquierda tildar cualquier política de derechas o represiva como fascista y extender esa denominación a todo gobierno o partido que la apoye. El uso de este término para definir cualquier cosa no ayuda a identificar realmente al fascismo y tampoco ayuda a combatirlo meter en el mismo saco a toda la «extrema derecha», sin analizar las distinciones en su seno.
Una parte de los grupos fascistas, los que enarbolan banderas de España con el «pollo», van al Valle de los Caídos y hacen de la parafernalia franquista el leit motiv de sus apariciones, representan la decadencia y la marginalidad, reflejadas en el decrépito Blas Piñar o el descerebrado Inestrillas. Por el contrario, hoy el verdadero peligro del fascismo proviene de grupos como Democracia Nacional o el MSR, que no exhiben simbología franquista e incluso se autodenominan democráticos. Estos grupos buscan acumular fuerzas levantando consignas con las que granjearse la simpatía de los trabajadores más castigados y los sectores más pobres. Sus lemas giran en torno al nacionalismo español, a la «invasión de los inmigrantes» y a «los españoles primero».
Con estas banderas van a los barrios y pueblos obreros y utilizan la democracia burguesa (con manifestaciones, listas electorales…) para divulgar sus propuestas, organizarse y ganar base social. Las pasadas municipales fueron todo un aviso, con varias candidaturas que obtuvieron resultados nada despreciables y concejalías en algunos lugares de Catalunya y Madrid.
Contra al apoliticismo de muchos «antifascistas», el verdadero combate contra el fascismo se da en el terreno de la acción política, luchando por impedir que los fascistas hagan pie en los barrios obreros. La respuesta a las agresiones que se saldan con la vida de inmigrantes como Lucrecia o chavales como Carlos, forma parte de la batalla por hacer de los barrios y pueblos obreros bastiones contra el fascismo.
¿La ilegalización es una bandera de la izquierda?
Con honrosas excepciones, como Corriente Roja, la ilegalización y las prohibiciones se han convertido en la gran bandera del movimiento antifascista. Pero una cosa, absolutamente necesaria, es denunciar la hipocresía del Estado, que hace una Ley de Partidos que deja fuera a organizaciones que cuentan con el respaldo democrático de miles de ciudadanos, mientras ampara la impunidad de las bandas fascistas… Y otra, bien distinta, es asumir como propia la fórmula de la ilegalización, tan querida del gobierno y el régimen. ¿A quien le extraña que Zaplana se uniera a la exigencia de ilegalización de Democracia Nacional y reclamara al fiscal general del Estado que «impidiera la marcha de Falange para celebrar el 20-N»? Pero lo que es «normal» en Zaplana o el Gobierno Zapatero debería ser inadmisible en boca de la izquierda y de los antifascistas. En un país donde una reaccionaria Ley de Partidos ilegaliza opciones políticas, se prepara la ilegalización de ANV y las manifestaciones se prohíben por la arbitrariedad de jueces franquistas, sólo nos faltaba oír a la izquierda anticapitalista clamar al Estado para que ilegalice partidos.
Sólo un verdadero insensato puede olvidar que en la medida en que se profundice la crisis social y avance la respuesta obrera y juvenil, toda la maquinaria represiva en manos del Estado se volverá inevitablemente contra la clase obrera, empezando por la vanguardia juvenil. Es bueno recordar cómo, en nombre de la paz y la libertad, nos vendieron una Ley antiterrorista que no ha servido ni para dar un cachete a las bandas fascistas, pero se ha convertido en un látigo contra piquetes obreros en las huelgas y contra dirigentes sindicales como Cándido y Morala, así como en un azote contra los luchadores vascos.
Los grupos fascistas no necesitan de la legalidad para su matonaje, pues su «medio natural» son las cloacas del Estado. La ilegalización de Democracia Nacional solo serviría para regalarle una bandera democrática y, aún peor, daría argumentos a los que, en nombre de «la lucha contra los extremos y contra la violencia», se plantean ilegalizar a ANV y a quien venga detrás. Zaplana no sólo reclamó la ilegalización de Democracia Nacional sino la de las organizaciones antifascistas.
¿Contramanifestaciones o como en Vallecas?
Para el llamado movimiento antifascista, la gran arma de lucha contra el fascismo son las contramanifestaciones destinadas a reventar las convocatorias fascistas. Con esa lógica se convocaron las acciones del 11 de Noviembre (en la que murió Carlos) y la del 17 en la Puerta del Sol. Nos alegramos enormemente de que el resultado de la segunda fuera tan distinto de la primera, pero ello no debe esconder que la lógica política de ambas era la misma. Estas convocatorias son la apuesta, más o menos consciente y consecuente, por el choque directo con los fascistas de una minoría radical, antifascista, concienciada, etc… que, ante el atraso de la clase obrera y el conjunto de la juventud, se auto-erige en salvadora.
Pero la manifestación más numerosa, la más repleta de jóvenes, de trabajadores e inmigrantes fue la de Vallecas, convocada con un criterio político opuesto al de las contramanifestaciones. La manifestación surge de una Asociación de Vecinos (Alto del Arenal) que busca el apoyo del resto de Asociaciones, grupos sociales y partidos del barrio. En base a eso recorrimos, entre unos y otros, empresas, cocheras de autobuses, tajos de la construcción, institutos… Fue el llamamiento a un barrio obrero a ser él quien se levante contra la brutalidad fascista. En Vallecas no se prohíben pancartas: ¡que vengan todos los que quieren manifestar su solidaridad con Carlos y su familia y repudiar el crimen fascista! Es en el marco de la movilización donde tienen todo su sentido las medidas necesarias de autodefensa frente a los fascistas: no como algo aislado del movimiento sino como parte de él.
Hoy, cuando la crisis económica y la polarización política aumentan el descontento con el gobierno, pero sin ver salidas a la izquierda, el desarrollo de los prejuicios xenófobos y racistas en las barriadas obreras amenaza con extenderse y crear el caldo de cultivo de los grupos fachos. Errar en la caracterización del fascismo y en cómo combatirlo puede ser trágico. Hemos vivido dos métodos y dos políticas para enfrentar al fascismo. El ejemplo de Vallecas mostró cómo combatir las agresiones fascista sin sustituir a los trabajadores y a los jóvenes sino apelando a ellos y con ellos, tejiendo pacientemente lazos de solidaridad de clase para cerrar las puertas a la xenofobia y el racismo y hacer de los barrios obreros bastiones contra el fascismo.
¿De qué venganza hablamos?
La indignación, la justa furia interior que se siente cuando se produce un asesinato fascista como el de Carlos empuja casi inevitablemente a muchos activistas, en especial a los más jóvenes a exigir y exigirse ¡venganza! Digan lo que digan los guardianes de la moral, el sentimiento de venganza es legítimo y los trabajadores y los jóvenes tenemos toda la solvencia moral frente a los que observan con indiferencia o pasividad las miserias de este mundo.
El problema es que sobre el desconcierto y la confusión que generan inicialmente estos atentados fascistas aparecen los ideólogos seudoanarquistas de «la propaganda de la acción». Las reuniones y asambleas pierden casi su carácter colectivo y se convierten en un griterío donde estos profetas de la acción hacen valer su voz contra los «miedosos», los «cobardes» y los «políticos»: ¡menos hablar! ¡hay que vengar la sangre derramada! gritaban algunos «antiautoritarios», de esos que prohíben pancartas y banderas -que no sean las suyas- en las manifestaciones o que se dedican a reventar manifestaciones como la convocada por el Sindicato de Estudiantes porque éste «no pertenece al movimiento antifascista».
La «única respuesta» para este sector es la confrontación directa, es decir, la «caza del nazi» y las «contramanifestaciones», una actividad que, parafraseando al viejo Trotsky, «exige tal concentración de energía para el «gran momento», tal sobrestimación del sentido del heroísmo individual y tal «hermetismo conspirativo», que si no lógicamente, al menos psicológicamente, excluye totalmente el trabajo de agitación y organización entre las masas». Para este sector, la venganza reside en el accionar de una minoría colocada por fuera de la inmensa mayoría de los jóvenes y de la clase obrera. Sus acciones, cuanto más impactantes, más podrán seguramente sembrar cierto desorden en las filas enemigas, pero ese desorden circunstancial es infinitamente menor que la confusión y división que genera en las filas propias. Por otra parte, si un grupo bien pertrechado es capaz de dar un golpe ejemplar a los fachas, ¿para qué tanta empeño en organizar la acción de las masas?; ¿para qué tantas reuniones, asambleas o frentes unitarios? Cada acción de esa índole podrá liberar sin duda la adrenalina de quien la desarrolla, pero limita el interés de las masas por su auto-organización y auto-educación y acaba por hacerlas más resignadas a su impotencia y a esperar que un héroe vengador y liberador llegará un día y cumplirá su misión.
Cuando asesinaron a Carlos, sacamos nuestra rabia y nuestra furia buscando a las asociaciones de vecinos del barrio, a los estudiantes, a los trabajadores en los tajos, en los polígonos y las cocheras, buscando a los inmigrantes de los barrios obreros… e intentando contagiar a todos nuestra rabia e indignación para, juntos, movilizarnos y parar los pies a las bandas fascistas. La autodefensa, del todo necesaria, debe ser parte de la organización y la lucha de las masas, que la deben sentir como propia.
En la lucha social la paciencia y la impaciencia no son rasgos sicológicos personales sino de clase. El sistema capitalista y su podrido régimen monárquico nos deben tanto que nuestros deseos de venganza no se aplacan con la cabeza o el pellejo de cualquier descerebrado fascista. Nuestro deseo de venganza es tan grande que sólo acabando con el sistema entero podremos satisfacerla. Esa factura no es otra que la revolución y ésa sólo la podremos cobrar si lo hacemos junto con nuestra clase, con la juventud obrera y estudiantil, con los trabajadores inmigrantes y autóctonos.