Recuerdo cuando Zapatero calificó a los dirigentes del Partido Popular, empeñados en bombardear al gobierno español en todos los foros internacionales, incluso contra nuestros intereses económicos, con una frase muy gráfica: «patriotas de hojalata». El símil funcionó automáticamente en la gente de mi generación, los que habíamos jugado de pequeños con aguerridos legionarios de hojalata […]
Recuerdo cuando Zapatero calificó a los dirigentes del Partido Popular, empeñados en bombardear al gobierno español en todos los foros internacionales, incluso contra nuestros intereses económicos, con una frase muy gráfica: «patriotas de hojalata». El símil funcionó automáticamente en la gente de mi generación, los que habíamos jugado de pequeños con aguerridos legionarios de hojalata pintada, un ejército de juguete que se abollaba con la primera embestida.
También podría llamárseles patriotas de salón (algunos, por su pinta de chulos, incluso de salón de casa de putas) por sus maneras tan particulares de entender la defensa de los derechos nacionales desprestigiando a su gobierno elegido democráticamente. En ese partido -en varios trozos- hay dos ejemplos sublimes, el del hombrecillo insufrible y el de Eduardo Zaplana. Muy patriotas ambos hasta hacerse con el suficiente currículum vitae para ponerlo al servicio de la empresa privada.
Aznar, según hacía el camino del interés público al privado, iba colocando miguitas de pan, como Pulgarcito, por si tenía que volver precipitadamente. Para ello financió con miguitas de fondos públicos un número indeterminado de becas millonarias para su querida universidad de Yorytáun, y así pagarse, con nuestro dinero, reitero, una plaza de profesor emérito que es la risa del universo mundo. Jugada magnífica, porque ahora le devuelven a él lo que hemos pagado entre todos.
Aznar intentó ocultarlo, como la compra de la medalla del Congreso de los Estados Unidos, pero Eduardo Zapana es mucho más transparente. Le grabaron que había venido a la política para forrarse y desde entonces lo lleva con orgullo. Como debe ser.
A un mes de su elección, le importa un bledo dejar con el culo al aire a sus queridos votantes, y se incorpora a Telefónica, a un puesto inventado para él, porque esa es una de las funciones primordiales de las empresas públicas privatizadas por los patriotas de hojalata: dar cobijo a los compañeros de pupitre y de partido político. Entre lo de Pizarro y Zaplana, entrando y saliendo como Perico por su casa, ¿será Telefónica una filial de la FAES de Aznar?